Había una vez... una abanderada

Este año se inauguró en Manuel Alberti, Pilar, una Escuela Especial. Se llama Santo Tomás, en honor al santo de Aquino, el gran filósofo y teólogo. Una de las mentes más brillantes de la historia. Yo creo que el día de la inauguración él estaba feliz, asomado desde cielo, mirando a sus nuevos alumnos. Y de entre todos le llamó la atención una, la abanderada. Mica. Durante todo el acto ella no pudo contener las lágrimas. Lloraba y lloraba. Mica tenía Síndrome de Down. Digo tenía, porque acaba de dejarnos, y Santo Tomás en el cielo ya la debe haber recibido dándole un abrazo. Su primera egresada. Mica está allí espléndida, como nunca, más buena y más linda. Tenemos, como cristianos que somos, la certeza de que Dios, Nuestro Padre, la recibió contento. Era buena y murió con los auxilios de la Fe, recibiendo la Unción de los enfermos, acompañada de las oraciones de muchas comunidades.
 
UN GRAN CORAZON
Pero volvemos a ese primer día de clases. Mica lloraba porque era extremadamente sensible, tenía una gran corazón. Me contó entonces que se acordaba de su padre, recientemente fallecido; también de su abuela… Y también sabía lo que significaba llevar la bandera de la Patria. Cuando cantamos el himno nos emocionó a todos los que estábamos allí. Eran lágrimas de tristeza y alegría bien mezcladas. Como son las de este mundo. Hoy, meses después, podemos decir que cumplió con lo que cantaba. Murió como juró hacerlo: “con gloria…” Dios quiera que todos nosotros podamos también cumplir con eso: morir con gloria. Pero normalmente para morir con “gloria” hay que saber vivir, no es casualidad. Volvamos para atrás.
Ese día, unos chicos comenzaban las clases. La “Escuela Santo Tomás” tuvo un nacimiento sencillo, pero prometiendo grandezas. Se iba a ocupar de los más olvidados del sistema educativo. De los rechazados, de aquellos con más dificultades. Podríamos decir también, de los sobrevivientes. ¿Por qué? Porque a la mayoría de las madres con hijos con problemas, se las presiona desde hace años para que los maten. ¡Epa! ¿Exagero? No, hoy hay países que se enorgullecen de no tener casi nacimientos de chicos con Síndrome de Down, por ejemplo, Islandia, Inglaterra… ¿Los curan? No, los matan. Estos dos países lo blanquearon y lo dijeron, nosotros somos más hipócritas y la matanza queda casi siempre en el secreto de un consultorio. Lo cierto es que cada vez se ven menos chicos con Trisonomía 21 y el mundo sin ellos será horriblemente peor. Nosotros, por suerte, la conocimos a Mica y sabemos cuánto valió su breve vida entre nosotros.
 
BAILE COMPLICADO
La escuela nació heroicamente, gracias al esfuerzo de mucha gente. Destaco el arrojo con el que encaró este proyecto su fundador, el Padre Tomás Llorente, uno de esos curas que no se cansan de pedir por los más necesitados. Había fundado otros colegios, pero este lo hizo con más de 80 años, cuando podría estar descansando… Pero él sabe que hay urgencias frente a las cuales no podemos mirar a otro lado. Por eso movió montañas y se metió en un baile complicado. Tiene gente que sabe que, ayudando a esta obra, hace un bien infinito.
Las dificultades que se superaron para poder abrir fueron gigantes, las que hay que seguir superando hoy, día a día, para poder mantenerse, todavía mayores. Nada es fácil. Y está bien, porque si el heroísmo fuese fácil, no sería heroico. Pero los verdaderos protagonistas de esta “gesta” fueron los chicos que, como Mica, escriben una historia especial.
Les cuento una anécdota tan mínima, como de valiosa. Uno de los compañeros de Mica tiene problemas de alimentación. Le cuesta muchísimo comer… Las maestras lo acompañaban, pero era un caso difícil. Mica se dio cuenta y se hizo cargo. Se empezó a sentar junto a él en los almuerzos y lo alentaba. Él le hizo caso, ella sabía que las misiones se cumplen. Por eso hoy es que ahora la extrañan tanto. Era la mayor del colegio. Hoy es la primera egresada. Los abanderados marchan al frente y son aliento para los demás.
Hace más de un mes, Mica se enfermó. Estuvo internada desde entonces. Su madre no se despegó de ella ni un segundo. No me explico cómo hizo. Estuvo un mes en terapia intensiva, entubada, crucificada. Su madre, al pie de la cruz, aceptando. Como siempre. Estuvo un mes casi sin dormir. Lo poco que dormía, lo hacía de a ratitos en los sillones de la sala de espera. Sólo las madres son capaces de esos heroísmos. Quería estar con ella hasta el último segundo y Dios le concedió esa gracia.
Tuve el regalo de verlas la semana pasada. Mica estaba inconsciente. Estaba viviendo “el misterio del fin”. Misterio es aquello que se nos está oculto. Que no podemos llegar a entender. Pero un misterio no es un absurdo, solamente es algo que por ahora no entendemos. Quizás con el tiempo lo hagamos.
 
LUCHAR CONTRA LA CORRIENTE
Cuando estaba por nacer, hace 17 años, algún médico le sugirió a su madre que lo mejor iba a ser que muriese. En ese momento ella supo que iba a tener que luchar siempre contra la corriente. Por Mica, con Mica. Lo que no sabía es que las alegrías iban a ser mucho mayores que los sufrimientos. Aún hoy, en el momento de la despedida, las alegrías son mayores. Porque las alegrías participan de la eternidad, en cambio a los sufrimientos los podemos hacer perecederos.
La madre prometió que iba a escribir un libro. Lo necesitamos para asomarnos al “misterio” y tratar de entender algo al menos. Lo necesitamos para que aquellos que conocimos a Mica, no la olvidemos y para que aquellos que no la conocieron, sepan que “toda vida vale infinitamente.” Que hay que cuidarlas. Y con predilección a aquellas más sufridas. Son nuestra riqueza.