Había una vez…un mentiroso veraz

- En el colegio donde empezaron a estudiar sus padres había un cura italiano, simpático, que, cuando predicaba a chicos solía empezar así: ¿conocen la historia de Pinocho? Ustedes la conocen, ¿no?

- Obvio abuelo, el mentiroso… - me dijo la mayor.

- Eso es injusto. ¿La leyeron o vieron la película?

- Las dos cosas…

- ¡Bien! Así podemos charlar sobre lo que nos enseña. El personaje fue creado por un escritor italiano: Carlo Lorenzini, a quien todos llamamos Collodi. Es de las historias más famosas de todos los tiempos y nació casi de casualidad. Collodi, para ganarse unos pesitos, mandó el comienzo de la historia a un periódico para niños, y le escribió al director una nota que decía: "Te mando esta chiquillada. Haz lo que quieras con ella, pero si la publicas, págame bien para que me den ganas de seguirla". ¡Imagínense! No sonaba como alguien que estuviera a punto de escribir una obra inmortal. Y al principio no le puso mucha voluntad; hasta tuvo que reescribir el final, porque el primero era horrible, muy triste y sin sentido.

- ¡Contalo! – me pidieron-

- Ni loco, ja. Si el autor se arrepintió, yo no lo voy a corregir. Probablemente los chicos lectores protestaron tanto, que lo cambió y la historia siguió como la conocen ustedes. Yo a Pinocho lo redescubrí leyendo a un cardenal italiano, ya muerto, Giacomo Biffi, un maestro luminoso, de esos que hoy se ven poco.  Lo seguiremos. ¿Se acuerdan de Geppetto?

- ¡El papá! – dijeron todos. Me alegró que no dijeran: “el carpintero.”

- Gracias a ese maestro pude ver que Pinocho nos enseña siete grandes verdades que yo no había visto.

La primera gran verdad, lo más extraordinario de la historia, no es encontrarnos con un trozo de madera que habla; lo verdaderamente asombroso, lo que no tiene comparación en ningún otro cuento, es que Geppetto,  fabrica una marioneta, pero desde el primer instante la llama "hijo". Aún no ha terminado de tallarlo y ya le dice: "¡Diablito de hijo! Todavía no estás terminado y ya le faltás el respeto a tu padre". Aquí está el misterio central. No es solo un carpintero, es un creador que, de forma inesperada, siente una vocación incontenible de ser padre. Aunque Pinocho es de madera, lo llama hijo. Y toda la historia, con sus huidas y desastres, es en realidad el viaje de Pinocho para convertirse de verdad en ese hijo que Geppetto soñó desde el principio. La fuente de todas sus desgracias es huir del padre, y su mayor anhelo, incluso en sus peores momentos, es volver a él.

La segunda gran verdad está dentro nuestro:  el bien que queremos y el mal que hacemos. Somos débiles.  Pinocho es el retrato perfecto de nuestra propia debilidad. Él sabe perfectamente lo que está bien: ir a la escuela, obedecer, volver a casa. Pero una y otra vez, elige la peor opción. ¿Ir a la escuela o al teatro de títeres? ¡Vamos al teatro! ¿Volvemos a casa como nos pidió papá o seguir al Gato y la Zorra al Campo de los Milagros? ¡Nos vamos con ellos! Es, como decía San Pablo, esa lucha interior de "no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero".

La tercera es la existencia del mal externo. La tragedia se agrava porque existen fuerzas externas que nos empujan al mal. Primero están el Gato y la Zorra, que representan la maldad más común, la que nos quiere robar las cosas materiales. Pero luego aparece un personaje mucho más terrible y profundo: el Hombrecillo que lleva a los niños al País de los Juguetes. Biffi decía que era la mejor representación del demonio en toda la literatura. Es un seductor de voz melosa, aparentemente tierno, pero en realidad es un ser malvado que nunca descansa. Su frase, "Todos duermen por la noche, y yo no duermo nunca", es escalofriante. Recuérdenla. Disney obviamente esto no lo pone.

La cuarta, es que la ayuda viene de lo alto. Pinocho, por sí solo, no puede salvarse. Es débil y está rodeado de enemigos más astutos que él. Necesita una ayuda superior. Y esa ayuda llega con el personaje más extraordinario: el Hada turquesa. Ella es la "mediación redentora". Aparece como una hermana, luego como una madre; lo rescata, lo educa, lo cura y lo guía. Para Biffi, ella representa la gracia, la ayuda que nos da  Dios para sacarnos de nuestros líos.

La quinta verdad es que “ser hijos” eslo que nos hace libres.   ¿Saben por qué Pinocho no se queda para siempre en el teatro de marionetas de Mangiafuoco (Stromboli en la película) como sus hermanos de madera? Porque, a diferencia de ellos, él grita que tiene un padre. El sentido de tener un padre es la única fuente de verdadera libertad contra todas las tiranías del mundo.

La sexta, es nuestro destino “doble”. El cuento no tiene un final feliz garantizado para todos. Nuestras vidas tampoco. Mientras Pinocho, con la ayuda del Hada, se salva y se convierte en un niño de verdad, su amigo Lucignolo (Polilla) se pierde para siempre, transformado en un burro. Nuestras decisiones son serias y tienen consecuencias eternas.

Al final, gracias al amor del Padre y la ayuda del Hada, Pinocho logra lo que parecía imposible: la "transnaturación", la llama Biffi. Deja de ser madera y recibe una naturaleza nueva, la misma de su padre, convirtiéndose en "un niño como es debido". Es el cumplimiento de esa primera y emotiva llamada: ser hijo, la séptima de las verdades. Ser hijos de Dios nos eleva y eleva nuestra naturaleza.

Y así termina la historia de Pinocho. Y, como ven, no miente, al contrario. En la misma época en que Collodi escribía sobre un “burattino di legno", había hombres muy sabiondos que querían cambiar el mundo. Pensadores como Nietzsche, Marx o Freud proponían grandes ideologías, nuevas formas de ver al hombre y la sociedad. Parecían ideas brillantes, pero como el cardenal Biffi observaba con tristeza, al final, esas grandes teorías fueron las que prepararon "el mar de lágrimas que en el siglo XX habría de regar la tierra". Las ideologías no sirven para la verdadera salvación del hombre, porque para eso se necesita la verdad: la verdad sobre la vida y la muerte, sobre la felicidad y el dolor, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Collodi no inventó una nueva ideología, al contrario, las dejó de lado y “se hizo pequeño con los pequeños”. Y al hacerlo, redescubrió, verdades que él mismo se había olvidado: nuestra vida es emprender un viaje para dejar de “ser madera” y convertirnos en "hombres como es debido". “Ser lo que debemos ser”, como siempre decimos.