Opinión
Había una vez…un hombre a la deriva
- Abuelo, ando leyendo a Horacio Quiroga, ¿te gusta?
- Técnicamente escribía muy bien, pero pensaba muy mal y vivió peor. Le tengo aprecio y me apena al mismo tiempo. ¿A vos te va gustando?
- Me gustaron los “Cuentos de la Selva”, no los de “Amor, locura y muerte”.
- Probablemente por las mismas causas que te di. En el fondo son “falsos”.
- ¿Por qué?
- Porque evitan la verdad profunda de las cosas. ¿Te acordás de “A la deriva”?
- “… el hombre estiró lentamente los dedos de la mano. Y cesó de respirar.” – citó el final textualmente- Horrible historia -me dijo con cierta repulsión.
- … Y falsa.
- ¿Por qué? Es inventada…
- Falsa porque se olvida de algo fundamental.
- ¿De qué?
- Del personaje clave: la serpiente.
- ¡La mató al principio con su machete!
- Pero su espíritu le siguió hablando en el oído a Paulino. Así se llamaba el paisano, ¿no?
- Sí, pero, ¿me vas a decir que las víboras tienen espíritu….? Ja, esta vez no te creo.
- Esta “es” espíritu. Y es clave en esta historia, quizás en la vida misma del pobre Quiroga. Y es un espíritu “tan astuto” que parece que no está, cuando, sin embargo, es el que maneja los últimos momentos del finado. Es su gran triunfo en estos tiempos: el hacernos creer que ni siquiera existe. Fijate, por acá tengo el libro…“El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie.” Quiroga decía que la primera oración era clave y era un maestro. Un genio en eso. ¿Te acordás qué hizo entonces al saber que el veneno se iría apoderando de él?
- Fue hasta su casa -respondió con exactitud.
- Leamos esta escena: “—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada. —¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!”
Allí está obrando la serpiente…No deja que piense lúcidamente, se enoja y se marcha en la búsqueda de una salvación que en el fondo sabe imposible. Ignora, desprecia a su mujer… ¿Tendría hijos? No lo sabemos. No importa… porque sólo tenía una idea en su cabeza: “el hombre no quería morir”.
Únicamente pensaba en sí mismo. Fijate que, de aquí en más, buscando esa vida que se le escapa, la serpiente lo va engañando hasta el final.
Está enojado, desesperado. El alcohol no le alcanza. Ya es tarde, pero no tiene la lucidez de pensar en lo inevitable. Se distrae buscando escaparle. Intenta pedirle ayuda a un vecino… Nadie responde. Vuelve a la canoa pensando en alcanzar un pueblo. La corriente del río lo va a llevar sin esfuerzo… Y allí tiene tiempo para pensar. En el río que baja; Quiroga describe con maestría: “El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.”
Y allí, en sus últimos minutos, reaparece la serpiente.
- ¿Cuándo? No me acuerdo – dijo mi nieto que sabe que tiene una memoria mejor que la mía…
- Allí, en el atardecer de su vida, cuando Paulino debería saber que ya no tiene más tiempo para pensar que en ese amor en el cual sería juzgado, la serpiente lo distrae y lo hace pensar en otra cosa. Le promete vida. “Eso es lo real”, le susurraba al oído… Sólo tu dolor es real. Lo demás no importa. La serpiente suele repetirse y usar siempre la misma táctica: negar la realidad inminente y dar a cambio una falsa sensación de bienestar. No se va a morir, piensa. “El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien…”.
Y mientras pensaba en ello, le entraba “una somnolencia llena de recuerdos...” Pero de recuerdos intrascendentes. ¡Toda la eternidad se jugaba en esos momentos! Pero la serpiente había logrado enredarlo en tonterías: “¿Cuánto hace que no bajaba al pueblo? ¿Tres años?”.
Fijate bien cómo pinta Quiroga ese escenario final: “El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay”.
¡Pobre Paulino! ¡Pobre Quiroga! Se les iba yendo la vida y ellos sin darse cuenta de qué se trataba, de cuál era la realidad más profunda. La gran víbora parece haber ganado: no hay conciencia y, en consecuencia, no hay reflexión, ni arrepentimiento. Nada. NI recuerdos, porque no hay corazón. Todo se ahogaba en la mentira de una falsa esperanza, de una vida imposible, todo desaparecería en una muerte trivial.
Paulino muere con una pregunta sin resolver en la boca; una pregunta intrascendente sobre cuál había sido el día en que había conocido a un fulano cualquiera. Una pregunta boba para evitar el horror de la muerte. ¡Partido para la serpiente! Y usando la vieja táctica: distracción para evitar el encuentro con lo único verdaderamente real. “¡Pensá en otra cosa! ¡Ya vas a estar bien!” le dirían hoy, cuando aquello en lo que verdaderamente necesitaba pensar era justamente en lo que estaba viviendo.
Me parece haber oído que la abuela de Paulino, al despedirse de él para siempre, le había dicho: “nunca escuches a la serpiente. Tenés que estar atento a oírla llegar y verla, pero no dejes que te engañe…”. Yo te digo lo mismo.
- Entonces, ¿sigo leyendo a Horacio Quiroga?
- Con esa precaución. Como te decía, escribía muy bien, pero vivía una tremenda desesperación. Es bueno conocer qué piensan los desesperanzados, lo que no tenemos que hacer es seguirles la corriente.
La vieja serpiente siempre es astuta; mirá lo engañosa que es, que hasta se hace festejar por los chicos en Halloween. ¡Atenti!
- Sí abuelo, pero no te olvides que ya su cabeza fue aplastada.
- Técnicamente escribía muy bien, pero pensaba muy mal y vivió peor. Le tengo aprecio y me apena al mismo tiempo. ¿A vos te va gustando?
- Me gustaron los “Cuentos de la Selva”, no los de “Amor, locura y muerte”.
- Probablemente por las mismas causas que te di. En el fondo son “falsos”.
- ¿Por qué?
- Porque evitan la verdad profunda de las cosas. ¿Te acordás de “A la deriva”?
- “… el hombre estiró lentamente los dedos de la mano. Y cesó de respirar.” – citó el final textualmente- Horrible historia -me dijo con cierta repulsión.
- … Y falsa.
- ¿Por qué? Es inventada…
- Falsa porque se olvida de algo fundamental.
- ¿De qué?
- Del personaje clave: la serpiente.
- ¡La mató al principio con su machete!
- Pero su espíritu le siguió hablando en el oído a Paulino. Así se llamaba el paisano, ¿no?
- Sí, pero, ¿me vas a decir que las víboras tienen espíritu….? Ja, esta vez no te creo.
- Esta “es” espíritu. Y es clave en esta historia, quizás en la vida misma del pobre Quiroga. Y es un espíritu “tan astuto” que parece que no está, cuando, sin embargo, es el que maneja los últimos momentos del finado. Es su gran triunfo en estos tiempos: el hacernos creer que ni siquiera existe. Fijate, por acá tengo el libro…“El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie.” Quiroga decía que la primera oración era clave y era un maestro. Un genio en eso. ¿Te acordás qué hizo entonces al saber que el veneno se iría apoderando de él?
- Fue hasta su casa -respondió con exactitud.
- Leamos esta escena: “—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada. —¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!”
Allí está obrando la serpiente…No deja que piense lúcidamente, se enoja y se marcha en la búsqueda de una salvación que en el fondo sabe imposible. Ignora, desprecia a su mujer… ¿Tendría hijos? No lo sabemos. No importa… porque sólo tenía una idea en su cabeza: “el hombre no quería morir”.
Únicamente pensaba en sí mismo. Fijate que, de aquí en más, buscando esa vida que se le escapa, la serpiente lo va engañando hasta el final.
Está enojado, desesperado. El alcohol no le alcanza. Ya es tarde, pero no tiene la lucidez de pensar en lo inevitable. Se distrae buscando escaparle. Intenta pedirle ayuda a un vecino… Nadie responde. Vuelve a la canoa pensando en alcanzar un pueblo. La corriente del río lo va a llevar sin esfuerzo… Y allí tiene tiempo para pensar. En el río que baja; Quiroga describe con maestría: “El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.”
Y allí, en sus últimos minutos, reaparece la serpiente.
- ¿Cuándo? No me acuerdo – dijo mi nieto que sabe que tiene una memoria mejor que la mía…
- Allí, en el atardecer de su vida, cuando Paulino debería saber que ya no tiene más tiempo para pensar que en ese amor en el cual sería juzgado, la serpiente lo distrae y lo hace pensar en otra cosa. Le promete vida. “Eso es lo real”, le susurraba al oído… Sólo tu dolor es real. Lo demás no importa. La serpiente suele repetirse y usar siempre la misma táctica: negar la realidad inminente y dar a cambio una falsa sensación de bienestar. No se va a morir, piensa. “El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien…”.
Y mientras pensaba en ello, le entraba “una somnolencia llena de recuerdos...” Pero de recuerdos intrascendentes. ¡Toda la eternidad se jugaba en esos momentos! Pero la serpiente había logrado enredarlo en tonterías: “¿Cuánto hace que no bajaba al pueblo? ¿Tres años?”.
Fijate bien cómo pinta Quiroga ese escenario final: “El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay”.
¡Pobre Paulino! ¡Pobre Quiroga! Se les iba yendo la vida y ellos sin darse cuenta de qué se trataba, de cuál era la realidad más profunda. La gran víbora parece haber ganado: no hay conciencia y, en consecuencia, no hay reflexión, ni arrepentimiento. Nada. NI recuerdos, porque no hay corazón. Todo se ahogaba en la mentira de una falsa esperanza, de una vida imposible, todo desaparecería en una muerte trivial.
Paulino muere con una pregunta sin resolver en la boca; una pregunta intrascendente sobre cuál había sido el día en que había conocido a un fulano cualquiera. Una pregunta boba para evitar el horror de la muerte. ¡Partido para la serpiente! Y usando la vieja táctica: distracción para evitar el encuentro con lo único verdaderamente real. “¡Pensá en otra cosa! ¡Ya vas a estar bien!” le dirían hoy, cuando aquello en lo que verdaderamente necesitaba pensar era justamente en lo que estaba viviendo.
Me parece haber oído que la abuela de Paulino, al despedirse de él para siempre, le había dicho: “nunca escuches a la serpiente. Tenés que estar atento a oírla llegar y verla, pero no dejes que te engañe…”. Yo te digo lo mismo.
- Entonces, ¿sigo leyendo a Horacio Quiroga?
- Con esa precaución. Como te decía, escribía muy bien, pero vivía una tremenda desesperación. Es bueno conocer qué piensan los desesperanzados, lo que no tenemos que hacer es seguirles la corriente.
La vieja serpiente siempre es astuta; mirá lo engañosa que es, que hasta se hace festejar por los chicos en Halloween. ¡Atenti!
- Sí abuelo, pero no te olvides que ya su cabeza fue aplastada.
