Gérard de Nerval, la poesía de la locura

“La melancolía es una enfermedad que consiste en ver las cosas como son”
Gérard de Nerval.

 
Gérard de Nerval era el seudónimo de Gérard Labrunie, quien se convirtió en el más romántico de los poetas franceses y también un escritor maldito, no solo por sus escritos, sino también por una vida marcada por la desdicha. 
A los 8 años perdió a su madre, Marie-Antoinette Laurent, víctima de una meningitis, mientras acompañaba a su marido –médico de la Grande Armée en campaña–. Por esta razón,  Gérard pasó su infancia en Valois, en casa de su tío. Esta experiencia, junto con las leyendas y canciones populares de la región, inspiró muchos de sus futuros escritos. 
Cuando aún no había cumplido 20 años tradujo el ‘Fausto’ de Goethe de una forma tan original (pero inexacta) que llamó la atención de Heinrich Heine. Trabajó junto a Honoré de Balzac, conoció a Victor Hugo y fue un gran amigo de Théophile Gautier, con quien se reunía en el “Club des Hashischins”, donde experimentaban con hachís y otras drogas alucinógenas. 
En pleno siglo XIX, el consumo de estupefacientes –opio y cocaína– era visto como una cuestión de uso personal. No había muchos analgésicos disponibles así que en caso de dolor se recurría a los opiáceos como el láudano, administrados libremente, al igual que la cocaína, empleada como anestésico local. Sigmund Freud fue un entusiasta de su uso terapéutico y fue él quien le dio a su amigo Koller la idea de usarla en la cirugía ocular.
El comercio del opio era tan lucrativo que Gran Bretaña emprendió la Guerra del Opio contra China (1839–1842) para garantizar su libre comercialización. De allí que muchos artistas recurrían a estos “paraísos artificiales”, como los llamaba Charles Baudelaire, otro de los miembros de este club tan exclusivo. Curiosamente, recordamos a aquellos artistas que trascendieron sea por la calidad de su obra o vida tan particular, pero ellos eran unos pocos de los cientos que participaron de estas reuniones y cayeron en la dependencia y las miserias que esta acarreaba.
Nerval, sin embargo, tuvo la suerte de recibir una herencia de su abuela materna. Con ese dinero se lanzó a recorrer al mundo y fundó la revista ‘Monde dramatique’, que debió vender tiempo después al no poder solventar los gastos. Viajó a Bélgica, donde se encontró con Gautier, y por primera vez firmó un artículo en ‘Le Figaro’ con el seudónimo con el que pasaría a la posteridad.
En 1837 conoció a la cantante Jenny Colon por quien se sintió cautivado. La precoz muerte de su ídola en 1842, fue otro hecho trágico que marcó su vida. Gérard de Nerval cayó en una depresión y debió ser internado en una casa de salud mental. 
Su desaparición abrupta de los lugares que solía frecuentar hizo correr el rumor de su muerte, y el crítico Jean Janin –apodado “el príncipe de los críticos de París”– llegó a escribir su obituario que no era precisamente laudatorio... Nerval, al leerlo, sufrió una nueva crisis y fue internado en la clínica del doctor Émile Blanche. 
Blanche fue discípulo de Philippe Pinel, el célebre alienista que liberó de sus grilletes a los pacientes del hospital de Bicêtre. También fue interno en La Salpêtrière, donde conoció a Jean-Étienne Dominique Esquirol y Jean-Martin Charcot, pioneros de la neurología moderna. 
En su hogar reunía a lo más destacado del arte francés: Delacroix, Gounod, Berlioz y Baudelaire. Más tarde, cuando fundó su clínica, tuvo como pacientes a artistas de la talla de Maupassant, Marie d'Agoult y Théo van Gogh. Durante el sitio de París (1870-1871) asistió a los heridos en combate, lo que le valió la Legión de Honor y, más tarde, un sitio en la Academia en Medicina.
Pensando que alejarse de París le sentaría bien, Nerval viajó por Oriente: El Cairo, Beirut, Alejandría… De esos viajes dejó notas y anécdotas, como cuando estuvo a punto de casarse con la hija de un jeque o cuando compró una esclava javanesa. Sin embargo, volvió  a París peor de lo que se había ido. 
Su excentricidad lo convirtió en el centro de la bohemia parisina. Su mascota era una langosta a la que paseaba por las calles de la ciudad.
Fue entonces cuando escribió sus dos obras más enigmáticas: ‘Les Filles du feu’ (Las hijas del fuego) y ‘Aurélia ou le rêve et la vie’ (Aurélia o el sueño y la vida). Fueron los años más oscuros de su vida, signados por la depresión, los trastornos nerviosos y el sonambulismo. 
El uso de psicotrópicos y sus lecturas sobre cábala y ocultismo no lo ayudaron a resolver sus problemas.
De esa época data el desdichado poema donde dice:
Mi única estrella ha muerto,
y mi laúd constelado 
lleva en sí el negro sol de la melancolía.

Esa “estrella” lo condujo finalmente a la rue de la Vieille-Lanterne, donde se ahorcó, buscando —según sus propias palabras— “liberar su alma en la calle más oscura que pudo encontrar”. 
La imagen de su muerte desdichada inspiró una obra de Gustave Dore.
En su obra, personajes como Aurélia también experimentan procesos psicóticos. Al salir de la internación de 1841, escribió que los médicos le habían diagnosticado una “teomanía”, lo que hoy sería clasificada como trastorno bipolar con episodios psicóticos con delirios místicos, ya que entre sus muchos fabulaciones pronosticaba la pronta llegada del Apocalipsis. 
Nerval era muy celoso de que se diera a conocer al público sus trastornos mentales y por tal razón no se los comentaba o público o pasaban como excentricidades.
Alexandre Dumas, con quien Nerval tenía una buena relación, aludía su adicción al láudano, la morfina y el hachís, y a sus cambiantes estados de ánimos que pasaban de la alegría desorbitante a la melancolía, con períodos de actividad frenética y otros de abulia, propios de un maniaco-depresivo como resultó ser.
Por sus problemas económicos, volvió a vivir en la casa de su tío. De allí partió la noche del 26 de enero de 1855, advirtiendo: 
“No me esperes, pues esta noche será negra y blanca”.
Y fue noche.
Y fue blanca.
Y fue negra.