Había una vez...un hombre que supo morir

Hoy voy directo a contarles una historia de la Guerra del Pacífico en la que combatieron Chile, Perú y Bolivia. Estamos en el año 1880, bajo el sol del desierto, en el Morro de Arica.
Aquella fue una guerra triste como todas las guerras, pero un poco más porque fue entre naciones que hubiesen debido ser hermanas y porque, como suele suceder en estos tiempos, ganó la injusticia. Aun así, fue una medalla más en el pecho de una nación heroica: el Perú. Aquella que nació independiente con nuestro General San Martín, aquella que combatió bajo su mando, que de él recibió su primera bandera, sus primeras leyes. Aquella que supo ayudarnos en Malvinas, cuando otros nos traicionaban o miraban para otro lado. Aquella que, más que cualquier otra nación, llamamos “hermana”, sabemos “hermana”. Aquella también a la que el gobierno de Carlos Menem traicionó, vendiendo armas a su vecino Ecuador en medio de un conflicto. Quizás eso también nos hermanó más, porque a quienes primero traicionan los malos gobernantes es a su propio pueblo.

BATALLA DE ARICA
La batalla de Arica es un gran capítulo dentro de ese libro de oro del “amor a la Patria hasta el fin”. En ese libro la mayoría de las batallas son derrotas de la justicia, pero todas dejan algo más que una circunstancial victoria: dejaron para siempre el ejemplo del que cumple con la palabra dada y el amor a la Patria. Como los 300 espartanos, o como los victoriosos defensores del Alcázar de Toledo. Como debe ser.
Aquella batalla tuvo muchos nombres ilustres, pero, para no abrumarlos, nos centraremos en quien comandaba la tropa Francisco Bolognesi, un gran héroe. Ya era un hombre mayor, retirado de la milicia, cuando estalló la guerra. Se presentó para servir nuevamente a su Patria. Lo destinaron a una misión imposible: defender Arica, el último puerto peruano al sur. Lo aceptó sin vacilar.

BOLOGNESI, “EL CORONEL”
El 5 de junio, al atardecer, subió un parlamentario chileno con bandera blanca. Lo recibió el propio Bolognesi en el fuerte Ciudadela. Le ofreció asiento y, en medio del desierto, un lujo que él mismo se negaba: un vaso de agua. - Ríndase, coronel -dijo el oficial chileno-. No hay esperanza. Evite una matanza inútil.
Bolognesi lo miró con serenidad y tristeza, como quien mira a un hermano confundido:
- Dígale usted a su general que tengo deberes sagrados que cumplir y que los cumpliré hasta quemar el último cartucho.
No hubo más palabras entre ellos. El parlamentario bajó la cuesta, y arriba, en el Morro, estalló un clamor que hizo temblar las piedras y que aún hoy podemos escuchar. Aquel día todos supieron que iban a morir, pero eligieron hacerlo como héroes, siguiendo a su Coronel. Aquel día la bandera del Perú supo que su color era de “corazón y sangre” y por eso es una bandera que siempre nos emociona. Después les voy a contar que entre los héroes estaba peleando como voluntario un argentino.
La batalla comenzó terrible, antes de que el sol se alzara del todo. En la playa, los batallones chilenos avanzaban como una marea oscura. Algo más de 5.000 chilenos asediando a cerca de 1.800 peruanos. El Coronel recorría las trincheras arengando. Los defensores pelearon piedra por piedra. Cuando todo estaba perdido, un joven coronel, Alfonso Ugarte, herido, montó a caballo, tomó la bandera nacional y se lanzó al vacío por el acantilado para que el enemigo no la capturara. Por eso, cada 7 de junio, Perú celebra el Día de la Bandera y el día de la Infantería del Ejército.
Allí lo vieron al anciano coronel Bolognesi más joven y más fuerte que nunca. En lo alto del Morro, herido ya dos veces, pero erguido todavía, con la casaca rota y el rostro cubierto de polvo y sangre, parecía más alto que nunca, como si hubiera crecido con cada heroísmo de su gente.
Entre los últimos defensores estaba, como les decía, un joven argentino: el entonces teniente coronel Roque Sáenz Peña, futuro presidente de la Nación (1910-1914). Fue herido y hecho prisionero, pero sobrevivió y nos legó el retrato más vivo de Bolognesi contándonos esos últimos minutos.
En la cima del Morro, ya sin munición, Bolognesi reunió a los pocos que quedaban y les dijo:
- ¡Hijos míos! Hemos cumplido con la Patria. Ya no nos queda más que morir… ¡pero moriremos con honor!
Minutos después, ya malherido, un soldado chileno le gritó: -¡Ríndase, coronel!
Bolognesi levantó la vista y, con la voz casi apagada, respondió:
- ¡No me rindo, carajo!
Fue su última frase. Cayó sin soltar ni la espada ni la bandera.
Como era hijo de un artista italiano, seguramente conocía el famoso verso de Petrarca que reza: “Un bel morir tutta la vita onora” (“Una hermosa muerte honra toda la vida”). Pero sepamos que es difícil que muera “hermosamente” quien no vivió “hermosamente”.
Roque Sáenz Peña, que lo vio todo, lo recordó siempre con admiración: “Bolognesi era tan valiente en el combate como bondadoso fuera de él; su corazón no conocía el odio”.
Y enumeró algunos de sus gestos que hoy conocemos gracias a él y a otros testigos:
- Visitaba todos los días los hospitales; se quitaba la capa para abrigar al soldado con fiebre y le cedía su ración de agua.
- Pagó de su bolsillo varios meses de sueldo a la tropa cuando Lima dejó de enviar dinero.
- Protegió dentro del fuerte a mujeres, niños y ancianos de Arica, compartiendo con ellos la escasa comida.
- Tras la victoria peruana en Tarapacá (1879) ordenó atender a los heridos chilenos igual que a los propios y lo vieron rezar junto al lecho de un capitán enemigo moribundo.
- Envió medicinas y vendajes a soldados chilenos que habían quedado entre las líneas
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Días antes de la batalla escribió en la orden del día: “Traten a los heridos del enemigo como a hermanos en Cristo; la guerra no borra la caridad cristiana”.
Conocí esta historia gracias a dos entusiastas amigos peruanos amantes de sus glorias: Jorge Rojas Luna y Jorge Arroyo González, así que aprovecho y les doy las gracias.
Y les encargo recordar el ejemplo de este héroe, para que siga iluminándonos y para que sepamos como él vivir con caridad y morir con honor, dos cosas hoy olvidadas.