Había una vez… libros y semillas
Abuelo, ¿vos leíste todos los libros que tenés en tu biblioteca? – me preguntó uno de los nietos.
- No – le dije y fui sincero-. Probablemente, la mayoría sí , y eso que solamente guardo los buenos. Los que no leí se quedaron conmigo porque espero poder llegar a hacerlo en algún momento. Aunque te confieso que muchos de los que tengo y ya leí, me los olvidé. Espero que me hayan dejado algo igualmente, porque si no sería trágico…
- ¡Exagerado!
- No, es en serio. Todo libro bueno es una riqueza que uno debe atesorar. Un libro bueno olvidado es como una semilla que no germina. Pero uno no los guarda para sí mismo, los guardo para ustedes…
- ¿Vos creés que alguien los va a leer?
- Ja, no sé… Pienso lo mismo cuando veo la Biblioteca de mi colegio. Me enorgullece pensar que es la más linda y completa de la zona, pero lo cierto es que no abundan los lectores. Algunos hay… Igualmente a los chicos les encanta ir y estar rodeados de libros. ¡Y algo les quedará, aunque sea del ambiente! A veces pienso mirando alguno de los títulos, ¿alguien lo habrá leído? ¿Alguien lo leerá en el futuro?
- ¿Y cuál es la respuesta?
- Yo estudié en uno de los grandes y viejos colegios de Buenos Aires. Tenía una Biblioteca fantástica, ¡había de todo! Y teníamos una Bibliotecaria que sabía aconsejar, porque toparse con un libro malo es una desgracia. ¡Ella era lo máximo y yo le debo mucho!
Siempre recuerdo que al final de cada libro había una ficha en la que se anotaba quiénes habían sido sus últimos lectores. A veces me tocaban algunos que nadie había tocado en décadas… A mí me emocionaba pensar que me estaban esperando desde hacía tanto. Y era así… Estos libros que ves ahí, en mi biblioteca, están esperándolos a ustedes…
Y eso me hace acordar a una historia del cura Don Camilo… Siempre me acuerdo de esa imagen cuando veo las bibliotecas y sus pocos lectores. Aquí va la historia.
Don Camilo estaba muy preocupado por lo mal que estaba el mundo. Imaginate… como ahora… Él tenía una sobrina que se portaba horriblemente. Y como hacía siempre, se desahogó con el Cristo que estaba en su parroquia.
- ¿Con Jesús? ¿Por qué lo decís así de complicado? Rezaba…
- Sí, claro, pero él lo hacía casi siempre delante de una de sus imágenes. Lo bueno es que Jesús le contestaba y las charlas eran espectaculares… Acá, como te decía, Don Camilo estaba preocupado por su sobrina que parecía una loquita… Y le dijo: “Señor, ¿por qué esta chica se porta así?” Jesús le respondió algo que sigue pasando, quizás ahora todavía más: «Porque, como muchos jóvenes, está dominada por el miedo a ser juzgada como una chica honrada. Es la nueva hipocresía: antes, los malos querían desesperadamente ser considerados buenos; hoy, los buenos pretenden desesperadamente ser considerados malos.”
Don Camilo abrió los brazos preguntándole, ¿por qué esta “locura”? “¿Será que el mundo corre hacia su rápida autodestrucción?”
Jesús le contestó que no fuese pesimista: “¿Creés que habría resultado inútil entonces mi sacrificio? Mi misión entre los hombres, ¿habría fracasado, porque la maldad humana es más fuerte que la bondad divina?”
Pero el cura seguía abatido: “Me parece que el hombre está destruyendo todo…¿qué podemos hacer nosotros?”
LO QUE PODEMOS HACER
Cristo le sonrió y le contó la historia que tiene que ver con los libros. Quizás habría que aclararte que Don Camilo vivía en un lugar de Italia llano y regado por un gran río, el Po: “la Bassa” lo llaman. Cuando ese río crece mucho, inunda todos los campos y es un drama. Se pierden cosechas, casas, a veces hasta vidas. Y le respondió entonces con una historia conocida, que todos ya habían visto pasar: “Hay que hacer lo que hace el campesino cuando el río arrasa las márgenes e invade los campos: hay que salvar la semilla. Cuando el río haya vuelto a su cauce, la tierra volverá a emerger y el sol la secará. Si el labrador ha salvado la semilla, podrá arrojarla en la tierra, que el limo del río habrá hecho aún más fértil, y la semilla fructificará, y las espigas doradas darán a los hombres pan, vida y esperanza. Hay que salvar la semilla: la fe. Don Camilo, es preciso ayudar a quienes aún tienen fe y mantenerla intacta. El desierto espiritual se extiende cada día más, cada día se secan nuevas almas, al ser abandonadas por la fe. Cada día es mayor el número de hombres de muchas palabras y de ninguna fe que destruyen el patrimonio espiritual y la fe de los otros. Hombres de toda clase, de toda extracción, de toda cultura.”
Las Bibliotecas son una forma de “salvar la semilla”
, porque si bien la oscuridad de estos tiempos no hace fácil una “primavera florida”
de fe y de cultura, hay que mantener esperanzas: ya vendrán tiempos mejores y las semillas fructificarán y se multiplicarán. Mientras tanto hay que cuidarlas.
ISIDORO DE SEVILLA
Y eso me hace acordar a una figura muy importante que tuvo la Historia: Isidoro de Sevilla, santo obispo de allá por el siglo VI. Fue un hombre de una gran cultura y también le tocó vivir en una época difícil. El peligro era real, si no los aplastaban las invasiones bárbaras, lo harían los piratas nórdicos o la naciente amenaza musulmana. Se había derrumbado el Imperio Romano, y con el mismo, casi todo el mundo que conocían. Su labor heroica consistió en salvar esta herencia cultural frente al caos de sus tiempos. Todavía hoy se conserva su biblioteca y su principal obra es una especie de compendio de un montón de temas: las “Etimologías”. Para que no se pierda “la semilla” y algún día se vuelvan a estudiar. Y, de hecho, así pasó. Hoy sabemos muchas cosas de la antigüedad gracias a que San Isidoro las puso a salvo. Regando las raíces, las flores llegan solas.
- Me gusta esa frase…
- Es robada, ja. Heredada mejor dicho.