Opinión
Había una vez… un presidente honesto
- Yo sé que sus padres les tienen prohibido mirar las noticias y hacen muy bien, pero cuando sean grandes y deban hacerlo, les va a agarrar tristeza al ver la galería de mala gente que gobernó nuestra Patria. Por eso comienzo por una preguntita: ¿qué quiere decir ser honesto?
- ¡Que no roba! -contestaron casi todos los nietos-.
- Y se quedan cortos. La palabra “honestidad” es mucho más completa y abarca todas las cosas que hacemos: es deshonesto tanto el que se porta mal con su familia, como el que roba o el que se droga. Aunque nadie lo sepa. Con la “honradez” provienen de otra muy olvidada: el “honor”. Ser una persona de honor significa que la gente sabe que tenés palabra, que sos íntegro, entero. Eso está muy lejos de ser solo una apariencia. Ser una persona honrada no se reduce por eso a “no robar”, aunque hoy sea lo que más se ve. Deshonesto es todo aquél que traiciona lo que tiene que ser, aunque nadie lo sepa. ¿Se acuerdan esa frase de San Martín: “Serás lo que debas ser…”
- “…o eres nada” – supieron responder-.
- Bueno, un presidente deshonesto es “nada”, es siempre un traidor. Pero vamos a hablar de lo contrario, de un Presidente que intentó ser fiel a lo que debía ser: Nicolás Avellaneda. Y no les voy a contar todas las cosas que hizo, les voy a contar sus “por qué y cómo”. Esas son enseñanzas que quisiera que aprendan. A Avellaneda le tocaron tiempos como ahora, muy difíciles, cargados de ideologías (hasta hay que aclarar que él mismo no estaba libre de ellas). Antes había sido buen Ministro de Educación de un Presidente “muy complicado”: Sarmiento. Un detalle que siempre encontramos en los que han hecho algo bueno: conocía y quería a su gente. Tanto como ministro, como presidente, viajó mucho recorriendo nuestro país mirando y oyendo. A los demás siempre les gustó más viajar por el mundo que encontrarse acá con las necesidades reales, verlas y “condolerse”. Pero para poder hacer eso hay que saber vencer las ambiciones personales, el propio orgullo y ser humilde.
Siendo Presidente volvió a su tierra, Tucumán, y primero quiso recorrer sus lugares y estar con sus paisanos. Al saludar a los que lo esperaban en la calle les dijo: “Mírenme, estoy más viejo, pero soy el mismo de siempre…”. Quizás eso es lo más grande que se puede decir de él: no lo arruinó el poder. A la mayoría el poder los destruye… Pero yo creo que, como les dije, a él lo salvó el que era un hombre de Fe, católico, y que quería el bien de su gente, no lo aparentaba para mendigar votos. Por eso se ocupó tanto por la educación. Había provincias, por ejemplo, que se habían quedado sin ninguna escuela. Las tuvieron. Hizo mucho, pero su gran preocupación era ver que estábamos divididos, que cada bando político odiaba al otro y fomentaba la desunión. ¿Se acuerdan dónde está enterrado el General San Martín?
- ¡En la Catedral de Buenos Aires!
- Sí, ¡muy bien! San Martín se había muerto en Francia. Fue Avellaneda el que trajo su cuerpo años después y lo hizo en el marco de un plan político que llamó la “Conciliación Nacional”. Como los egoísmos de los políticos se parecían mucho a los de ahora, a Avellaneda se le ocurrió convocar a la figura del Libertador para unirnos. San Martín fue elegido porque siempre estuvo arriba de las miserias del poder y, al mismo tiempo fue, es y será el modelo de líder que nos tiene que inspirar, como alguna vez lo charlamos.
- ¡Pero San Martín estaba muerto! – dijo mi nieta mayor, a la que le gustan siempre los “peros”.
- Avellaneda hablaba muy bien y ese no es un detalle menor. Porque el que habla bien respeta al otro…
- … no me contestaste, abuelo…
- Porque sos ansiosa y no me das tiempo; hay que saber hablar y oír. Y Avellaneda sabía las dos cosas. Veía las grandes necesidades de nuestra gente y que, divididos, no habría salida. Entonces en uno de sus discursos dijo una frase genial. Es difícil, así que escuchen bien: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir”. Y lo voy a explicar bien simple. Una comunidad fuerte es como un árbol: tiene raíces, tradiciones. Sin raíces los árboles y las comunidades se derrumban. Los muertos son tan importantes como los vivos. Se los respeta, imita y recuerda. Y ellos nos ayudan, ¡claro que sí! Son intercesores, ejemplo, aliento. Don Avellaneda fue hábil al buscar apoyo en un genio como el Libertador. Si le hubiesen hecho caso, hoy tendríamos otra Argentina y sus padres les dejarían ver noticias. Creo, chicos, que solo hay una única forma para salir adelante: haciendo una Patria sanmartiniana.
- Pero entonces, ¿pudo lograrlo o no?
- Sólo en parte… Las luchas políticas terminan siempre arruinando las mejores intenciones. Ah… ¡los “egos”! Huyan siempre de los que “se la creen”, porque si la autoridad no es “servicio”, termina siendo traición.
- ¡Que no roba! -contestaron casi todos los nietos-.
- Y se quedan cortos. La palabra “honestidad” es mucho más completa y abarca todas las cosas que hacemos: es deshonesto tanto el que se porta mal con su familia, como el que roba o el que se droga. Aunque nadie lo sepa. Con la “honradez” provienen de otra muy olvidada: el “honor”. Ser una persona de honor significa que la gente sabe que tenés palabra, que sos íntegro, entero. Eso está muy lejos de ser solo una apariencia. Ser una persona honrada no se reduce por eso a “no robar”, aunque hoy sea lo que más se ve. Deshonesto es todo aquél que traiciona lo que tiene que ser, aunque nadie lo sepa. ¿Se acuerdan esa frase de San Martín: “Serás lo que debas ser…”
- “…o eres nada” – supieron responder-.
- Bueno, un presidente deshonesto es “nada”, es siempre un traidor. Pero vamos a hablar de lo contrario, de un Presidente que intentó ser fiel a lo que debía ser: Nicolás Avellaneda. Y no les voy a contar todas las cosas que hizo, les voy a contar sus “por qué y cómo”. Esas son enseñanzas que quisiera que aprendan. A Avellaneda le tocaron tiempos como ahora, muy difíciles, cargados de ideologías (hasta hay que aclarar que él mismo no estaba libre de ellas). Antes había sido buen Ministro de Educación de un Presidente “muy complicado”: Sarmiento. Un detalle que siempre encontramos en los que han hecho algo bueno: conocía y quería a su gente. Tanto como ministro, como presidente, viajó mucho recorriendo nuestro país mirando y oyendo. A los demás siempre les gustó más viajar por el mundo que encontrarse acá con las necesidades reales, verlas y “condolerse”. Pero para poder hacer eso hay que saber vencer las ambiciones personales, el propio orgullo y ser humilde.
Siendo Presidente volvió a su tierra, Tucumán, y primero quiso recorrer sus lugares y estar con sus paisanos. Al saludar a los que lo esperaban en la calle les dijo: “Mírenme, estoy más viejo, pero soy el mismo de siempre…”. Quizás eso es lo más grande que se puede decir de él: no lo arruinó el poder. A la mayoría el poder los destruye… Pero yo creo que, como les dije, a él lo salvó el que era un hombre de Fe, católico, y que quería el bien de su gente, no lo aparentaba para mendigar votos. Por eso se ocupó tanto por la educación. Había provincias, por ejemplo, que se habían quedado sin ninguna escuela. Las tuvieron. Hizo mucho, pero su gran preocupación era ver que estábamos divididos, que cada bando político odiaba al otro y fomentaba la desunión. ¿Se acuerdan dónde está enterrado el General San Martín?
- ¡En la Catedral de Buenos Aires!
- Sí, ¡muy bien! San Martín se había muerto en Francia. Fue Avellaneda el que trajo su cuerpo años después y lo hizo en el marco de un plan político que llamó la “Conciliación Nacional”. Como los egoísmos de los políticos se parecían mucho a los de ahora, a Avellaneda se le ocurrió convocar a la figura del Libertador para unirnos. San Martín fue elegido porque siempre estuvo arriba de las miserias del poder y, al mismo tiempo fue, es y será el modelo de líder que nos tiene que inspirar, como alguna vez lo charlamos.
- ¡Pero San Martín estaba muerto! – dijo mi nieta mayor, a la que le gustan siempre los “peros”.
- Avellaneda hablaba muy bien y ese no es un detalle menor. Porque el que habla bien respeta al otro…
- … no me contestaste, abuelo…
- Porque sos ansiosa y no me das tiempo; hay que saber hablar y oír. Y Avellaneda sabía las dos cosas. Veía las grandes necesidades de nuestra gente y que, divididos, no habría salida. Entonces en uno de sus discursos dijo una frase genial. Es difícil, así que escuchen bien: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir”. Y lo voy a explicar bien simple. Una comunidad fuerte es como un árbol: tiene raíces, tradiciones. Sin raíces los árboles y las comunidades se derrumban. Los muertos son tan importantes como los vivos. Se los respeta, imita y recuerda. Y ellos nos ayudan, ¡claro que sí! Son intercesores, ejemplo, aliento. Don Avellaneda fue hábil al buscar apoyo en un genio como el Libertador. Si le hubiesen hecho caso, hoy tendríamos otra Argentina y sus padres les dejarían ver noticias. Creo, chicos, que solo hay una única forma para salir adelante: haciendo una Patria sanmartiniana.
- Pero entonces, ¿pudo lograrlo o no?
- Sólo en parte… Las luchas políticas terminan siempre arruinando las mejores intenciones. Ah… ¡los “egos”! Huyan siempre de los que “se la creen”, porque si la autoridad no es “servicio”, termina siendo traición.