El rincón del historiador

Hace dos siglos, llegaba un futuro Papa a la ciudad de Buenos Aires

En 1823, la Santa Sede nombró al arzobispo Juan Muzi, vicario apostólico en Chile, que pasó por Buenos Aires y recorrió el país hasta su destino final en Santiago tras los Andes. Acompañaban al prelado, como secretario el padre José Sallusti y un canónigo de la basílica romana de Santa María in via Lata, Juan María Mastai Ferretti, de poco más de 31 años, miembro de una familia de la nobleza.

Éste se habría convertir en 1846 en Pio IX, y dejó lo mismo que Sallusti un diario de su viaje por nuestro país. Junto a ellos viajaba el canónigo Cienfuegos.

Las diócesis de nuestro país se encontraban vacantes, la de Buenos Aires por la muerte en 1812 de su titular don Benito de Lué y Riega; la de Salta porque el obispo Nicolás Videla del Pino sospechado de realista fue separado de su sede por el general Belgrano y había fallecido en 1819.

A su vez, la de Córdoba regida por monseñor Rodrigo Antonio de Orellana, quien había participado de la conspiración de Liniers en 1810, y terminó confinado en Luján, se encontraba desde 1818 vacante a raíz del traslado del prelado a la sede de Ávila en España.

UN MARTIRIO

Después de 91 días de navegación el 4 de enero de 1824 fondeó en balizas el navío de bandera sarda Eloísa. Según la descripción de Mastai Ferreti, el viaje desde Montevideo no había sido el mejor: “Los mosquitos eran en tanta cantidad que resultaban un verdadero martirio”; y dos dominicos les habían pintado un pesimista cuadro de la ciudad.

Después de la revisación sanitaria de rigor, por la noche desembarcaron -al decir del porteño Juan Manuel Beruti- “privadamente”. A pesar de la hora recordó, Mastai que “había mucha gente, y algunos muchachos llevando antorchas nos acompañaron a la posada”.

La llegada de la comitiva también despertó interés en el agente norteamericano John Murray Forbes: “Esta llegada ha producido gran revuelo. No creo que el gobierno lo vea con buenos ojos y es de temer que fortalezca la influencia del poder eclesiástico”.

No estaba equivocado, las numerosas y calurosas manifestaciones del pueblo, contrastaron con la reserva de muchos sacerdotes y la frialdad del gobierno de Martín Rodríguez. El futuro Papa escribió: "El gobierno, y en particular un tal Rivadavia, hicieron lo posible para sustraernos del tal concurso y finalmente nos intimaron a la partida".

Monseñor Muzi, pasó el primer día muy mal, con “una obstinación de vientre que se resistía a las lavativas y purgantes”, por lo que Mastai recibió al vicario capitular el canónigo Diego Estanislao Zavaleta a cargo del gobierno de la diócesis.

El día 6 fiesta de la Epifanía se acercaron muchas personas, entre otros el general San Martín, vestido de calle, según Mastai, sin divisa militar, pero no entró a saludar al arzobispo por hallarse atestada de gente la antesala. Algunos de los concurrentes, gente de posición social, le ofrecieron su casa como residencia, gesto al que el enviado amablemente declinó.

El Libertador regresó al día siguiente y fue recibido por el enviado, a quien hizo “los más cordiales ofrecimientos”. Muzi admiró y lo ponderó, ese mismo día en una carta que le envió al secretario de Estado de León XII: “Esta mañana el señor general San Martín me honró con su visita y se puso a mi entera disposición para cuanto pudiera necesitar. Marchará pronto a Inglaterra e Italia, donde piensa detenerse un par de años”.

El 8 la comitiva pasó a la Fortaleza a cumplimentar al gobernador, “quien se había retirado suponiendo que el Vicario Apostólico venía a deshacer todo lo que el Gobierno había establecido en materia de religión, sin ponerse de acuerdo con él, como la supresión de los conventos y la usurpación de sus bienes”.

ENEMIGO DE LA RELIGION

Rivadavia le pareció de “fisonomía israelítica” y lo “recibió con una desagradable prosopopeya”. Lo calificó como “gran enemigo de la religión y, por consiguiente, de Roma, del Papa y del vicario apostólico, y agregó como broche de oro “el principal ministro del infierno de Sudamérica”.

El 9 de enero monseñor Muzi con su comitiva devolvió la visita al general San Martín en su domicilio. La conducta del Libertador fue respetuosa, lo mismo que la del pueblo; al respecto, el 12 de enero John Murray Forbes le informó al Secretario de Estado de los Estados Unidos John Quincy Adams: “La presencia del arzobispo es motivo de creciente preocupación. Ha visitado públicamente iglesias de la ciudad, provocando en gira expresiones de fanatismo. A la entrada y salida de los templos mientras va a tomar su coche, la gente del pueblo se agrupa a su alrededor besando sus manos y sus hábitos y a medida que el carruaje avanza por las calles, él dispersa a diestra y siniestra su bendición”.

Sobre nuestra ciudad el futuro Papa escribió: “Tiene una forma regular, las calles derechas y muy largas. Las iglesias son suficientemente buenas, los altares todos de madera, con dorados, cornisas, etc. El puerto no es más que una miserable rada, sin tener siquiera la comodidad de un muelle para desembarcar, por lo que las carretas se internan en el río y toman a las personas y bagajes de las naves para llevarlas a tierra”.

En cuanto a la vida apuntó: “A propósito de la riqueza no me pareció que hubiera mucha en Buenos Aires, donde encontramos el papel moneda y nos dijeron que la moneda de Roma que allí se veía, había sido introducida hacía poco tiempo. Todo el vino viene del extranjero, como también gran parte de la harina, por lo que con un escudo se compran solamente 32 panes pequeños. Hay carne en abundancia y de buena calidad y uno de los objetos del comercio son los cueros de buey”.

Y así observó el carácter de aquellos habitantes: “Es religioso y es tanto más recomendable cuanto que por habitar en una ciudad de comercio no falta allí la semilla de miles de vicios. Muchos ofrecieron a monseñor sumas de dinero y algunas otras cosas que necesitara: él naturalmente las agradeció a todos”.

LOS BAUTISMOS

El arzobispo fue privado de confirmar en la Catedral o en algún templo, por el vicario; hacía años que muchos niños no recibían ante la ausencia de un obispo ese sacramento. Muzi lo hizo en privado y su habitación se llenó de gente. Nada de lo que anotó Mastai estuvo fuera de la realidad, porque el destrato del gobierno y del canónigo Zavaleta fue tal que el 16 abandonaron la ciudad rumbo a Chile después de algunas peripecias.

El futuro Papa escribió al finalizar su misión: “Me es muy sensible la partida de esta América, donde hay tanta escasez de eclesiásticos para la atención no sólo de los infieles, sino también de los fieles. Manifesté mi deseo de quedarme…”.