Había una vez…un explorador

Por Franco Ricoveri

-Te prometí en la última charla que te iba a seguir hablando del Perito Francisco Moreno, ese “gigante” generoso y olvidado. Entonces empezamos por el final de su vida, ahora con el principio. Francisco era un chico inquieto, como ustedes. Todo le interesaba, todo lo averiguaba... El otro día te conté cómo sus últimos años los dedicó a los jóvenes, a su cuidado, alimentación, educación. Su mamá, Juana, murió cuando él tenía 15 años, cuidando un enfermo en una epidemia terrible que hubo de cólera en 1867. “A su ejemplo debo mi irresistible afecto a los infelices necesitados…”, escribió. Su padre no fue menos importante. Como descubrió temprano que Pancho (así le decía él; sus hermanos, más pícaros, lo llamaban ‘El Fósil’), tenía inquietudes especiales, siempre las alentó. 

HISTORIAS DE VIAJES

-En el viejo Colegio San José lo fascinaron las historias que contaba un hermano celador acerca de los viajes y exploraciones de los misioneros, y se puso a leer todos los libros de aventuras que se le cruzaban. Y así, también iba soñando su futuro. Y el nuestro, porque no seríamos hoy lo que somos sin ‘El Fósil’ de Moreno. Paseando con su padre y hermanos por el río, encontró unas piedras de canto rodado que le encantaron y fueron las primeras piezas de su primer Museo. De allí no paró, empezó a recolectar todas las huellas del pasado que encontraba. Y su padre no sólo lo alentaba: primero le dio unas habitaciones para que hiciera su “museo” y, después, cuando se mudaron a una quinta, le construyó el Museo Moreno, un pequeño edificio con forma de templo griego en el que expuso todas sus colecciones. Me encanta esta anécdota: quizás uno de los sabios más importantes de la época era el doctor Germán Burrmeister, alemán, paleontólogo de fama internacional, director entonces del Museo Público de Buenos Aires. Moreno tenía solo 12 años y con sus hermanos se arman de coraje y lo van a visitar. Burmeister era, como les decía, un hombre muy importante, de 60 años, los recibe con mucho afecto y todo el tiempo del mundo. Mira sus colecciones, les pregunta, los oye… Los chicos lo invitan al Museo Moreno, y casi de inmediato el sabio alemán los va a visitar. Allí nació una amistad, despareja en edades, pero profunda en quereres. Allí “explotó” la vocación de ‘Pancho, el fósil’.  Ahí nace ‘El Perito’. En el afecto de un buen maestro nacen tesoros, recuérdenlos siempre, porque el viejo doctor le cambió la vida al chico casi solo con un gesto. Y la cosa fue mutua… 

-Abuelo, ¿qué tiene que ver con el famoso ventisquero que lleva su nombre?

-Bueno, doy una vueltita para contestarte de muchos miles de kilómetros. A partir de sus 20 años, se convierte en “explorador”. ¡El más grande que tuvimos! Sus viajes por la Patagonia fueron pioneros, llegó a donde nadie antes había llegado. Algún día tendrán que leer sus Memorias, en verdad que emociona leer cuando se encuentran por primera vez con el lago Nahuel Huapi y descubre todo lo que llamamos hoy San Carlos de Bariloche… Sus expediciones por Santa Cruz… Lo nombraron ‘perito’ argentino en el momento en que se marcó bien la frontera con Chile. Probablemente nadie recorrió la Cordillera de los Andes como él. Ojo: ¡a mula, a caballo, a pie…! Miles y miles de kilómetros. Gracias a su trabajo muchísimos kilómetros cuadrados siguen perteneciéndonos. Como te decía un verdadero prócer, y un prócer olvidado. Y en este relato nos salteamos gran parte de las cosas que hizo, especialmente el Museo de La Plata, al que los tengo que llevar. Apenas entremos, vamos a ver las primeras piedritas que juntó en el río cuando era chico. 

Como les decía la vez pasada, sus últimos años los pasó pensando en nuestro futuro, buscando soluciones y obrando en consecuencia, porque a lo largo de sus kilómetros recorridos, vio los paisajes más lindos del mundo y, al mismo tiempo, miserias humanas horribles. Indignas. Como nos pasa ahora. Pero un final así de generoso se alcanza solo con una vida coherente y la coherencia siempre se aprende con el ejemplo de los mayores.