Páginas de la historia

Fray Mocho

Aludiré hoy a un singular escritor. Se llamaba José S. Álvarez y le decían “El Mocho”.
Era del tiempo en que los José y los apellidos como el suyo, estaban muy repetidos. Entonces, la gente recurría a los apodos para identificarse.
Álvarez, que firmó casi toda su labor con el seudónimo de “Fray Mocho”, había nacido en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858.
Trajo a Buenos Aires la simpática manera de criticar bromeando, las costumbres de entonces. Por eso, aunque era fuerte en sus críticas, no tuvo un solo enemigo. Fue el intérprete de la ciudad de fin de siglo que Rubén Darío llamaba Cosmópolis y que no pasaba de ser una gran aldea.
Vivió una existencia agitada en las redacciones de los diarios, sometidos al hervidero de las pasiones e intrigas políticas.
Fue cronista policial del diario “La Nación”, cuando las notas rojas se escribían con estilo literario; también fue Comisario de Investigaciones e incluso Fundador de varias revistas humorísticas, la famosa “Caras y Caretas”, entre otras. En éstas, pintó para siempre a la ciudad de sentimientos primitivos y sencillos que estaba dejando de ser aldea.
En sus libros, “Salero Criollo”, “Cuadros de la Ciudad” y “Memorias de un vigilante” sobre todo, están en germen los personajes y los escenarios que más tarde serán la piedra angular del sainete y del tango: inclusive la mujer bondadosa y regañona; el malevo de chambergo requintado, pantalón a la francesa y taquito militar; el verdulero itálico; el marchante turco; la solterona chismosa; el vigilante enamoradizo con las clásicas polainas y pesado machete; los boliches con paredes rosadas y nombres de milonga; los patios con sus toldos de parrales.
En una palabra, la ciudad toda, con tranvías que atemorizaban a los porteños, pero vital y pintoresca. La misma que iba a hacernos reír a los hombres del siglo XX en los sainetes de Vacarezza y llorar para adentro en los tangos de Contursi y Delfino.

ESCRITOR SAGAZ
Fray Mocho dijo sus verdades, amargas por dentro y dulces por fuera, como las píldoras que se preparan para los chicos enfermos, hasta los 45 años.
Y a esa edad, el 23 de agosto de 1903, dejó de existir el periodista y escritor sagaz que tuvo la habilidad y el coraje de buscar en la esencia argentina la sustancia de su obra, cuando los otros se ponían en puntas de pié para mirar a Europa.
Y fue un gran escritor, no sólo por escribir bien, sino por sentir... bien.
En tiempos de la Presidencia de Juarez Celman, Fray Mocho fue -como manifestamos antes- Comisario de Investigaciones, un cargo para el que lo designaron -a dedo- por una recomendación de un político.
En uno de sus libros relata con noble autenticidad esta graciosa anécdota sucedida en la provincia de Buenos Aires: