Había una vez… un aviso fúnebre

Y sí, el título no vende ni un poquito… Más si les escribo a mis nietos… Pero debo darles una noticia: el mismo día en que les contaba la historia de Don Pucho Águila (ahora sé que su nombre es Luis Alfredo), ese mismo día, después de volver a su querencia, allá al fondo del Lago Puelo, ese mismo día moría al cuidado de sus sobrinos, Analía y Sebastián. Allí hoy está su tumba, a la orilla del río. Ese río que lo vio nacer, lo vio crecer y, como él quería, lo vio morir. Rodeado de sus paisajes, de sus animales, de sus vecinos y amigos. De los que pudo despedirse, por un rato nomás, hasta el reencuentro. Hasta allí les voy a contar a los chicos, lo demás me lo quedo rumiando.
Lo que era una noticia pequeñita, aunque noble y fundamental, hoy, gracias a la “nota necrológica” que publicaron sus sobrinos tiene “caras”. Por de pronto la de Don Pucho. ¡Linda cara franca de paisano! Su casa era el paso obligado para subir el Cerro Plataforma, sus mates y tortas fritas también. Seguramente transmitía el amor por su pago que marcó su final. Una muerte digna suele ser el premio de una vida digna.
La nota, publicada por sus sobrinos en las redes dice así: “Luis Alfredo Águila Don Pucho’. Nació en el paraje El Turbio y falleció el 24 de septiembre de 2024 a los 73 años. Luis Alfredo Águila, conocido como ‘Don Pucho’, decidió regresar a su querido paraje El Turbio, el lugar donde nació, para pasar sus últimos días rodeado de su casa, sus animales, y poder despedirse de sus vecinos y amigos.
Durante muchos años, Don Pucho custodiaba el Cerro Plataforma, recibiendo a visitantes y guiándolos para que disfruten de ese lugar tan maravilloso.
El 24 de septiembre de 2024, Don Pucho falleció en su morada, y fue despedido con gran cariño por su familia, amigos y vecinos, quienes lo acompañaron en su deseo de ser sepultado en la costa del Río Turbio.
Agradecemos profundamente a todos los profesionales de la salud del Hospital de Esquel, Prosate de Esquel, Hospital de El Hoyo y los Cuidados Paliativos de El Bolsón por su compromiso y dedicación. También extendemos nuestro agradecimiento a amigos y familiares por acompañarnos durante su lucha contra el cáncer”.


“HAY QUE AGRADECER”
En realidad, si una nota necrológica no es una nota de agradecimiento, pasa algo malo. Hay que agradecer. Siempre. Por eso le escribí a José Alberto Lobos. Me contestó muy afectuosamente. Es el Jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del hospital de El Bolsón. Señalo algo muy noble de su parte: se corrió de la historia para dejarles el lugar protagónico a Don Pucho y a sus sobrinos. Demuestra grandeza de alma. Y quizás hubiese tenido que respetar ese silencio autoimpuesto, no estoy seguro… Porque el mundo, nuestra patria, necesita conocer estas historias para poder vivir, y llegada la hora, para poder morir como Don Pucho. Dignamente.
Me imagino que la labor de esta linda gente debe ser dura. Porque a veces se podrá ayudar, como en este caso, y otras no. Son muchos los que mueren en soledad. Y son muchos también los que, llegando a ese momento, cuando miran para atrás se encuentran con un vacío. Quienes hubiesen debido estar no están… Tarea heroica, sin ninguna duda. Por suerte hay historias como la de Don Pucho.

Hubo un tiempo en que se acompañaba el dolor de los moribundos y se atesoraba la memoria de los difuntos. Muchos de nuestros mayores, lo primero que hacían cuando recibían el diario era mirar los avisos fúnebres. No por morbosidad, claramente. Era parte del respeto debido. Había que rezar, había que dar el pésame (si se podía presencialmente, mejor). Y por supuesto, había que recordarlo. Hoy parece que el mundo quiere mirar para otro lado. No hay más avisos fúnebres, no hay notas necrológicas. Hay que pensar en otra cosa rápidamente. Triste. Ni siquiera cuidamos a los enfermos o a nuestros mayores. Más triste aún: suicida.
Por eso, sinceramente creo que la muerte de Don Pucho merece recordarse: por él, por José Alberto Lobos y su gran equipo, por sus sobrinos Analía y Sebastián, por todos los que se conmovieron con esta historia. Historia que, muy lejos de hablarnos de “muerte”, nos habla de vida.