Había una vez… chicos que leían

- Decime -le pregunté a uno de mis nietos-, ¿cuando eran chicos, a tus amigos les gustaba que les lean cuentos?
- Sí, a todos. En el Jardín la maestra nos contaba historias y era uno de los únicos momentos en que se callaban.
- Y, ahora que saben leer, ¿siguen por su cuenta? ¿Leen algo por diversión?
- Algunos sí, otros nada… Depende.
Sí, pensé, depende casi exclusivamente del ejemplo que reciben en la casa. “Hijos lectores, de padres lectores” es una regla común. Siempre hay excepciones, claro, pero las frutas caen cerca del árbol. El problema es que los chicos que no leen por placer, tienen muchísimas dificultades en su futuro: no solamente se pierden un mundo infinito de saberes y placeres intelectuales, ni siquiera van a entender con facilidad las instrucciones para sus futuras esclavitudes. Pero no le voy a pintar a mis nietos el tétrico espectáculo de una humanidad que desconectó sus neuronas, les voy a contar una historia real.
- Miren, esta “revistucha”, era mi preferida de cuando era chico… Está bien vieja porque seguramente también la leyeron sus padres. Siempre tuvimos una pila grande de “historietas” a disposición de ellos, ahora de ustedes. Se llamaba “Lúpin”, y abajo del título ponían: “la revista de las cositas muy útiles.” Había distintos personajes: Lúpin piloteaba un avión biplano y siempre estaba listo para ayudar a los demás. Había también un grupito de amigos: Bicho y Gordi, siempre haciendo líos en sus paseos; un profesor inventor con un ayudante llamado Resorte; un boxeador miope con anteojos gruesos (ja, nunca me expliqué cómo hacía); un gangster que después se arrepiente… Pero lo primero que encontrábamos era unas tiritas cortas de un matón llamado Purapinta, mucho músculo y cobardón. Para los que pensaban la revista, lo importante era “entretener y enseñar”. Se llamaban Guillermo Guerrero y Héctor Sídoli, yo los conocí ya grandes; tenían una oficina en el centro a donde íbamos los lectores a comprar números viejos: “la Redacción”. Y nos recibían como abuelos cariñosos.

EJEMPLOS DE VIDA
Las historietas daban pequeños ejemplos de vida, a veces heroicos, otras simples como el “no fumes” que siempre repetían, pero además les agregaban “planitos” para que los chicos desarrollasen habilidades que muchas veces marcaron su futuro: aeromodelismo, electrónica, ideas prácticas en general, camping, etc. Lectores de esta revista descubrieron caminos que los llevaron a ser ingenieros, aviadores, científicos… ¡de todo! Porque en el fondo, como les decía, nos divertía y nos enseñaba… lo que fue siempre la función de la buena literatura. El aeromodelismo argentino, por ejemplo, le debe muchísimo: por sus historias y por sus planos.
Fíjense en esta historia: nuestro primer astronauta en la NASA fue Francisco Caldeiro. Diseñaba trajes espaciales y estaba preparándose para ir al espacio, pero murió joven. Él recordaba que su vocación se fue forjando leyendo las historias de Lúpin y armando aviones y barriletes con sus planitos. Y así, hay muchísima gente que recuerda con agradecimiento algo que no faltó para hacerlos felices: buenas lecturas.
Y con esto marco una buena diferencia con lo que los chicos hoy tienen a mano: no recuerdo nunca que Lúpin haya hecho algo malo. Buen amigo, alegre, simple… Lo mismo pasaba con otros héroes de historietas, como Patoruzú…
- ¡Yo conozco a Patoruzito! -dijo uno-, está en esa pila de revistas viejas.
- Claro es el mismo, pero cuando era chiquito. Algún día charlaremos de él. Hoy nos quedamos con Lúpin, que era menos conocido, pero creo que probablemente dejó más huella. Alguna vez aparecieron su papá y su abuelo, que habían peleado en las Guerras Mundiales. Ahí debo haber aprendido por primera vez algo de ellas. Todas las historietas tenían que tener un sentido pedagógico… - Ja abuelo, qué palabra usás…
- En serio, ¡qué fea! Debería haber usado una expresión más bonita como “sentido educativo”. Antes no se podía pensar en algo hecho para niños que no les enseñe cosas buenas…
- Bellas y verdaderas… ¡Siempre lo decís junto! – dijo una nieta. Y tiene razón. Y tendrá razón siempre, porque no podemos aflojarle nunca: allí está nuestra salvación.
- ¡Exacto! Hoy parece al revés… Muchas veces nos venden cosas malas, feas y mentirosas. Miren como ejemplo a los muchachos de Disney, que están emperrados en destruir lo que se hizo antes. Los malos no son malos, los buenos no son buenos… Aunque pienso que el que Shrek se haya metido con Pinocho es lo más imperdonable y no es Disney...
- ¿Quién es Shrek? – dijo uno. Y me quedé más tranquilo. Al final de los finales, el mal siempre fracasó, fracasa y fracasará. La vieja Blancanieves seguirá cantando cuando nadire ya recuerde a los nuevos esperpentos.