Había una vez… pajaronas y pajarracas
- Abuelo, ¿qué historia tenemos hoy?
- Vengo demasiado asqueado con las elecciones, los políticos, y sus “gallinas asesinas”, así que vayamos lejos, a algún lugar lindo…
- A mí me gustó “el boliche del puma Rosendo” – dijo una de las “gurisas”. Y dado el buen recibimiento de la propuesta, nos fuimos para allá.
- Era un boliche patagónico, no muy lejano de la costa. Tenía al lado un “club social y deportivo”, ¿se acuerdan que les conté la vez en que hubo elecciones?
- ¡Sí! ¡Ganó “La Pirincha”!
- Ña Pirincha, claro.
- ¡Y otra vez nos hablaste de una fiesta que organizó el zorrino!
- ¡Exacto! Don Rino, que quería festejar con los vecinos y al mismo tiempo dejar las cosas en claro. Ese día exigió “corazones querencieros”.
- ¿Qué era eso?
- Que amen su tierra, a su gente… Ahí se fueron algunos pájarracos que habían venido de la ciudad.
- Contanos algo de Amalia – dijo la menor. Yo no me acordaba quién era, así que le dije:
- Si me la sabés describir te cuento su historia.
- Era una nandú, muy coqueta y se creía mil – dijo con seguridad y le dio pie a su hermano:
- ¡Como vos! – y todos se rieron, así que lo corté rápido.
-Vamos a buscarla en el cuadro que tenemos del amigo Montefusco… Acá está. Me acuerdo que vivía cuidándose sus largas pestañas esperando que todos la miren, ¿no?
- ¡Sí!
-De coqueta, cayó en vanidosa. La vanidad es un vicio triste, débil, inconsistente, ¿vieron que de una persona se dice a veces que es “hueca”? Justamente de allí sale la palabra: vano, es hueco. Y estarán de acuerdo conmigo que una persona hueca es de lo más detestable… en el fondo, porque ella misma se olvida de su propia esencia, de lo que es en verdad, y se queda en su superficie y superficialidad. Probablemente sea más insoportable que el orgullo, porque se afirma en la nada. ¡Pobre Amalia! Empeoró mucho cuando conoció a una pájara venida de lejos. Se hacía llamar Shirley. Era peor que Amalia, porque si ésta era una pajarona, Shirley era una pajarraca. Muy escondedora, mentirosa. La peor influencia que pudo haber tenido. Venía de Canadá; viajaba mucho y era lo único que tenía en la cabeza.
- ¿Qué tipo de pajarraca era?
- ¡Buena pregunta! Acá en el celular tengo una aplicación que me encanta: Aves Argentinas. La busco, tiene un nombre difícil, yo cuando la conocí a Shirley era la primera vez que lo oía: un Falaropo de Pico Grueso.
- Feo el nombre…
- Sí, aunque la pajarraca era bonita. Miren, acá nos muestra su foto, la describe y nos muestra como canta… - Canta horrible… - dijo la mayor; se ve que les cayó antipática.
- Y, es un eco de su personalidad… insoportable - le di toda la razón. ¡Peor que una cotorra!
Shirley era una de esas que no saben de amores verdaderos… Después me enteré que, cuando tienen pichones, los abandonan siendo todavía huevos. El padre se tiene que ocupar empollarlos, de criarlos y alimentarlos. Algo raro entre los animales, antinatural: no hay nada peor que aquellas que olvidan que ser madres es lo mejor. Si fuera mujer, sería feminista…
- ¡Las feministas son feas! – dijo el mayor.
- Ja, por de pronto no son femeninas, no quieren serlo. Pero volvamos a Amalia. La fulana le empezó a llenar la cabeza con sus viajes. Claro ella volaba miles de kilómetros por año y la pobre Amalia se empezó a envenenar suspirando por tratar de ser otra cosa de lo que era: una señora ñandú medio bobita, pero buena en el fondo.
En el fondo eran distintas. Amalia más de su casa, hogareña, solo era coqueta. Shirley, de mundo. Mundana, vacía. Sin raíces, como les decía, porque en su cabeza solo estaba el viajar. Pero no aprovechaba a conocer ni la gente, ni su historia; coleccionaba millas y se mandaba la parte hablando “de los cielos de otras tierras”. Amalia quedó “flasheada” por aquella a la que llamaba su nueva amiga. Aunque ni siquiera podía pronunciar su nombre… y menos su especie.
Era una amistad con una sola vía, la única que hablaba era la fulana. Y a ella lo que le pudiese llegar a decir Amalia, no le interesaba ni un comino. No miraba más allá de su grueso pico.
- ¡Así no son las amigas verdaderas! – saltó la justiciera.
- Claro que no. Pero muchas veces, y más si sos pajarón, tardás en darte cuenta de quienes lo son.
- Es fácil – dijo su hermano-, a los amigos verdaderos les interesa que el otro esté bien.
- Cierto. Amalia la seguía, la imitaba y descuidaba a sus pocas amigas, porque allá en la Patagonia reina la soledad. Pero, hay que remarcarlo, tenía un buen esposo y mucho hijos traviesos que la mantenían ocupada en cosas buenas. La familia es un seguro contra las tonterías. Y se vio cuando Amalia casi se muere…
- ¿Qué pasó?
- Un accidente. Distraída se patinó y ¡zas! Al fondo de un barranco. Perdió el sentido, quedó tirada allí mucho tiempo. Los jotes empezaron a volar por encima, a ver si se la podían comer…
- ¡Qué feo!
- “Cuando hay hambre, no hay ñandú duro”, dicen por ahí. Ya se estaban acercando para picotearle los ojos, cuando apareció su esposo. Y no hay nada peor que un ñandú enfurecido… Como los jotes estaban engolosinados, no lo vieron venir, y se armó un desparramo de plumas negras donde los carroñeros quedaron más pelados que antes… La cosa es que Amalia quedó machucada y tardó un tiempo largo en componerse. Y allí conoció quiénes eran sus verdaderos amigos. De la fulana, nunca más se supo nada… desapareció. Estará por algún lado del mundo hablando de sí misma.
Ahora, cuando la quieren hacer enojar a Amalia, le dicen: “pedíle a tu amiga Shirley que te cuide”. Ahí se acuerda de lo tonta que supo ser. ¡Miren la cara que pone cuando la jorobaban! También la dibujó el gran Carlos Montefusco. En fin, Amalia siguió siendo coqueta, pero dejó de ser vanidosa, porque no es lo mismo. En las mujeres es sano un poco de coquetería, pero siempre en su justa medida.
Bien, ahora sí hay moraleja en esta historia, ¿quién me la dice?
- ¡Que no hay que ser tontos! – dijo el segundo de los gurises.
- Bien… aunque podría haberse dicho mejor.
- ¡Los varones son así! – dijo su hermana. Y tenía razón. Me hago cargo: somos así.