Hasta no hace muchos años se utilizaba casi indistintamente para designar al profesional de la medicina la palabra médico o galeno, que son sinónimos. Esta expresión –galeno- todavía se sigue usando. Aunque en menor medida. Y he querido traer hoy a esta columna precisamente al hombre cuyo nombre se hizo sinónimo de médico. Se llamó Galeno.
Nació hace 20 siglos, en el año 129 de la era actual. Vio la luz en la ciudad de Pérgamo, nombre de la ciudadela que rodeaba a la antigua Troya ubicada en la actual Turquía. Era médico por cierto y también filósofo. Provenía de un hogar de buena posición económica. Su padre, doctor en Ciencias Naturales, le enseñó los primeros rudimentos de su profesión.
Se contaba que teniendo nueve o diez años, jugando en un bosque con un amiguito de su edad, este tropezó al correr, con un grueso tronco de árbol, comenzando a sangrar profusamente de la frente. El niño Galeno consiguió cubrir la herida y logró detener la hemorragia. Rápidamente oprimió la misma con unas lianas y tapó firmemente la lesión con su pañuelo. Luego partió a buscar auxilio. De no haber procedido así, su amiguito hubiera muerto desangrado. Porque debió recorrer varios kilómetros hasta encontrar auxilio. Cuando este llegó –tres horas después- el niño accidentado ya estaba mejor. El destino de Galeno estaba definido.
Todavía muy joven, estudió anatomía en la ciudad de Esmirna y medicina en Egipto, en la ciudad de Alejandría, que en aquel momento era una avanzada de la ciencia.
Galeno estudió simultáneamente letras y filosofía. Recién recibido de médico, tuvo su primera tarea. Fue contratado en ese carácter en la escuela de gladiadores, una actividad común en la época. Estos hombres, luchadores feroces, quedaban comúnmente mal heridos, incluso los vencedores. Realizó allí curas que le produjeron tal fama que se extendió por toda la región.
CURA PARA MARCO AURELIO
Este prestigio llegó a oídos del emperador Marco Aurelio, quien lo mandó a llamar. El soberano padecía terribles dolores abdominales. Galeno encontró un medicamento adecuado, conocido como triaca o teriaca con 70 ingredientes, uno de los cuales era el opio. Claro. Los dolores del Emperador después de muchas horas o días de sufrimiento calmaron totalmente, quizá provisoriamente, pero calmaron.
Marco Aurelio lo colmó de honores y lo nombró su consejero de por vida. Este remedio sin duda calmaba los dolores y poseía como base muchas plantas curativas, que el genio de Galeno había logrado detectar. Este medicamento, decía, permaneció vigente hasta el siglo XIX. Ya su popularidad había decrecido con la aparición de muchos otros remedios y vacunas, como consecuencia del natural avance de la ciencia.
Galeno escribió numerosas obras de su especialidad todas en idioma griego. Abarcó no sólo la anatomía. También la fisiología, la patología y la terapéutica. Un libro suyo se usó durante varios siglos en muchas universidades europeas. Se llamó ‘El arte de medicar’ y fue una obra de uso práctico.
Galeno fue un pionero en las disecciones y pudo por ello identificar siete pares de nervios craneales, describir las válvulas del corazón e incluso establecer las diferencias estructurales entre venas y arterias. Escribió en total unas trescientas obras de las que se han conservado aproximadamente la mitad.
Nació hace 20 siglos, en el año 129 de la era actual. Vio la luz en la ciudad de Pérgamo, nombre de la ciudadela que rodeaba a la antigua Troya ubicada en la actual Turquía. Era médico por cierto y también filósofo. Provenía de un hogar de buena posición económica. Su padre, doctor en Ciencias Naturales, le enseñó los primeros rudimentos de su profesión.
Se contaba que teniendo nueve o diez años, jugando en un bosque con un amiguito de su edad, este tropezó al correr, con un grueso tronco de árbol, comenzando a sangrar profusamente de la frente. El niño Galeno consiguió cubrir la herida y logró detener la hemorragia. Rápidamente oprimió la misma con unas lianas y tapó firmemente la lesión con su pañuelo. Luego partió a buscar auxilio. De no haber procedido así, su amiguito hubiera muerto desangrado. Porque debió recorrer varios kilómetros hasta encontrar auxilio. Cuando este llegó –tres horas después- el niño accidentado ya estaba mejor. El destino de Galeno estaba definido.
Todavía muy joven, estudió anatomía en la ciudad de Esmirna y medicina en Egipto, en la ciudad de Alejandría, que en aquel momento era una avanzada de la ciencia.
Galeno estudió simultáneamente letras y filosofía. Recién recibido de médico, tuvo su primera tarea. Fue contratado en ese carácter en la escuela de gladiadores, una actividad común en la época. Estos hombres, luchadores feroces, quedaban comúnmente mal heridos, incluso los vencedores. Realizó allí curas que le produjeron tal fama que se extendió por toda la región.
CURA PARA MARCO AURELIO
Este prestigio llegó a oídos del emperador Marco Aurelio, quien lo mandó a llamar. El soberano padecía terribles dolores abdominales. Galeno encontró un medicamento adecuado, conocido como triaca o teriaca con 70 ingredientes, uno de los cuales era el opio. Claro. Los dolores del Emperador después de muchas horas o días de sufrimiento calmaron totalmente, quizá provisoriamente, pero calmaron.
Marco Aurelio lo colmó de honores y lo nombró su consejero de por vida. Este remedio sin duda calmaba los dolores y poseía como base muchas plantas curativas, que el genio de Galeno había logrado detectar. Este medicamento, decía, permaneció vigente hasta el siglo XIX. Ya su popularidad había decrecido con la aparición de muchos otros remedios y vacunas, como consecuencia del natural avance de la ciencia.
Galeno escribió numerosas obras de su especialidad todas en idioma griego. Abarcó no sólo la anatomía. También la fisiología, la patología y la terapéutica. Un libro suyo se usó durante varios siglos en muchas universidades europeas. Se llamó ‘El arte de medicar’ y fue una obra de uso práctico.
Galeno fue un pionero en las disecciones y pudo por ello identificar siete pares de nervios craneales, describir las válvulas del corazón e incluso establecer las diferencias estructurales entre venas y arterias. Escribió en total unas trescientas obras de las que se han conservado aproximadamente la mitad.