Páginas de la historia

Galileo Galilei

Es evidente que en el conocimiento, cada puerta que abrimos, nos abre otras puertas. Y alguien que abrió –y nos abrió- puertas, fue un científico italiano nacido 72 años después del descubrimiento de América. Se llamó Galileo Galilei y fue quizá el que más contribuyó a la formación de las modernas ciencias naturales.

Casi cien años antes, un astrónomo y sacerdote polaco llamado Nicolás Copérnico, aunque su verdadero apellido era Kopernick, había expresado que la Tierra y otros planetas giraban alrededor del Sol. Copérnico estaba, quizá sin quererlo, contradiciendo el pensamiento de la Iglesia, que sostenía que la Tierra era el centro del Universo y por lo tanto descartaba toda idea en cuanto a que tuviera movimiento.

Galileo había estudiado a fondo los seis libros que sobre el tema había publicado Copérnico hasta el año de la muerte de este, en 1534. Galileo es sometido a proceso por adherirse a las teorías del sabio polaco. Tiene casi 70 años, una enorme amargura y, sobre todo, un gran cansancio. Quizá un cansancio de tiempo y para esta fatiga el hombre no ha podido crear ningún tipo de reposo.

Galileo había nacido en Pisa, Italia, un 15 de febrero de 1564. Sus teorías, por innovadoras y en aparente contradicción con lo que la Biblia expresaba, se consideraron como subversivas.

 

CAÍDA LIBRE DE LOS CUERPOS

Galileo Galilei era un científico muy prestigioso y además un creyente católico. Como hombre de ciencia había formulado anteriormente leyes sobre la caída libre de los cuerpos y sobre la oscilación del péndulo.

Le informan que un óptico holandés fabricaba un tipo de lentes que acercaban los objetos lejanos y que aumentaban enormemente su dimensión. Se contactó con el artesano y adquirió ese tipo de lentes. Y así observó, antes que ningún otro hombre, que la Luna no es plana, sino que posee cráteres y montañas; que el Sol presenta manchas que se desplazan, ratificando que gira sobre si mismo.

A los 24 años -caso único- es designado profesor de Matemáticas en la Universidad de Pisa. Construyó con sus propias manos un enorme telescopio. Pasan los años y se va sintiendo cada vez más acosado por la calumnia, que es un impuesto al talento. Se traslada entonces a Florencia, donde teniendo 59 años escribe un libro que decidirá negativamente su destino. Se llama: ‘Carta sobre las manchas solares’.

 

ARRESTO DOMICILIARIO

Entonces el inventor del termómetro y del microscopio, debe escuchar -de rodillas- la sentencia donde se repudian todas las ideas por las que había luchado. Por ser un hombre de profunda religiosidad, lo condenaron “provisoriamente” a arresto domiciliario, menos tétrico que la cárcel, pero no menos humillante.

Sabe que habrá un nuevo juicio, y para salvar su libertad y quizá su vida, decide entonces rectificarse públicamente. Y acepta contra sus convicciones que el Sol no es el centro del Universo y que la Tierra no se mueve.

Considero que nadie debe erguirse en juez de un semejante, y menos aun atribuirle a Galileo cobardía o debilidad. Porque vivimos pretendiendo que los demás nos comprendan. Y a veces olvidamos comprender.

Cuando por su retractación salió posteriormente absuelto del proceso, declaró muy reservadamente a sus fieles discipulos, una frase en italiano, inscripta ya en la historia de la humanidad, con referencia a la Tierra: “E pur si muove” y sin embargo se mueve. Por eso no debemos juzgar con demasiado rigor su retractación pública. Porque la justicia muy estricta roza la injusticia. Y en definitiva como la verdad encadenada vuela más alto que la mentira libre, el tiempo que es un jurado infalible, determinó la realidad de sus teorías y le otorgó el premio de una merecida inmortalidad.

Y un aforismo final para todos los Galileo, en plural, a los que a veces condenamos demasiado rápidamente: "No hay culpas. Hay circunstancias”.