Opinión
Había una vez… una tierra de gauchos
- Les aseguro que uno de los orgullos más grandes que podemos tener los argentinos es el de ser “tierra de gauchos”. Ustedes saben que cuando llega el día de la Tradición, no se “disfrazan” de gauchos y paisanitas, “se visten”. Y eso es más profundo. Es un homenaje y un recuerdo de lo que somos.
- ¿Y por qué algunos dicen que el gaucho no existe más, abuelo?
- Porque no saben lo que dicen… Nunca recorrieron nuestra tierra, no aman a nuestra gente. No saben que la “gauchada” es esa mano tendida que hemos tenido los argentinos siempre hacia todos los que la necesitaron. No hay pueblo más generoso, hospitalario, menos racista que el nuestro… Si alguno recorrió a fondo nuestros caminos lo pudo comprobar.
- ¿Entonces conocés muchos gauchos?
- Muchísimos, ustedes también. A veces se ponen las pilchas completas, otras simplifican un poco y se quedan en bombachas, alpargatas, boina, o ni siquiera eso… Pero lo principal no pasa por ahí, como siempre lo principal es una cuestión de espíritu. Ser gaucho casi les diría que es una forma de vivir: respetando nuestras raíces, amándolas, y por eso, siendo libres, valientes, serviciales. Señores de sí mismos. El gaucho es cantor, y como cantor, poeta, y como poeta, hombre profundo, amante de los silencios. Dueño y señor de sus silencios.
- Jaja, ahí te agarré, el otro día oías a un cantor que decía “le tengo rabia al silencio…” No me acuerdo por qué… pero le tenía rabia.
- Sí, Atahualpa Yupanqui dijo eso, pero eso no es propio del gaucho. Lo dejamos ahí… aunque daría para comentarte algo más. Usó un lugar común. No debería haberlo dicho. Es una injusticia con el silencio.
- Ja, ahora el abuelo va a empezar: “había una vez, el silencio”
- No estaría mal… pero me quedaría callado, porque al silencio se lo respeta.
- Es un chiste; contanos alguna historia de gauchos…
- Podría empezar contándoles historias heroicas, que las hay y muchas, pero la mayoría vivó vidas sencillas y está bueno empezar así. Esta historia nos la contó (y cantó) una chica correntina, Diana “de Iberá”. Es la historia del “mencho” Portillo, un gaucho de los “esteros” correntinos que un día salió con su canoa y toda su familia, mujer y cuatro hijos, a buscar un buen lugar en donde poder cazar y juntar unos pesitos para poder vivir. Los agarró en el medio de la laguna un temporal horrible. Las canoas allá son largas y finas, generalmente no enfrentan olas ni tormentas…
- Pero, ¿los gauchos no andan a caballo…?
- Sí, pero si son gente de río, también navegan y su canoa es como su caballo. Bueno, tan grande fue la tormenta que tumbaron y todos cayeron al agua. No pudieron salvar a los chicos. Desesperante. Así que cuando llegaron a la costa, los cuatro chiquitos ya estaban en el cielo. A tres pudieron llevarlos hasta un lugar seguro. Después caminaron y caminaron por lugares imposibles… Ni podemos imaginar lo que pasaron. Pantanos, barro, cortaderas. Llegaron llenos de heridas y las del cuerpo eran las menores. El mencho pidió ayuda para buscar los cuerpos de los hijos, a los que había dejado al cuidado de los ángeles. Los encontró, los llevó y enterró en el cementerio del “pueblito azul”, la Colonia Carlos Pellegrini. Tres pequeñas cruces rojas recordaban a “los angelitos de los esteros”. Faltaba una. Los pobres padres desaparecieron un tiempo del pueblo, hasta que un día “el mencho” volvió. Contó que había soñado que encontraba el cuerpo del cuarto hijo y quería buscarlo. ¿Lo habrán tratado de loco? Quizás… La cosa es que fue y… - ¡Lo encontraron!
- Sí, como esperando que le hicieran un lugar con sus hermanitos. Y allí está hoy, como el recuerdo de un padre gaucho, que no abandona a sus hijos ni después de muertos. Cuatro cruces que no hablan solo de muerte, porque la cruz es puerta de eternidad. Una historia triste, sí, pero que nos recuerda un amor fundamental. Y que al dolor siempre se lo respeta porque encierra un misterio. Una historia simple, sin más, que conocemos porque otro paisano, don José Ramón Frete, le puso música para que no se la olvide. Hoy la canta su hija Diana, porque ser gaucho es respetar la memoria de nuestra gente, de nuestras cosas, de la vida y de la muerte. Como esas cuatro cruces chiquitas. Cruces de gente simple, de gente gaucha.
- ¡Como nosotros!
- Como ustedes…
- ¿Y por qué algunos dicen que el gaucho no existe más, abuelo?
- Porque no saben lo que dicen… Nunca recorrieron nuestra tierra, no aman a nuestra gente. No saben que la “gauchada” es esa mano tendida que hemos tenido los argentinos siempre hacia todos los que la necesitaron. No hay pueblo más generoso, hospitalario, menos racista que el nuestro… Si alguno recorrió a fondo nuestros caminos lo pudo comprobar.
- ¿Entonces conocés muchos gauchos?
- Muchísimos, ustedes también. A veces se ponen las pilchas completas, otras simplifican un poco y se quedan en bombachas, alpargatas, boina, o ni siquiera eso… Pero lo principal no pasa por ahí, como siempre lo principal es una cuestión de espíritu. Ser gaucho casi les diría que es una forma de vivir: respetando nuestras raíces, amándolas, y por eso, siendo libres, valientes, serviciales. Señores de sí mismos. El gaucho es cantor, y como cantor, poeta, y como poeta, hombre profundo, amante de los silencios. Dueño y señor de sus silencios.
- Jaja, ahí te agarré, el otro día oías a un cantor que decía “le tengo rabia al silencio…” No me acuerdo por qué… pero le tenía rabia.
- Sí, Atahualpa Yupanqui dijo eso, pero eso no es propio del gaucho. Lo dejamos ahí… aunque daría para comentarte algo más. Usó un lugar común. No debería haberlo dicho. Es una injusticia con el silencio.
- Ja, ahora el abuelo va a empezar: “había una vez, el silencio”
- No estaría mal… pero me quedaría callado, porque al silencio se lo respeta.
- Es un chiste; contanos alguna historia de gauchos…
- Podría empezar contándoles historias heroicas, que las hay y muchas, pero la mayoría vivó vidas sencillas y está bueno empezar así. Esta historia nos la contó (y cantó) una chica correntina, Diana “de Iberá”. Es la historia del “mencho” Portillo, un gaucho de los “esteros” correntinos que un día salió con su canoa y toda su familia, mujer y cuatro hijos, a buscar un buen lugar en donde poder cazar y juntar unos pesitos para poder vivir. Los agarró en el medio de la laguna un temporal horrible. Las canoas allá son largas y finas, generalmente no enfrentan olas ni tormentas…
- Pero, ¿los gauchos no andan a caballo…?
- Sí, pero si son gente de río, también navegan y su canoa es como su caballo. Bueno, tan grande fue la tormenta que tumbaron y todos cayeron al agua. No pudieron salvar a los chicos. Desesperante. Así que cuando llegaron a la costa, los cuatro chiquitos ya estaban en el cielo. A tres pudieron llevarlos hasta un lugar seguro. Después caminaron y caminaron por lugares imposibles… Ni podemos imaginar lo que pasaron. Pantanos, barro, cortaderas. Llegaron llenos de heridas y las del cuerpo eran las menores. El mencho pidió ayuda para buscar los cuerpos de los hijos, a los que había dejado al cuidado de los ángeles. Los encontró, los llevó y enterró en el cementerio del “pueblito azul”, la Colonia Carlos Pellegrini. Tres pequeñas cruces rojas recordaban a “los angelitos de los esteros”. Faltaba una. Los pobres padres desaparecieron un tiempo del pueblo, hasta que un día “el mencho” volvió. Contó que había soñado que encontraba el cuerpo del cuarto hijo y quería buscarlo. ¿Lo habrán tratado de loco? Quizás… La cosa es que fue y… - ¡Lo encontraron!
- Sí, como esperando que le hicieran un lugar con sus hermanitos. Y allí está hoy, como el recuerdo de un padre gaucho, que no abandona a sus hijos ni después de muertos. Cuatro cruces que no hablan solo de muerte, porque la cruz es puerta de eternidad. Una historia triste, sí, pero que nos recuerda un amor fundamental. Y que al dolor siempre se lo respeta porque encierra un misterio. Una historia simple, sin más, que conocemos porque otro paisano, don José Ramón Frete, le puso música para que no se la olvide. Hoy la canta su hija Diana, porque ser gaucho es respetar la memoria de nuestra gente, de nuestras cosas, de la vida y de la muerte. Como esas cuatro cruces chiquitas. Cruces de gente simple, de gente gaucha.
- ¡Como nosotros!
- Como ustedes…