El pintor Francisco de Goya no sólo fue una gigantesca figura de su tiempo, sino de toda la historia de la pintura universal.
Había nacido en un pueblo cercano a la ciudad de Zaragoza, en el antiguo reino de Aragón, en marzo de 1746. Vivió 82 años y la mayor parte, incluso desde su juventud, llevó una existencia agitada, plena de satisfacciones y también de dolores.
Pero las penas suelen dibujar marcas que las alegrías no borran. Y entre esos aspectos dolorosos está el hecho que a los 47 años una enfermedad grave lo condenó a vivir los 35 años que le restaban aun de vida en la sordera más absoluta. Otra terrible circunstancia la vivió en lo familiar. Tuvo diez hijos y nueve de ellos fallecieron antes que él.
Dentro del artista, parecieron convivir dos diferentes genios de la pintura. Hasta los 47 años, con su plenitud física, sus cuadros reflejaban alegría y vitalidad. Pintó, con asombrosa velocidad, llegando a realizar cuadros de alta calidad, en un solo día. Pero desde su sordera ya es otro pintor, igualmente genial, pero sombrío. Entonces surgen de su paleta su famosa serie de pintura negra. Monstruos, brujas, deformidades de toda índole.
Ya lleva 15 años de sordera y vive por ello aislado en una enorme quinta de Madrid, a orillas del río Manzanares. En ese momento, mayo de 1809, las tropas francesas de Napoleón Bonaparte invaden España. Vencedor, Napoleón impone a su hermano José Bonaparte como rey de España.
Poco tiempo antes lo habían nombrado a Goya pintor real de la Corte, con la denominación de pintor de Cámara, que equivalía a ser el mejor pagado del Reino. El nuevo rey, el francés José Bonaparte, le ordena hacer su retrato. Goya no puede oponerse y lo lleva a cabo.
Años después, cuando los Borbones recuperan el trono español, no le perdonan a Goya esa supuesta “colaboración” con los franceses. Por eso se exilia en Francia, en Burdeos, donde morirá el 16 de abril de 1828, a los 82 años, víctima de un ataque cerebral seguido de una hemiplejía.
La invasión francesa y su sordera juegan un rol fundamental en sus cuadros. Y pinta entonces todo el horror de los campos de batalla que para él son cementerios. Aunque algunos hombres permanezcan vivos. Y en otros de sus cuadros hay mutilados y moribundos. Pero en su primera etapa de pintor, hasta su enfermedad, surgen sus obras más vibrantes y coloridas.
UN RETRATISTA
Era además un retratista excepcional. Y en ese carácter posa para él una amiga suya –posiblemente más que amiga- la Duquesa de Alba. Doscientos cuadros realiza de la citada duquesa. Dos de ellos conocidícimos: ‘La maja desnuda’ y ‘La maja vestida’. En la primera, la dama aparece completamente desnuda, hecho excepcional para la época. Cuando el marido de la duquesa se enteró de la escandalosa obra, anunció que visitaría al pintor para defender su honor, matándolo. Pero al entrar violentamente al estudio, al día siguiente de la amenaza, el celoso marido se encontró con el cuadro de la duquesa pero decentemente vestida. Se supone que Goya pintó un segundo retrato en una sola noche, para calmar la legítima ira del duque y lo colgó delante del desnudo. Se dijo que los dos cuadros podían intercambiarse rápidamente mediante un dispositivo mecánico.
Goya fue además de un extraordinario pintor un hombre que poseyó tanta valentía como dignidad. Porque con su arte -en forma de sátira- mostró los aspectos negativos de la familia real y puso en duda el origen divino de las monarquías. Pero pudo pasar, en ese aspecto, desapercibido.
Fue en definitiva un lúcido cronista de su tiempo, tanto en el refinado erotismo de su primera etapa como después de su medio siglo de vida con su terrible sordera, donde mostró a los hombres de su época el rostro de la hipocresía y el absurdo de la guerra. Y un aforismo final para Francisco de Goya y Lucientes -–su nombre completo- y para su alto grado de dignidad: “Donde se acallan voces gritan rebeldías”.
Había nacido en un pueblo cercano a la ciudad de Zaragoza, en el antiguo reino de Aragón, en marzo de 1746. Vivió 82 años y la mayor parte, incluso desde su juventud, llevó una existencia agitada, plena de satisfacciones y también de dolores.
Pero las penas suelen dibujar marcas que las alegrías no borran. Y entre esos aspectos dolorosos está el hecho que a los 47 años una enfermedad grave lo condenó a vivir los 35 años que le restaban aun de vida en la sordera más absoluta. Otra terrible circunstancia la vivió en lo familiar. Tuvo diez hijos y nueve de ellos fallecieron antes que él.
Dentro del artista, parecieron convivir dos diferentes genios de la pintura. Hasta los 47 años, con su plenitud física, sus cuadros reflejaban alegría y vitalidad. Pintó, con asombrosa velocidad, llegando a realizar cuadros de alta calidad, en un solo día. Pero desde su sordera ya es otro pintor, igualmente genial, pero sombrío. Entonces surgen de su paleta su famosa serie de pintura negra. Monstruos, brujas, deformidades de toda índole.
Ya lleva 15 años de sordera y vive por ello aislado en una enorme quinta de Madrid, a orillas del río Manzanares. En ese momento, mayo de 1809, las tropas francesas de Napoleón Bonaparte invaden España. Vencedor, Napoleón impone a su hermano José Bonaparte como rey de España.
Poco tiempo antes lo habían nombrado a Goya pintor real de la Corte, con la denominación de pintor de Cámara, que equivalía a ser el mejor pagado del Reino. El nuevo rey, el francés José Bonaparte, le ordena hacer su retrato. Goya no puede oponerse y lo lleva a cabo.
Años después, cuando los Borbones recuperan el trono español, no le perdonan a Goya esa supuesta “colaboración” con los franceses. Por eso se exilia en Francia, en Burdeos, donde morirá el 16 de abril de 1828, a los 82 años, víctima de un ataque cerebral seguido de una hemiplejía.
La invasión francesa y su sordera juegan un rol fundamental en sus cuadros. Y pinta entonces todo el horror de los campos de batalla que para él son cementerios. Aunque algunos hombres permanezcan vivos. Y en otros de sus cuadros hay mutilados y moribundos. Pero en su primera etapa de pintor, hasta su enfermedad, surgen sus obras más vibrantes y coloridas.
UN RETRATISTA
Era además un retratista excepcional. Y en ese carácter posa para él una amiga suya –posiblemente más que amiga- la Duquesa de Alba. Doscientos cuadros realiza de la citada duquesa. Dos de ellos conocidícimos: ‘La maja desnuda’ y ‘La maja vestida’. En la primera, la dama aparece completamente desnuda, hecho excepcional para la época. Cuando el marido de la duquesa se enteró de la escandalosa obra, anunció que visitaría al pintor para defender su honor, matándolo. Pero al entrar violentamente al estudio, al día siguiente de la amenaza, el celoso marido se encontró con el cuadro de la duquesa pero decentemente vestida. Se supone que Goya pintó un segundo retrato en una sola noche, para calmar la legítima ira del duque y lo colgó delante del desnudo. Se dijo que los dos cuadros podían intercambiarse rápidamente mediante un dispositivo mecánico.
Goya fue además de un extraordinario pintor un hombre que poseyó tanta valentía como dignidad. Porque con su arte -en forma de sátira- mostró los aspectos negativos de la familia real y puso en duda el origen divino de las monarquías. Pero pudo pasar, en ese aspecto, desapercibido.
Fue en definitiva un lúcido cronista de su tiempo, tanto en el refinado erotismo de su primera etapa como después de su medio siglo de vida con su terrible sordera, donde mostró a los hombres de su época el rostro de la hipocresía y el absurdo de la guerra. Y un aforismo final para Francisco de Goya y Lucientes -–su nombre completo- y para su alto grado de dignidad: “Donde se acallan voces gritan rebeldías”.