Opinión
Había una vez… un chico como vos
-¿Se acuerdan que una vez les conté la historia de Anita, una chica que se había ido a vivir a Formosa con su abuela?
- Sí, abuelo, la que estaba terminando Primaria y no sabía ni leer…
- Algo así. Bueno, la historia de hoy es parecida, es la de un chico mayor, de secundaria. Le vamos a poner un nombre normal: Juan. Sabe leer, pero muy poquito más. Está en cuarto año y la historia está pasando en este momento. El año pasado el director de su escuela los llamó para contarles que cambiaban las cosas y que, ahora, ya no se repetiría de año en el caso de que se llevaran más de tres materias. A pesar de lo que parecía probable, nadie se alegró con la noticia. Era una escuela común, donde había chicos que estudiaban (no muchos), chicos que aprobaban sin esforzarse (casi la mayoría) y vagos revagos que entregaban las pruebas en blanco (tampoco muchísimos). Era una escuela pobre, parroquial, así que los padres tenían que pagar una pequeña cuota y, si los chicos repetían, eso era plata tirada. Aunque sea por eso, los padres les exigían lo mínimo. Por supuesto que, a esta altura de la evolución (o involución) de la educación (o maleducación) argentina, para repetir había que ser muy, pero muy vago. Un mínimo de voluntad, un mísero trabajito práctico (muchas veces copiados de internet sin imaginación) bastaban para pasar, pero ni aún así.
El caso es que cuando anunciaron las nuevas medidas, sobre todo hubo confusión. A uno de los buenos se le ocurrió decir: “¿Y qué pasa con los que estudiamos siempre?”. Era una pregunta trágica, porque si se muestra con hechos que no hay diferencia entre estudiar o no, que da lo mismo “ser un burro que un gran profesor”…
-Eso se lo oí cantar al abuelo de una amiga -interrumpió una de las chicas-.
-Claro, es de un famoso tango: Cambalache; muy actual.
- Ja, “cambalache”, ¡qué palabra loca!
- Más loca es la realidad que describía… El tango tiene casi cien años, pero no parece que hemos mejorado, al contrario. Cambalache sería un lugar donde se vende cualquier cosa y por eso en un momento habla de la “Biblia junto al calefón”. Por extensión es un mundo en donde todo da lo mismo, como en nuestras escuelas el saber y el no saber. No me quiero distraer como siempre, porque les quería contar la historia de ese chico, pero oigan como dice esa estrofa:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador.
Todo es igual, nada es mejor,
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón
Los inmorales nos han igualao…”
NO APLAZAR
Y la cosa es que no aplazar a alguien que lo merece, no aprobarlo si no estudió, es una falta gravísima de honestidad revestida de falsa misericordia… No exigir lo máximo que pueden dar los chicos es, ante todo, faltarles el respeto.
- ¡Se enojó el abuelo! -oí que dijo uno… Y era cierto, aunque me explicaba mal. ¡Qué culpa tienen ellos del estropicio que hacemos los grandes! Traté de mejorar el discurso…
- Yo tuve una alumna que repitió un año y la cosa la golpeó tan fuerte que al año siguiente fue la mejor alumna. Y eso que era en un Colegio muy bueno, el mejor del barrio al menos.
-¿Qué colegio?
-Ja si lo digo, los vecinos se van a enojar. Pero era así. La chica y el colegio. Si por falsa caridad o por flojera, o por pereza, o por ideologías berretas y politiquería, la hubiésemos aprobado, nunca hubiese llegado a ser lo que fue; hubiera dicho: “Da lo mismo”. Y eso es lo que le pasa a Juan, el chico del cuento de hoy… Le pusieron por delante un sistema educativo que dice “da lo mismo”. Y dejó de estudiar. Está terminando el “período de evaluación de febrero”, y, cuando fue al colegio, no le importó entregar las pruebas en blanco. Él sabe que tarde o temprano aprobará. O peor, que, aunque nunca terminara de dar las materias, nada cambiaría en su vida. ¡Pero está en gran peligro! Entre la comodidad y el aburrimiento hay solo un almohadón de distancia. Y el paso siguiente es la desesperación.
No se da cuenta de que, para este sistema, aparentemente benévolo, pero en el fondo hondamente corruptor, él es un numerito en una estadística que hay que forzar para que se vea mejor: “Tenemos tantos chicos “escolarizados”, tantos que han terminado “de cursar” la secundaria…” Si aprenden o no, es otro tema que no importa... Porque el número no ve la cara de nuestro amigo, aunque digan que sí y blá blá blá. No ve que lo condenan a un futuro oscuro donde seguirá siendo un numerito cada vez más insignificante hasta que empiece a molestar y de alguna forma lo eliminen…
- Papá -intervino una de mis hijas- es una historia fea para los chicos…
- Tenés razón… Pero más feo será el quedarse del lado del cambalache y, para no hacerlo, tenemos que estar atentos y conocer el peligro. Este pobre chico, el de esta historia, no lo conoce… Hoy está pasando de año lleno de materias, y sus docentes lo “rellenan” con palabras y planes que nadie entiende. ¡Pobre Juan! ¡Pobres los cientos de miles de Juanes que pueblan nuestras aulas!
Sólo les pido que se queden con una idea. Es bueno que a ustedes les exijan lo más posible. Agradezcan a quien lo hace. Lo otro, es una gran estafa.
- Sí, abuelo, la que estaba terminando Primaria y no sabía ni leer…
- Algo así. Bueno, la historia de hoy es parecida, es la de un chico mayor, de secundaria. Le vamos a poner un nombre normal: Juan. Sabe leer, pero muy poquito más. Está en cuarto año y la historia está pasando en este momento. El año pasado el director de su escuela los llamó para contarles que cambiaban las cosas y que, ahora, ya no se repetiría de año en el caso de que se llevaran más de tres materias. A pesar de lo que parecía probable, nadie se alegró con la noticia. Era una escuela común, donde había chicos que estudiaban (no muchos), chicos que aprobaban sin esforzarse (casi la mayoría) y vagos revagos que entregaban las pruebas en blanco (tampoco muchísimos). Era una escuela pobre, parroquial, así que los padres tenían que pagar una pequeña cuota y, si los chicos repetían, eso era plata tirada. Aunque sea por eso, los padres les exigían lo mínimo. Por supuesto que, a esta altura de la evolución (o involución) de la educación (o maleducación) argentina, para repetir había que ser muy, pero muy vago. Un mínimo de voluntad, un mísero trabajito práctico (muchas veces copiados de internet sin imaginación) bastaban para pasar, pero ni aún así.
El caso es que cuando anunciaron las nuevas medidas, sobre todo hubo confusión. A uno de los buenos se le ocurrió decir: “¿Y qué pasa con los que estudiamos siempre?”. Era una pregunta trágica, porque si se muestra con hechos que no hay diferencia entre estudiar o no, que da lo mismo “ser un burro que un gran profesor”…
-Eso se lo oí cantar al abuelo de una amiga -interrumpió una de las chicas-.
-Claro, es de un famoso tango: Cambalache; muy actual.
- Ja, “cambalache”, ¡qué palabra loca!
- Más loca es la realidad que describía… El tango tiene casi cien años, pero no parece que hemos mejorado, al contrario. Cambalache sería un lugar donde se vende cualquier cosa y por eso en un momento habla de la “Biblia junto al calefón”. Por extensión es un mundo en donde todo da lo mismo, como en nuestras escuelas el saber y el no saber. No me quiero distraer como siempre, porque les quería contar la historia de ese chico, pero oigan como dice esa estrofa:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador.
Todo es igual, nada es mejor,
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón
Los inmorales nos han igualao…”
NO APLAZAR
Y la cosa es que no aplazar a alguien que lo merece, no aprobarlo si no estudió, es una falta gravísima de honestidad revestida de falsa misericordia… No exigir lo máximo que pueden dar los chicos es, ante todo, faltarles el respeto.
- ¡Se enojó el abuelo! -oí que dijo uno… Y era cierto, aunque me explicaba mal. ¡Qué culpa tienen ellos del estropicio que hacemos los grandes! Traté de mejorar el discurso…
- Yo tuve una alumna que repitió un año y la cosa la golpeó tan fuerte que al año siguiente fue la mejor alumna. Y eso que era en un Colegio muy bueno, el mejor del barrio al menos.
-¿Qué colegio?
-Ja si lo digo, los vecinos se van a enojar. Pero era así. La chica y el colegio. Si por falsa caridad o por flojera, o por pereza, o por ideologías berretas y politiquería, la hubiésemos aprobado, nunca hubiese llegado a ser lo que fue; hubiera dicho: “Da lo mismo”. Y eso es lo que le pasa a Juan, el chico del cuento de hoy… Le pusieron por delante un sistema educativo que dice “da lo mismo”. Y dejó de estudiar. Está terminando el “período de evaluación de febrero”, y, cuando fue al colegio, no le importó entregar las pruebas en blanco. Él sabe que tarde o temprano aprobará. O peor, que, aunque nunca terminara de dar las materias, nada cambiaría en su vida. ¡Pero está en gran peligro! Entre la comodidad y el aburrimiento hay solo un almohadón de distancia. Y el paso siguiente es la desesperación.
No se da cuenta de que, para este sistema, aparentemente benévolo, pero en el fondo hondamente corruptor, él es un numerito en una estadística que hay que forzar para que se vea mejor: “Tenemos tantos chicos “escolarizados”, tantos que han terminado “de cursar” la secundaria…” Si aprenden o no, es otro tema que no importa... Porque el número no ve la cara de nuestro amigo, aunque digan que sí y blá blá blá. No ve que lo condenan a un futuro oscuro donde seguirá siendo un numerito cada vez más insignificante hasta que empiece a molestar y de alguna forma lo eliminen…
- Papá -intervino una de mis hijas- es una historia fea para los chicos…
- Tenés razón… Pero más feo será el quedarse del lado del cambalache y, para no hacerlo, tenemos que estar atentos y conocer el peligro. Este pobre chico, el de esta historia, no lo conoce… Hoy está pasando de año lleno de materias, y sus docentes lo “rellenan” con palabras y planes que nadie entiende. ¡Pobre Juan! ¡Pobres los cientos de miles de Juanes que pueblan nuestras aulas!
Sólo les pido que se queden con una idea. Es bueno que a ustedes les exijan lo más posible. Agradezcan a quien lo hace. Lo otro, es una gran estafa.