Había una vez…un rey

- Hoy les voy a contar una historia que soñé hace poco. Sé que no es tan fácil de creer, pero más allá de lo que piense Freud, suelo despertarme con sueños extravagantes, ja.
- ¿Quién es ese tipo, abuelo?
- Olvídense. Mejor que no lo conozcan… La cosa es que me desperté y anoté lo principal para no olvidarme…
- Bueno, empecemos entonces -dijo una impaciente.
- Había una vez un rey. Lo vi en la “Sala del Trono”. Más parecido a un castillo que a un palacio, según recuerdo. Parecía un ambiente medieval. Colorido, festivo, luminoso. El rey era un hombre mayor: barba blanca, señorial. Su gente parecía quererlo mucho y en su mirada se veía que era algo mutuo. Hasta ahora, nada original, la escena parecía robada de algún libro o alguna vieja película. Lo que me llamó la atención es que el rey tenía tres “ministros”. Y aquí les hago una aclaración…
- ¡No! – dijo la impaciente.
- Breve, ¡prometo! La palabra ministro quiere decir “servidor”, pero no del rey, sino del reino. Estamos acostumbrados a lo contrario, pero un buen rey es también “servidor” de su gente. Es el concepto cristiano de la autoridad, que tuvo muchísimos ejemplos en otra época. No me pregunten por qué, pero al verlos supe que eran de esa clase.
- Para mí que inventás…
- No, en serio… quizás agregue alguito. Poco. Sigamos… Las reuniones del rey con sus ministros eran una fiesta. Cada uno de los tres tenía una encargo, distinto de lo que hoy acostumbramos. Uno, era el “Ministro del pasado”. Estaba encargado de estudiar las cosas que enseñaba la Historia. Detrás de él había un montón de personas ayudándolo. Era como un antiguo monasterio; todos estudiando, bibliotecas inmensas, mesas con escribientes… ¡Trabajaban muchísimo! Reinaba en general el silencio, aunque los vi consultarse.
El segundo era el “Ministro del Presente”. No recuerdo que su gente tuviese una sede física como los otros. Seguramente sí, pero no era importante. Los que trabajaban allí eran como “inspectores”. Bueno, eso hoy tiene otra carga que allí no se veía, eran “visitadores”. Recorrían los distintos parajes del reino hablando con la gente y preguntando. Tenían el encargo de mirar sobre todo las necesidades, los problemas. Siempre iban a las fiestas, porque allí se conoce el alma de los pueblos.
El tercero era el “Ministro del Futuro”. Hoy se lo encargaríamos a ingenieros… No sé si había por entonces, pero los miembros de este ministerio eran sobre todo poetas y filósofos. Soñaban cómo engrandecer el reino y hacerlo mejor. No, “soñaban” no es la palabra adecuada… pensaban, imaginaban. Se los veía alegres, discutiendo. Lo que recuerdo es que estaban en un jardín lindísimo, amplio. No parecían trabajar, aunque el rey les tenía una gran confianza y les mostraba su afecto.
Pero lo más importante del sueño era que…
- No te creo abuelo… - interrumpió la de siempre poniendo una carita pícara.
- Lo más importante era que el rey tenía siempre reuniones con sus tres ministros para poder gobernar y tomar cualquier decisión. Allí comenzaba hablando el ministro “del Presente”. Su deber era informar sobre las realidades que habían podido ver. Todos escuchaban, preguntaban. No había discusiones. Después le pedían la opinión al ministro “del pasado”. Él decía algo, pero no mucho, porque sabía que no debía improvisar. Y el rey terminaba esa reunión diciendo: “muchas gracias, nos retiraremos a estudiar, pensar y meditar”. Allí vi que el ministro “del Pasado” marchaba al encuentro de sus colaboradores. Y todos se sumergían buscando luz en las crónicas del reino sobre antecedentes que sirviesen de ejemplo o advertencia. Al final se reunían en un gran salón capitular y se cerraban las ideas que el ministro iba a exponer en su próximo encuentro. Era gente muy sabia.
- No te creo abuelo… - volvió a la carga.
- Era gente que sabía en serio – le dije como si no la hubiese oído, pero guiñándole un ojo-. Y con todas las experiencias de la Historia, el ministro se encaminaba a la próxima reunión con el rey. Lo vi llegar lleno de pergaminos enrollados bajo el brazo. Se reunieron de nuevo en el salón del reino, y comenzaron a hablar. Estaban tomando mate…
- Abuelo…
- Los sueños son raros. Tomaban mate escuchándose con atención y respeto mientras oían las enseñanzas que podían sacar de la Historia. Y se preguntaban con verdadero interés y admirando los conocimientos del ministro. Después vi que el rey volvía a decir: : “nos retiramos a estudiar, pensar y meditar.” Y se retiraban esperando con ansias que hable el último, ¿a quién le tocaba?
- Al “Ministro del Futuro” – dijo el nieto mayor.
- Exacto. También él era un poeta y hablaba con el corazón. Su palabra inflamaba la reunión porque siempre tenía la certeza de que aún frente los peores problemas traerían sus soluciones. La Sala del trono estaba presidida por un crucifijo. Y el Cristo tenía una corona. Por eso será que no me pareció que el discurso de el último ministro fuese de un optimismo tonto. Todo lo contrario. Se notaba que había escuchado con atención a los antecesores. Al terminar, el rey volvió a decir: “muchas gracias, nos retiramos ahora a estudiar, pensar y meditar.”
Y llegamos a la última reunión: Allí comenzaba hablando el rey. Y lo hacía recordando en forma bien clara, todo lo que se había dicho antes. “Creo que tenemos que tomar este rumbo… ¿les parece bien?” – y allí todos opinaban de nuevo con libertad. Pero el rey sabía su oficio y, como les dije, amaba a su gente y a su reino… - como me quedé un ratito en silencio los nietos preguntaron:
- ¿Ahí terminó el sueño?
- No. Tengo un último recuerdo: el rey estaba en la cama. Sus ojos, cerrados. Moribundo. Lo rodeaban de su mujer, la reina, sus hijos y sus nietos. Había más gente, pero no recuerdo quiénes eran. Entre sus manos, huesudas, había un crucifijo de marfil. Se lo veía sufrir. En un momento la reina le dijo, para tranquilizarlo: “No te preocupes, todo irá bien”. Ahí el rey abrió los ojos e intentó una sonrisa, le tomó sus manos y le dijo: “Todo estuvo bien, todo está bien y todo estará mejor… aunque no lo merezcamos…” Hizo un último esfuerzo para besar su crucifijo, pero no le alcanzaron sus fuerzas. La reina lo ayudó. Y allí oí que ella, dándole un beso final, le decía: “lo sé… pero a veces ¡cómo cuesta entenderlo!”.