Toda guerra es sinónimo de horror, de muerte, de destrucción, salvo para aquellos que necesitan de la violencia para sentirse en paz. Pero hay una guerra más dramática aún. Es la Guerra Civil, es decir aquella que pone frente a frente a hermanos contra hermanos.
Y una de estas fue la Guerra Civil Española, que finalizó en febrero de 1939. Como en toda contienda, hubo numerosos episodios incomprensibles. Uno de ellos, el asesinato de Federico García Lorca, poeta granadino fusilado en su tierra. Pero hubo hechos más graves aún, como el bombardeo y destrucción casi total de una población civil. Me refiero a la ciudad vasca de Guernica. Un famoso pintor -también escultor y grabador- la inmortalizó, pintando un cuadro que se haría mundialmente famoso.
El pintor fue Pablo Ruiz Picasso, nacido en 1881 y muerto un 8 abril de 1973. Fue más conocido por Pablo Picasso. Al cuadro, que es un mural gigantesco, lo denominó ‘La destrucción de Guernica’.
Es una especie de mensaje a las generaciones venideras. Porque cuando el arte avanza, la oscuridad retrocede. Desde julio de 1936, una lucha fratricida se había abatido sobre España. Guernica contaba con unos siete mil habitantes en aquel luminoso lunes de abril de 1937.
Como todas las semanas los aldeanos de los caseríos de los alrededores habían llegado al pueblo. Unos, simplemente a pasear. Otros, venían a aprovisionarse de víveres, ropas o útiles de labranza.
La pequeña ciudad vasca –pese a la guerra parecía vivir en paz- muchos jóvenes habían partido hacia el frente. Guernica estaba en la zona republicana. Por supuesto que por carecer de valor estratégico no tenían artillería ni cañones antiaéreos. Ni siquiera armas pequeñas.
Aquel día las tabernas estaban repletas de parroquianos. Los hornos de las panaderías funcionaban a pleno. Pero a 100 kilómetros de allí, en la base aérea adversaria de Burgos, aviones alemanes Heinkel y Junker cargaban bombas explosivas en sus tétricos vientres. Y una novedad adicional. También se agregaban otros artefactos mortíferos. Eran unos tubos de 3 o 4 kilos con su exterior de aluminio: eran bombas incendiarias, que no habían sido usadas aún. Se probarían precisamente en Guernica...
En Burgos, el jefe de la escuadrilla, el coronel alemán Von Richtofen observó su reloj: las tres y media de la tarde. Una señal... y hacia Guernica. ¿Porqué se la eligió, siendo una población civil no estratégica? ¡Qué importa ya! Hubo diferentes tesis al respecto. Pero, ¿importa acaso el por qué? Lo real es que la maldad sin objetivo es la mayor maldad.
La iglesia de Santa María dio el aviso con reiteradas campanadas. La gente corrió a los refugios. Los que se demoraron pocos segundos, por temperamento, por no creer posible tal hecho, o simplemente por terminar de beber su copa de cognac, no pudieron salvar sus vidas.
Oleadas de escuadrillas siguieron durante varias horas su tarea destructora. Cuarenta y tres aviones sembraron la muerte desde un cielo límpido y sereno. Murió ese día el 40 por ciento de la población y se destruyó el 90 por ciento de la edificación.
EN PARÍS
Pocos días después, Picasso y el insigne poeta español Juan Larrea, se encontraron en París. El poeta le sugirió a Picasso la confección de un mural sobre ‘El drama de Guernica’ para una exposición de pintura vasca, que se realizaba en París. Y así se creó el famoso cuadro. Nació un mural de increíble realismo, al costo de la desaparición de una ciudad.
Es mucho precio la muerte para la creación de belleza, que es vida. El arte suele eternizar la belleza, pero en este caso eternizó el dolor. Porque es más fácil curar heridas que borrar cicatrices.
Guernica cuenta hoy con 14 mil habitantes. Es una pequeña y hermosa ciudad, donde los hombres siguen brindando en las tabernas, donde los jóvenes se aman, se casan, tienen hijos; donde el sol acaricia los rostros de esos vascos sanos en cuerpo y alma. Y dónde la vida, sigue latiendo.
Que el hombre no necesite nunca más edificar sobre la destrucción. Que procure no modificar al adversario, sino entenderlo. Que comprenda definitivamente que el bien, siempre vencerá al mal. Porque puede volar...
Y del drama de esa pequeña ciudad vasca, que por una supuesta y cruel estrategia, alguien entendió que había que destruirla para ganar, viene a mí este aforismo: “Cuando leo que se asesinó a un hombre, quisiera ser analfabeto”.