El actor brilla, junto a Ana María Picchio, en la comedia ‘El secreto’
Gerardo Romano: “Tenía ganas de reírme y hace reír”
Gerardo Romano tenía sólo veinticuatro años cuando se recibió de abogado. Previamente, sus días se repartían entre las prácticas de rugby y la Juventud Peronista. Pero una vez que la dictadura militar irrumpió en el país, sus tiempos de activista se terminaron abruptamente. “Preferí seguir viviendo”, recuerda en conversación con La Prensa. Así que la actuación, para él, comenzó como una manera de llenar el vacío que había dejado la militancia. Y vaya que lo hizo.
Treinta y siete películas, treinta y ocho tiras televisivas -entre ellas, el disruptivo unitario ‘Zona de riesgo’- y diez obras de teatro figuran en su impresionante currículum artístico. De esa decena de puestas, ‘Sexo, drogas, rock and roll’, ‘Padre nuestro’, ‘A corazón abierto’ y, la más reciente, ‘Un judío común y corriente’, que presentó durante doce años, lo tuvieron como único protagonista.
“Soy el actor que más tiempo estuvo haciendo unipersonales en la Argentina”, declaró. Por eso, su protagónico en ‘El secreto’ (de miércoles a domingo en el Multitabarís), donde comparte escenario con Ana María Picchio, Rodrigo Noya y Gabriela Sari , es para él un bálsamo: “La suma de todo me da un resultado superlativo, es una sinergia muy poderosa. Tenía ganas de hacer una comedia, de reírme, de hacer reír y de escuchar la risa del público”.
Es que los espectadores disfrutan cada minuto de la obra del dramaturgo francés Eric Assous -dirigida por Manuel González Gil - en la que el ex ‘El marginal’ encarna, junto a la Picchio, a un matrimonio jubilado que vive en un elegante departamento. Aunque su vida parece tranquila, entre pequeñas discusiones y rutinas, un secreto inesperado sale a la luz y lo cambia todo.
“Trabajar con Ana María tiene ribetes maravillosos que solamente se dan en una relación pocas veces en la vida”, destacó Gerardo, que vuelve a reencontrarse con Picchio luego de coincidir en la serie carcelaria de Sebastián Ortega, él convertido en el malvado Antín, personaje que también se repite en ‘En el barro’ (Netflix).
UNA VEZ EN LA VIDA
-¿Cómo está atravesando este gran momento profesional?
-La verdad es que no hubiera soñado con todo lo que ocurre. No tengo tal magnitud en mi fantasía de pedir tanto, todo lo que pasa es venturoso para mí. Trabajar en una comedia como esta, que está escrita con conocimiento, con mucho acierto, y trabajar con Ana María, tiene ribetes maravillosos que solamente se dan en una relación pocas veces en la vida. Los chicos también son muy buenos, no los conozco mucho, los estoy conociendo ahora, pero estoy aprendiendo a quererlos y a disfrutarlos porque son muy dulces, muy humanos, muy solidarios, cariñosos. La suma de todo eso me da un resultado superlativo, es una sinergia muy poderosa. Tenía ganas de hacer una comedia, de reírme y hacer reír, y de escuchar la risa del público. Soy el actor que más tiempo estuvo haciendo unipersonales en la Argentina. ‘Un judío común y corriente’ la hice durante doce años y si a eso le sumás que hice ‘Sexo, drogas y rock and roll’ durante cinco años; ‘A corazón abierto’, cuatro años, y ‘Padre nuestro’ dos años… En cincuenta y pico de años de carrera hay al menos treinta de unipersonales. Entonces todo esto es muy inesperado.
-Su personaje pasa por una montaña rusa de emociones e incluso se anima a mostrar mucha vulnerabilidad, ¿cómo lo construyó?
-Muestra vulnerabilidad, sí. Yo creo que no es algo que aparece cuando uno lee el libro y la propuesta. Uno tiene ya incorporados los elementos constitutivos de la morfología psicológica de cada personaje. Yo tengo una posición tomada frente a todo lo que me ocurre, no es algo que se desata ‘a partir de...’ sino que están ya los elementos que constituyen el ser de cada quien y se desatan, entran en ebullición a partir de que se empieza a concretar un proyecto y de participar otros en un proyecto colectivo. Y bueno, se dio todo esto junto, lo que no es frecuente a la luz de la vida, hacer personajes que causen tanta gracia, que diga cosas tan pasadas, que tenga tanta libertad. Quizás tenga que ver con aspectos de mi propia personalidad.
-¿Es un alivio compartir escenario con otros actores y no ser el único en escena?
-Sin la menor duda. Es un sentimiento básico de la actuación, igual. Subirse a un escenario siempre es asumir un riesgo y la situación escénica más trágica es quedarse en blanco. En una situación coral ese temor no está porque sabés que siempre alguien te va a sacar, pero cuando estás solo de toda soledad, te acecha ese fantasma y no hay nada que te cobije.
SIN PREJUICIOS
-En ‘El secreto’ se maneja un humor pícaro, ¿siente que la corrección política resta a la hora de hacer reír?
-No es una palabra que frecuente yo la corrección, lo correctivo, sino más bien lo opuesto. Y aunar sin ambages cuestiones que nos son comunes a todos, no es lo frecuente, pero todos sabemos qué cosas nos excitan, nos enojan, nos calientan, nos causan rechazo, asco, amor. Todos sabemos, antes de que nos ocurran las circunstancias ya tenemos una posición tomada. Si tuviéramos prejuicios no podríamos reírnos de nada que no resuene profundamente en nosotros.
-La comedia resultó ser un éxito entre la crítica y el público, y usted también participa de ‘En el barro’, una de las series más vistas de Netflix a nivel mundial. ¿Qué criterios tiene en cuenta a la hora de aceptar propuestas?
-La verdad que no tengo demasiados criterios. Trato de no tener esos prejuicios, simplemente me fijo si me gusta la gente, si los nombres me llaman la atención por lo que significa cada uno, sobre todo las personas que son decisivas, como el director y el autor.
-¿Qué lectura hace de la desaparición de la ficción en la televisión de aire?
-Siempre es doloroso lo que significa una pérdida, así que como toda pérdida es dolorosa y difícil de compensar.
-¿Recuerda cómo se dio su incursión en la actuación?
-Fue azaroso, confluyeron dos actividades que yo tenía a esa edad, que eran el rugby, que ocupaba un espacio importantísimo en mi vida, y la militancia política. Primero era la militancia y lo que quedaba era el rugby. Ya era abogado, tenía mis buenas entradas económicas y tuve una vejez deportiva temprana. La dictadura militar hizo el resto del trabajo y convirtió la militancia en algo absolutamente prohibido, entonces preferí seguir viviendo y me llamé a cuarteles de invierno. No se podía nombrar la palabra Perón y yo pertenecía a un movimiento muy masivo que era la Juventud Libertaria Peronista. Eso me llevaba casi todo el día, la vida, y como me había quedado un vacío muy grande comencé a estudiar teatro y recibía devoluciones muy positivas. Quizás ese fue el motor que me atrajo, sentí que servía para algo, que los demás sentían que había algo que yo hacía que era correcto o elogiable.
UNA FIESTA
Tiempo atrás, Gerardo Romano, de 79 años, sorprendió revelando que fue diagnosticado con Parkinson y, lejos de querer esconderla, la enfermedad fue incorporada hábilmente a su personaje en ‘El secreto’.
-¿Le queda alguna asignatura pendiente?
-No, la verdad que eso sería una angurria de mi parte. Logré darme todos los gustos y lo sigo disfrutando. Es una fiesta ir a hacer función, la risa que te envuelve el público. Todo se da de maravillas, los productores son los mejores, los más poderosos, los que tienen mayor espalda. Los compañeros son muy buena gente, como una familia. Tengo un entorno muy contenedor.