Páginas de la historia

Galeses en la patagonia

Gales es un pequeño país europeo de veinte mil kilómetros cuadrados, algo montañoso que administrativamente forma parte de Inglaterra, como Escocia y una parte de Irlanda. Su población es de unos tres millones de habitantes. Son en su mayoría y de raza celta, como los son también los que habitan Galicia y otras regiones del norte de España. Los ingleses, en cambio, son sajones.

Los galeses son de religión protestante, tienen la tez algo morena, el cabello negro y los ojos pardos. En este aspecto tampoco coinciden con los ingleses.

La que relataré hoy parece una historia de la conquista del Oeste, con indios, héroes, colonos guiados por la Biblia que dominan un río y un valle. Y también, malones.

Sucedió en un tiempo en que Chubut se llamaba Chupat, y no había hombres blancos en cientos de leguas a la redonda. La Patagonia era apenas una vaga geografía, un territorio infinito y yermo por el que vagaban tribus indígenas que hablaban cinco idiomas diferentes.

Fue un 28 de julio. Ese día, Lewis Jones y Edwin Roberts izaron por primera vez el dragón rojo, sobre la costa de Golfo Nuevo. El dragón, símbolo eterno de Gales, estaba precariamente cosido en el centro de una bandera celeste y blanca y fue la única imagen familiar acogedora que los tripulantes del “Mimosa” distinguieron en el horizonte, cuando el velero entró balanceándose en las aguas del golfo, el 28 de julio de 1865. A bordo del “Mimosa” viajaban 154 inmigrantes galeses desde Liverpool hasta la Patagonia. La llegada de aquel contingente inicial, recordado ahora todos los años con la ‘Fiesta del Desembarco’, puso en marcha una de las aventuras migratorias más temerarias -y desconocidas- de nuestra historia. Coincidieron allí, una playa desolada y los mismos protagonistas y circunstancias de otras grandes epopeyas colonizadoras: El desierto, el indio, la falta de agua, el coraje de hombres y mujeres, las distancias tremendas. Y en medio de ese paisaje desalentador, un puñado de extranjeros venidos del otro lado del mar y de otro idioma, obedientes de la Biblia, ansiosos de poseer tierras pero ignorantes del nuevo suelo, tozudamente empeñados en recrear su patria lejos de todo y de todos.

El propio Lewis Jones, líder del grupo y la figura de mayor prestigio de la colectividad, tenía la idea de establecer una colonia donde se hablase el galés y en la cual se pudiese reunir la gente que se entendiese en esa lengua.

El doctor Guillermo Rawson, ministro del Interior de Mitre, presentó el proyecto de ley para que se autorizara la radicación galesa. Hubo oposición en el senado que por votación rechazó el proyecto. Sin embargo, los galeses igual llegaron.

Los indios no eran el mayor peligro que acosaba a los inmigrantes. Eran la sed, el hambre y la imposibilidad de hundir el arado en el suelo estéril. Después de refugiarse durante tres semanas en cavernas que asomaban al mar decidieron que debían continuar hacia el Sur.

Edwyn Roberts encabezó el primer grupo de 19 hombres que partió rumbo al valle del río Chubut, ubicado a unos setenta kilómetros. Al llegar encontraron un valle protegido del viento por unas lomas bajas. En ese territorio nació la Gales patagónica. Actualmente hay en Chubut varias ciudades con nombres galeses.

CRECIÓ A ORILLAS DEL RÍO

Es la ciudad donde más se respira el clima galés. Su gente es muy hospitalaria, sus viviendas están hechas con piedras pegadas con barro. Posee varias casas de té con el que sirven la tradicional y deliciosa torta negra con frutas. Un episodio desagradable acaeció en una madrugada de 1871. Unos indios robaron 65 caballos de la colonia. Horas después los galeses con rifles salieron en su persecución; entonces los indios soltaron los caballos y huyeron. Fue la última mancha en una larga y armónica convivencia.

Hace décadas que los indios son recibidos como hermanos en la colonia. Muchos de ellos pasan el crudo invierno en casas galesas y se han acostumbrado incluso al clásico té. Es que a los aborígenes se los ha supuesto “salvajes”, siendo obviamente pacíficos; y a los galeses se los ha acusado de no adaptarse al país. Un absurdo.

Porque los ciegos mentales siempre confunden respeto a las propias tradiciones con falta de patriotismo.

Por eso han transformado este planeta Tierra en una permanente fuente de enfrentamiento entre los hombres, por su color, su religión o su modo de vivir. Y un aforismo final: “Ver solo lo visible, casi equivale a no ver”.