Opinión
Había una vez… un artículo que no quise escribir
Si me lo preguntasen, diría que no. Que no quiero escribir este artículo.
Primero, porque tiene algo de antinatural: la ley de la vida nos dice que son los nietos los que entierran a sus abuelos y no los abuelos los que entierran a un nieto. Segundo porque disto al menos un par siglos de esta generación que expone en público la propia intimidad. Y el dolor es de las intimidades más profundas que tiene el hombre. Así es que, ni loco se me hubiese ocurrido escribir este artículo. La culpa la tiene la hermana Rafaela del Sanatorio Mater Dei de Buenos Aires. Y entonces no me queda más que contar lo que pasó. Sabrán disculparme. Hace unos días murió José Manuel. Hijo de nuestra hija mayor, María, y de su esposo, Agustín. El cuarto de ellos. Séptimo de los nietos. Había nacido un ratito antes y vivió apenas lo suficiente como para recibir el bautismo de manos de su tío cura y estar en brazos de sus padres. Nada más, ni nada menos. “Una dulce tristeza”, dijo una de sus bisabuelas.
La historia es simple y no voy a andar dando detalles médicos, ¡si ya me los olvidé! En una de esas ecografías tempranas de control a las madres, se le anunció un problema. La técnica interviniente, no quiero saber si era médica o solamente una bestia, dijo el probable diagnóstico con frialdad, sin anestesia. Total, para la mentalidad moderna, tendría una solución rápida: el descarte. José Manuel tenía una malformación… Ahí, como les decía, para la mayoría se termina el “inconveniente”. Y así es como muchos “Josémanueles” pasan a la vida eterna sin nombre siquiera.
A partir de entonces, una espera larga y difícil. Pero, tenemos que agradecer, porque ya no hubo bestias en el camino: en adelante todos acompañaron el crecimiento del niño con sabiduría y cariño.
Sobre todo hubo multitudes de gente rezando por todas partes. ¡Hasta el Capitán Cruz, gran héroe de Malvinas convocó a sus “Halcones”, para pedirle a la Virgen con sus gastados Rosarios una Gracia especial! Una Gracia que llegó, porque ninguna oración deja de ser escuchada.
Cuando sus hermanitos supieron que venía uno más a la familia, el mayor dijo en forma casi profética: “tenemos que rezar mucho porque se puede morir.” Los chicos no supieron que las cosas estaban complicadas hasta los últimos días, así que ese temprano temor, entra dentro del “misterio” que fue, es y será para nosotros la vida y muerte de José Manuel.
“TODA VIDA VALE”
María, la madre, fue desde chiquita “defensora de la vida”. Debe tener un record de “marchas por la vida” en sus espaldas. Con sus hermanos, con sus primos, con sus amigos, siempre estuvieron donde había que estar. “Toda vida vale” fue uno de los lemas más fuertes de esta lucha y será siempre el reclamo pendiente de los que fuimos vencidos. Hoy nosotros lo vimos en carne propia: toda vida vale, y vale mucho.
También nos queda “rumiando” la ”amarga tristeza” de pensar cuántos chicos que deberían estar jugando en nuestras plazas, llenando nuestros colegios, soñando con un futuro, ya no están. Ni siquiera tuvieron la suerte que tuvo José Manuel de estar unos minutos en los brazos de sus padres, de recibir sus besos y sus lágrimas. Me dan ganas de despotricar acá contra la cultura de la muerte que nos invade. Ya no basta con las masacres de niños, ahora van por los ancianos, por los enfermos… pero por ahora me callo. Porque me imagino la actual alegría de nuestro nuevo nieto, fugaz en esta tierra, pero “eternal y verdadera”. Y frente al Bien, todo lo malo es nada. Es en verdad triste la vida de aquellos que apuestan al mal…
¿Se acuerdan de la Hermana Rafaela, la culpable de esta nota? En un momento en que los agradecidos éramos nosotros, por todo el cariño y la profesionalidad con que se actuó en el Sanatorio, ella nos dijo que para ellos ese breve paso de José Manuel era un fuerte testimonio y que agradecían su presencia y la de toda nuestra familia. “Todos tenemos una misión”. Y su misión y la de sus padres aceptando con Fe el dolor y la muerte, es hoy especialmente vital, viva y necesaria.
ES UN TESTIGO
Atestigua que hay mucha gente buena, muchísima más de la que parece oyendo los noticieros o leyendo las redes. Atestigua que, así como hay médicos cómplices y olvidados de su juramento hipocrático, los hay también excelentes. Y así como hay estructuras de muerte, quedan instituciones que pelean siempre por la vida con coherencia, como el Mater Dei o el Hospital Austral (las dos que trataron este caso). Atestigua que, aun cuando la mayoría de los medios de comunicación apuestan por la aniquilación, también los hay inclaudicables, como el que publica esta nota (¿en qué otro José Manuel sería noticia?).
Atestigua que, como decía Jorge Manrique, hace varios siglos: “esta vida es el camino / para el otro que es morada / sin pesar/, mas cumple tener buen tino /para andar esta jornada / sin errar…” ¡Cuánto “buen tino” nos hace falta en estos tiempos locos!
Atestigua, en fin, que nada hay más fuerte que el amor de una madre (y, aunque los padres nos sintamos celosos, sabemos aplaudirlo). Y que ese es un amor que no muere. Nunca. Porque se mira reflejado en un pesebre. Y nos recuerda sobre todo, que siempre tenemos que ser agradecidos. Al Creador, en primer término, y a todos los que son sus ecos. A los que nos enseñaron la Verdad, el Bien y la Belleza, porque nos permiten seguir viéndolos en la oscuridad. A nuestras familias, amigos… Nosotros hoy queremos agradecer especialmente a todos los equipos médicos que acompañaron a Josesito: a su obstetra Jorge Ortega, a su partera, Lara Sorbilli, a las genetistas Sofía Peñalva Juárez y Graciela Moya; a toda la gente del Mater Dei: a sus dedicadas religiosas, a su Director General, Enrique Camerlickx: todos derrochando afecto y saberes.
NAVIDAD
La Navidad es la prueba más impresionante de que Dios da más de lo que pedimos. Los judíos esperaban solamente un mesías, no que el Mesías iba a ser Él mismo. Mucho menos que iba a ser el Maestro y el Cordero Pascual. En todo niño que nace vemos Su imagen. Especialmente en los que sufren. Y en cada madre también vemos a la Virgen Santísima. Especialmente en las que lloran.
Sin dudas este nieto nos trajo una Navidad más profunda, lejos, muy lejos del “Papanuel” plástico de los shoppings. Y cerca, muy cerca de ese Niño que, naciendo, hace nuevas todas las cosas.
- Pero yo quería que viviese… para poder jugar con él - me dijo el mayor de los nietos.
- Sí… claro…yo también… -le contesté-, pero nos queda la certeza de que si nos portamos bien, nos volveremos encontrar.
Primero, porque tiene algo de antinatural: la ley de la vida nos dice que son los nietos los que entierran a sus abuelos y no los abuelos los que entierran a un nieto. Segundo porque disto al menos un par siglos de esta generación que expone en público la propia intimidad. Y el dolor es de las intimidades más profundas que tiene el hombre. Así es que, ni loco se me hubiese ocurrido escribir este artículo. La culpa la tiene la hermana Rafaela del Sanatorio Mater Dei de Buenos Aires. Y entonces no me queda más que contar lo que pasó. Sabrán disculparme. Hace unos días murió José Manuel. Hijo de nuestra hija mayor, María, y de su esposo, Agustín. El cuarto de ellos. Séptimo de los nietos. Había nacido un ratito antes y vivió apenas lo suficiente como para recibir el bautismo de manos de su tío cura y estar en brazos de sus padres. Nada más, ni nada menos. “Una dulce tristeza”, dijo una de sus bisabuelas.
La historia es simple y no voy a andar dando detalles médicos, ¡si ya me los olvidé! En una de esas ecografías tempranas de control a las madres, se le anunció un problema. La técnica interviniente, no quiero saber si era médica o solamente una bestia, dijo el probable diagnóstico con frialdad, sin anestesia. Total, para la mentalidad moderna, tendría una solución rápida: el descarte. José Manuel tenía una malformación… Ahí, como les decía, para la mayoría se termina el “inconveniente”. Y así es como muchos “Josémanueles” pasan a la vida eterna sin nombre siquiera.
A partir de entonces, una espera larga y difícil. Pero, tenemos que agradecer, porque ya no hubo bestias en el camino: en adelante todos acompañaron el crecimiento del niño con sabiduría y cariño.
Sobre todo hubo multitudes de gente rezando por todas partes. ¡Hasta el Capitán Cruz, gran héroe de Malvinas convocó a sus “Halcones”, para pedirle a la Virgen con sus gastados Rosarios una Gracia especial! Una Gracia que llegó, porque ninguna oración deja de ser escuchada.
Cuando sus hermanitos supieron que venía uno más a la familia, el mayor dijo en forma casi profética: “tenemos que rezar mucho porque se puede morir.” Los chicos no supieron que las cosas estaban complicadas hasta los últimos días, así que ese temprano temor, entra dentro del “misterio” que fue, es y será para nosotros la vida y muerte de José Manuel.
“TODA VIDA VALE”
María, la madre, fue desde chiquita “defensora de la vida”. Debe tener un record de “marchas por la vida” en sus espaldas. Con sus hermanos, con sus primos, con sus amigos, siempre estuvieron donde había que estar. “Toda vida vale” fue uno de los lemas más fuertes de esta lucha y será siempre el reclamo pendiente de los que fuimos vencidos. Hoy nosotros lo vimos en carne propia: toda vida vale, y vale mucho.
También nos queda “rumiando” la ”amarga tristeza” de pensar cuántos chicos que deberían estar jugando en nuestras plazas, llenando nuestros colegios, soñando con un futuro, ya no están. Ni siquiera tuvieron la suerte que tuvo José Manuel de estar unos minutos en los brazos de sus padres, de recibir sus besos y sus lágrimas. Me dan ganas de despotricar acá contra la cultura de la muerte que nos invade. Ya no basta con las masacres de niños, ahora van por los ancianos, por los enfermos… pero por ahora me callo. Porque me imagino la actual alegría de nuestro nuevo nieto, fugaz en esta tierra, pero “eternal y verdadera”. Y frente al Bien, todo lo malo es nada. Es en verdad triste la vida de aquellos que apuestan al mal…
¿Se acuerdan de la Hermana Rafaela, la culpable de esta nota? En un momento en que los agradecidos éramos nosotros, por todo el cariño y la profesionalidad con que se actuó en el Sanatorio, ella nos dijo que para ellos ese breve paso de José Manuel era un fuerte testimonio y que agradecían su presencia y la de toda nuestra familia. “Todos tenemos una misión”. Y su misión y la de sus padres aceptando con Fe el dolor y la muerte, es hoy especialmente vital, viva y necesaria.
ES UN TESTIGO
Atestigua que hay mucha gente buena, muchísima más de la que parece oyendo los noticieros o leyendo las redes. Atestigua que, así como hay médicos cómplices y olvidados de su juramento hipocrático, los hay también excelentes. Y así como hay estructuras de muerte, quedan instituciones que pelean siempre por la vida con coherencia, como el Mater Dei o el Hospital Austral (las dos que trataron este caso). Atestigua que, aun cuando la mayoría de los medios de comunicación apuestan por la aniquilación, también los hay inclaudicables, como el que publica esta nota (¿en qué otro José Manuel sería noticia?).
Atestigua que, como decía Jorge Manrique, hace varios siglos: “esta vida es el camino / para el otro que es morada / sin pesar/, mas cumple tener buen tino /para andar esta jornada / sin errar…” ¡Cuánto “buen tino” nos hace falta en estos tiempos locos!
Atestigua, en fin, que nada hay más fuerte que el amor de una madre (y, aunque los padres nos sintamos celosos, sabemos aplaudirlo). Y que ese es un amor que no muere. Nunca. Porque se mira reflejado en un pesebre. Y nos recuerda sobre todo, que siempre tenemos que ser agradecidos. Al Creador, en primer término, y a todos los que son sus ecos. A los que nos enseñaron la Verdad, el Bien y la Belleza, porque nos permiten seguir viéndolos en la oscuridad. A nuestras familias, amigos… Nosotros hoy queremos agradecer especialmente a todos los equipos médicos que acompañaron a Josesito: a su obstetra Jorge Ortega, a su partera, Lara Sorbilli, a las genetistas Sofía Peñalva Juárez y Graciela Moya; a toda la gente del Mater Dei: a sus dedicadas religiosas, a su Director General, Enrique Camerlickx: todos derrochando afecto y saberes.
NAVIDAD
La Navidad es la prueba más impresionante de que Dios da más de lo que pedimos. Los judíos esperaban solamente un mesías, no que el Mesías iba a ser Él mismo. Mucho menos que iba a ser el Maestro y el Cordero Pascual. En todo niño que nace vemos Su imagen. Especialmente en los que sufren. Y en cada madre también vemos a la Virgen Santísima. Especialmente en las que lloran.
Sin dudas este nieto nos trajo una Navidad más profunda, lejos, muy lejos del “Papanuel” plástico de los shoppings. Y cerca, muy cerca de ese Niño que, naciendo, hace nuevas todas las cosas.
- Pero yo quería que viviese… para poder jugar con él - me dijo el mayor de los nietos.
- Sí… claro…yo también… -le contesté-, pero nos queda la certeza de que si nos portamos bien, nos volveremos encontrar.
