Había una vez… fuego y un bombero (II)
La historia de hoy es de un personaje con el que me encontré hace poco. Por ignorancia mía será… Se llamó José María Calaza y es el padre de los un bomberos argentinos, una figura legendaria en Buenos Aires hace más de 100 años. Su vida y obra son un ejemplo de valentía, creatividad y compromiso.
Nació en 1852 en La Coruña, España, y emigró a la Argentina siendo un jovencito cadete. Un episodio clave selló su vocación: caminaba por la ciudad y se topó con un incendio. En esa época buena parte de las casas porteñas eran de madera y los incendios, muy difíciles de controlar. Escuchó los gritos de una mujer que corría envuelta en llamas. Sin dudarlo, corrió a ayudarla: tirándola al piso, la cubrió con su propio abrigo, sofocando el fuego que la consumía. Probablemente salvó su vida, pero al mismo tiempo encontró el sentido que tenía la suya. Encontró que su misión era la mejor: salvar vidas.
En esa época, cuando se declaraba un incendio, las iglesias se encargaban de dar la voz de alarma haciendo repicar insistentemente las campanas. Los bomberos salían sin saber exactamente el lugar del siniestro, lo que era un lío. Igual iban de a pie, con pocas herramientas: baldes, picos, palas… no mucho más.
¡32 AÑOS COMO JEFE!
En 1881, Calaza fue nombrado Jefe del Cuerpo de Bomberos de Buenos Aires, un cargo que ocupó hasta su muerte en 1913. Les hago la cuenta: ¡32 años como Jefe! Y él personalmente encabezaba siempre la lucha contra todos los incendios que surgían. Era siempre el primero, poniendo su vida en riesgo en más de una ocasión, lo llamaban “el hombre incombustible”.
Cuando lo veían pasar con sus muchachos la gente siempre lo aplaudía. Fue herido 33 veces y se estima que participó en más de 10.000 incendios a lo largo de sus más de 40 años de servicio. Y les pregunto, ¿cómo debe ser un buen jefe para poder mandar?
- ¡Como San Martín!– dijo uno de los nietos. Ya me tomaron el pulso, ja. Pero tienen razón...
-Es cierto, como San Martín estuvo siempre al frente de su gente, como él se preparó detalladamente para cumplir su misión y, como él, la cumplió siempre con honor. Hasta el final. Escribió un libro que se llama Manual del bombero en el que, al leerlo, disfruté especialmente su visión del mando. Ya muchas veces vimos que los que mandan bien son los que entienden que mandar es servir y, los que mandan mal, mandonean, se creen los mejores y, por eso mismo, no lo son. El era un tipo humilde, “un oscuro soldado” se define. Aunque estaba muy lejos de serlo. Era un hombre brillante…
En su Manual, Calaza explica que un jefe debe dar órdenes claras y, en emergencias, estas deben obedecerse rápidamente. En un incendio, la rapidez y la precisión salvan vidas. Pero la obediencia no se impone: un jefe se la gana con la confianza de su gente. Eso es la disciplina, que nace del respeto y la admiración por un maestro.
Y aquí va otro punto: un maestro es quien domina su arte. Calaza lo era. Para liderar, hay que formarse con seriedad y asegurarse de que los demás también aprendan, para que algún día puedan tomar el mando. Bajo su dirección, sus muchachos se convirtieron en un cuerpo capaz de enfrentar las peores emergencias con eficiencia, rapidez y coraje. Él dedicó su vida a mejorar, adoptando nuevas herramientas (bombas de vapor, mangueras, transportes) y nuevas técnicas. Hoy lo llaman “capacitación continua”: siempre aprendiendo, siempre mejorando.
TRABAJO EN EQUIPO
También decía que un buen bombero trabaja en equipo, con cada miembro cumpliendo un rol específico: unos con las mangueras, otros con las escaleras, otros en los rescates. El líder asigna las tareas y asegura que todos apunten al mismo objetivo. Primero, siempre, las personas. Luego, como los incendios son rápidos, hay que actuar con calma, decisión y velocidad. Un líder debe tomar decisiones precisas en el momento y mantener la compostura para inspirar confianza.
- ¿Qué es eso, abuelo?
-Ser calmos, prudentes, ni enojarse, ni angustiarse… No hablar de más… ¡Desconfíen siempre de los jefes charlatanes! Además, él era muy ingenioso… Por eso estudiaba, fabricaba nuevas herramientas… Se dedicó, por ejemplo, a pensar especialmente en cómo proteger los teatros, que casi siempre terminaban destruidos por grandes incendios.
Calaza murió con el grado de coronel en 1913. Ese día todas las banderas del país fueron izadas a media asta, se le rindieron muchos honores y las máximas autoridades eclesiásticas, policiales, militares y gubernamentales acudieron a su entierro. El cortejo fúnebre, que lo acompañó hasta el cementerio de la Recoleta, llegó a ocupar varias cuadras. Desde los balcones se arrojaban flores a su paso.
Su trabajo transformó el Cuerpo de Bomberos de Buenos Aires en una institución modelo en el mundo. Su historia es la de un hombre que combinó coraje, visión y dedicación para proteger a su comunidad, convirtiéndose en un verdadero héroe de dos mundos: la Argentina y esa España a la que nunca olvidó y que todavía lo recuerda como a uno de sus hijos notables.
En la ciudad de Buenos Aires hoy solo se lo recuerda con una calle de apenas dos cuadras... Es el olvido de una nación que parece que usa su memoria únicamente para cultivar resentimientos. Vivió queriendo ser útil a su gente y lo cumplió. ¡Qué más puede pedir un verdadero hombre!
¿Les gustaría ser bomberos?- les pregunté, pensando que sus madres me iban a matar…
-¡¡Sí!!- respondieron todos.
-Lo que yo espero es que, si en la vida les toca mandar, sean como el Coronel José María Calaza: hombres de ley.