Opinión
Había una vez… un ladrón de manzanas
- Abuelo, ¿quién es tu escritor preferido?
- No te puedo responder algo así; es como si me preguntases quién es mi nieto preferido...
- Soy yo, es obvio… ¡Ja!
- Todos tienen algo distinto, todos tienen dones por los cuales uno agradece... Los nietos y los escritores.
- Pero, ¿de quién tenés más libros?
- Probablemente de San Agustín de Hipona…
- Entonces es tu preferido…
- Buena parte los heredé de un gran amigo y todavía tengo que terminar de leerlos. Sin duda es de los más grandes filósofos y teólogos de todos los tiempos. Quizás en esa categoría y por su forma de escribir, es el que más me atrae… Además, tengo una deuda con ese amigo: antes de morir planeábamos juntos escribir un libro sobre él, para ayudar a que se lea más fácilmente.
- ¿Es difícil?
- Según… Desde ya que no es oscuro, al contrario. Su libro “Las Confesiones” es uno de los más leídos y publicados de todos los tiempos. Pero, como está escrito hace muchos siglos, como es profundo y poético, hace falta cierto “entrenamiento”.
- ¿Yo lo puedo leer?
- Algún día tendrás que leerlo… Por ahora si querés te cuento algo.
- Bueno… - En este libro cuenta su propia historia. Es la primera autobiografía que se escribió. Al principio hacía cosas que no estaban bien, y eso lo llenaba de infelicidad. Hay un momento clave en que cuenta cómo, chico todavía, se juntó con unos amigos para robarle manzanas a un vecino. Estaban en patota y un poco lo llevaron de las narices…
- ¿Tenían hambre?
- No. Robó por el puro placer de hacer algo malo. Después las tiraron. Y eso es lo que lo hizo pensar mucho.
- No hay mucho que pensar: eso está mal.
- Claro, pero, lo hace mucho más grave, y le sirvió para entender la naturaleza de ese el Mal. Agustín no robó por un deseo de las manzanas en sí (que describe como feúchas), sino por el acto mismo de hacer algo prohibido. Eso le hizo darse cuenta de que existía en él una “voluntad corrompida”, una inclinación al mal. También piensa que la presión de los compañeros fue una fuerte influencia que no lo ayudó para obrar libremente. Porque uno no es libre cuando elige el mal, porque el mal es ausencia de Bien. La libertad, para Agustín, no es solo elegir, sino elegir correctamente, orientándose hacia el Bien verdadero.
Fijate que ese robo para la mayoría pasaría como algo sin importancia, en cambio a él le quedó un espina para toda su vida. Pensó y pensó por qué hizo eso… ¿Por qué disfrutó cometiendo un acto malo? Y ahí ahondó en un principio básico de la filosofía que es el “conocerse a uno mismo”. Lo que no es nada fácil.
“Las manzanas” para él fueron una evidencia de que no podía obrar bien con sus solas fuerzas, sin la “Gracia” de Dios. Agustín supo por su experiencia, que la salvación y la rectitud moral no pueden lograrse solo con el esfuerzo humano, sino que requieren de ayuda divina. Este episodio de su juventud le recordará siempre lo que era su vida antes de su conversión, cuando estaba dominado por sus caprichos.
- Pero, ¿la culpa no era de los demás que lo empujaron a robar?
- Lo fácil es siempre echarle la culpa a los demás, pero él supo que fue su propia elección la de robar. La responsabilidad siempre es personal: cada persona es responsable por sus actos. Después de eso San Agustín hizo otras muchas cosas malas. Podríamos decir que fue un joven débil, muy capaz, rodeado por un mundo difícil que lo llevaba al placer y… por ese camino, a la infelicidad. Allí está otro de sus temas: la búsqueda de esa felicidad. Un “corazón inquieto”, se define, que solamente halló la paz cuando encontró a Dios y se negó a sí mismo. Más adelante, en ese libro, Agustín narra cómo la gracia de Dios lo transformó, permitiéndole reorientar su voluntad hacia el bien en serio.
-Ah… -me dijo. Se ve que no fui muy atrayente, porque me quiso cambiar de tema - ¿No teníamos que empezar a preparar una “revolución”? – pobre chico, pensé, ¡mirá de las cosas que le hablo! Pero ya estaba embalado…
- Es lo que estamos haciendo… Porque la verdadera revolución empieza en el corazón de cada uno cambiándose a sí mismo. Como lo hizo San Agustín, y ¡vaya que su época lo necesitaba!
Él vivió durante el derrumbe del Imperio Romano, hace más de 1.500 años. Cuando muere, los bárbaros estaban por invadir su ciudad en esa ola que destruiría todo. Por eso es un tema que también lo preocupó mucho. ¡El mundo se hundía ante sus ojos!
Quizás la pista la encontramos en otro de sus libros: “La Ciudad de Dios”. “Dos amores construyeron dos ciudades” – dice ahí -. A la terrena, la fundó el amor del hombre hacia sí mismo, el egoísmo. A la celestial, lo contrario: el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo. Son dos ciudades, pero al mismo tiempo dos caminos y, ¡hay que elegir! Agustín sabe que la política es peligrosa. Reconoce que las leyes y el gobierno son necesarios para mantener el orden en una sociedad, pero también advierte que estas instituciones suelen estar impregnadas de los valores mezquinos de la Ciudad Terrenal. Y Roma era grande en serio, tanto en grandezas, como en miserias.
En medio de los desórdenes de la Ciudad Terrenal, donde en lugar del bien la mayoría de las personas buscan poder, riqueza o placeres, nuestra responsabilidad es vivir como miembros de la Ciudad de Dios, actuar con justicia, mostrando amor, bondad y obediencia a Dios: ¡bien contracorriente! Esto es algo totalmente revolucionario. Si lo lográs, la contrarrevolución ya está ganada.
- ¿San Agustín pudo?
- Él dio el buen combate y, con el tiempo, logró un mundo mejor. Y hoy, muchos siglos después, el pensamiento de San Agustín sigue atrapando, porque responde a las preocupaciones del hombre moderno.
- No te puedo responder algo así; es como si me preguntases quién es mi nieto preferido...
- Soy yo, es obvio… ¡Ja!
- Todos tienen algo distinto, todos tienen dones por los cuales uno agradece... Los nietos y los escritores.
- Pero, ¿de quién tenés más libros?
- Probablemente de San Agustín de Hipona…
- Entonces es tu preferido…
- Buena parte los heredé de un gran amigo y todavía tengo que terminar de leerlos. Sin duda es de los más grandes filósofos y teólogos de todos los tiempos. Quizás en esa categoría y por su forma de escribir, es el que más me atrae… Además, tengo una deuda con ese amigo: antes de morir planeábamos juntos escribir un libro sobre él, para ayudar a que se lea más fácilmente.
- ¿Es difícil?
- Según… Desde ya que no es oscuro, al contrario. Su libro “Las Confesiones” es uno de los más leídos y publicados de todos los tiempos. Pero, como está escrito hace muchos siglos, como es profundo y poético, hace falta cierto “entrenamiento”.
- ¿Yo lo puedo leer?
- Algún día tendrás que leerlo… Por ahora si querés te cuento algo.
- Bueno… - En este libro cuenta su propia historia. Es la primera autobiografía que se escribió. Al principio hacía cosas que no estaban bien, y eso lo llenaba de infelicidad. Hay un momento clave en que cuenta cómo, chico todavía, se juntó con unos amigos para robarle manzanas a un vecino. Estaban en patota y un poco lo llevaron de las narices…
- ¿Tenían hambre?
- No. Robó por el puro placer de hacer algo malo. Después las tiraron. Y eso es lo que lo hizo pensar mucho.
- No hay mucho que pensar: eso está mal.
- Claro, pero, lo hace mucho más grave, y le sirvió para entender la naturaleza de ese el Mal. Agustín no robó por un deseo de las manzanas en sí (que describe como feúchas), sino por el acto mismo de hacer algo prohibido. Eso le hizo darse cuenta de que existía en él una “voluntad corrompida”, una inclinación al mal. También piensa que la presión de los compañeros fue una fuerte influencia que no lo ayudó para obrar libremente. Porque uno no es libre cuando elige el mal, porque el mal es ausencia de Bien. La libertad, para Agustín, no es solo elegir, sino elegir correctamente, orientándose hacia el Bien verdadero.
Fijate que ese robo para la mayoría pasaría como algo sin importancia, en cambio a él le quedó un espina para toda su vida. Pensó y pensó por qué hizo eso… ¿Por qué disfrutó cometiendo un acto malo? Y ahí ahondó en un principio básico de la filosofía que es el “conocerse a uno mismo”. Lo que no es nada fácil.
“Las manzanas” para él fueron una evidencia de que no podía obrar bien con sus solas fuerzas, sin la “Gracia” de Dios. Agustín supo por su experiencia, que la salvación y la rectitud moral no pueden lograrse solo con el esfuerzo humano, sino que requieren de ayuda divina. Este episodio de su juventud le recordará siempre lo que era su vida antes de su conversión, cuando estaba dominado por sus caprichos.
- Pero, ¿la culpa no era de los demás que lo empujaron a robar?
- Lo fácil es siempre echarle la culpa a los demás, pero él supo que fue su propia elección la de robar. La responsabilidad siempre es personal: cada persona es responsable por sus actos. Después de eso San Agustín hizo otras muchas cosas malas. Podríamos decir que fue un joven débil, muy capaz, rodeado por un mundo difícil que lo llevaba al placer y… por ese camino, a la infelicidad. Allí está otro de sus temas: la búsqueda de esa felicidad. Un “corazón inquieto”, se define, que solamente halló la paz cuando encontró a Dios y se negó a sí mismo. Más adelante, en ese libro, Agustín narra cómo la gracia de Dios lo transformó, permitiéndole reorientar su voluntad hacia el bien en serio.
-Ah… -me dijo. Se ve que no fui muy atrayente, porque me quiso cambiar de tema - ¿No teníamos que empezar a preparar una “revolución”? – pobre chico, pensé, ¡mirá de las cosas que le hablo! Pero ya estaba embalado…
- Es lo que estamos haciendo… Porque la verdadera revolución empieza en el corazón de cada uno cambiándose a sí mismo. Como lo hizo San Agustín, y ¡vaya que su época lo necesitaba!
Él vivió durante el derrumbe del Imperio Romano, hace más de 1.500 años. Cuando muere, los bárbaros estaban por invadir su ciudad en esa ola que destruiría todo. Por eso es un tema que también lo preocupó mucho. ¡El mundo se hundía ante sus ojos!
Quizás la pista la encontramos en otro de sus libros: “La Ciudad de Dios”. “Dos amores construyeron dos ciudades” – dice ahí -. A la terrena, la fundó el amor del hombre hacia sí mismo, el egoísmo. A la celestial, lo contrario: el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo. Son dos ciudades, pero al mismo tiempo dos caminos y, ¡hay que elegir! Agustín sabe que la política es peligrosa. Reconoce que las leyes y el gobierno son necesarios para mantener el orden en una sociedad, pero también advierte que estas instituciones suelen estar impregnadas de los valores mezquinos de la Ciudad Terrenal. Y Roma era grande en serio, tanto en grandezas, como en miserias.
En medio de los desórdenes de la Ciudad Terrenal, donde en lugar del bien la mayoría de las personas buscan poder, riqueza o placeres, nuestra responsabilidad es vivir como miembros de la Ciudad de Dios, actuar con justicia, mostrando amor, bondad y obediencia a Dios: ¡bien contracorriente! Esto es algo totalmente revolucionario. Si lo lográs, la contrarrevolución ya está ganada.
- ¿San Agustín pudo?
- Él dio el buen combate y, con el tiempo, logró un mundo mejor. Y hoy, muchos siglos después, el pensamiento de San Agustín sigue atrapando, porque responde a las preocupaciones del hombre moderno.