Deportes
Fracasados
Un hombre panzón le grita desde una platea que ocupa con cierta dificultad “fracasadooooo” al pibe que corre pegado a la raya. Supone, porque lo tiene más cerca que al resto de los jugadores, que tal vez el chico lo pueda escuchar. Y que, de esa manera, quizá ¿se esmere más? para detener el vendaval que lo ataca por su lado. El partido termina, la derrota se consuma. El futbolista se retira del campo de juego, se ducha, regresa con sus compañeros al hotel donde se concentró y de ahí se va su casa que está en un country, manejando su cuatro por cuatro. El hincha hace lo mismo pero sin hotel ni camioneta ni chalet en un barrio cerrado.
Según la Real Academia Española, fracaso significa: malogro, resultado adverso de una empresa o negocio. Y como sinónimos ofrece varios: fiasco, chasco, decepción, naufragio Lo contrario sería éxito o triunfo. Pero antes de seguir dejemos en claro algo, por si hiciera falta. Estamos hablando de fútbol. Simplemente de eso, de un juego. Un deporte en realidad pero que, en la alta competencia, mueve millones. Fortunas que tornan obscenos cualquier tipo de comentarios. Por ejemplo, lo que puede llegar a cobrar un futbolista de élite. Uno de esos que salen en las pantallas y ciertos desvelados se animan a gritarles fracasados.
Dicho esto, River y Boca fracasaron en el Mundial de Clubes. La afirmación puede resultar dolorosa para las partes involucradas pero también irrefutable. Hinchas, jugadores, entrenadores, dirigentes se pueden sentir heridos. Adelante. Pero, si se analiza el objetivo presunto y el resultado obtenido, la conclusión no puede ser otra. Millonarios y boquenses, con sus matices, quedaron muy lejos del éxito en la última gran empresa que inventaron desde la FIFA y que esta semana llegó a su fin para los colosos del fútbol argentino.
Los equipos más grandes del país, los que nos representaron en la contienda, no pudieron superar la primera fase, la de grupos, la que se suponía debían pasar, como mínimo. Y ahora tendrán que ver todo lo que resta del Mundial por TV.
FRACASO Y EXPECTATIVAS
La afirmación (de fracaso) se apoya en las expectativas. La primera pregunta que se hacía la cátedra en la antesala del novel torneo era: ¿qué sería para River o Boca redondear un buen papel en el Mundial de Clubes? Incluso, ese tipo de consultas se las hicieron a Marcelo Gallardo y Miguel Angel Russo. El Muñeco se limitó contestar que a él no le gustaba para nada el verbo que se puso de moda en el fútbol doméstico. Ese con el que responden muchos ahora en el ambiente: competir.
El DT Millonario dijo, palabras más palabras menos, que su intención es siempre ganar. Que a eso iba al Mundial. Y bueno, no ganó. Por lo menos no lo suficiente como para llegar a un cuarto partido. Su equipo fracasó. No tal vez como Boca, pero sí en la misma medida de lo que se le pedía a su eterno rival. Fracasó porque no le pudo hacer un gol a Monterrey y eso lo condenó a tener que ganarle al Inter, un equipo al que difícilmente le podía ganar. Los tanos son superiores. Los mexicanos, no.
Fracasó también porque se quedó sin plan B cuando se lesionó Sebastián Driussi en el primer partido o porque en realidad el plan B que le quedaba, Miguel Borja, no le gustaba. Fracasó porque antes de esos planes invirtió más de 50 millones de dólares en refuerzos cuando armó su plantel, consciente de las competencias que tenía que recorrer en este 2025 que ya dejó su primera mitad sin títulos en Núñez.
Fracasó porque apostó por gente más grande que joven, porque vendió a su estrella antes del inicio de la aventura, porque le sobraron volantes pero no números cinco, porque en el fútbol una posibilidad es esa: el fracaso.
Boca también fracasó. De manera más humillante tal vez pero también con menos recursos que River. Fracasó porque no ganó siquiera un partido. Fracasó porque su dirigencia que encabeza el ídolo Román hace rato que pifia la puntería a la hora de refuerzos que no refuerzan. Fracasó porque fue de mayor a menor e ilusionó a su gente durante 45 minutos frente al Benfica, pero nada más que eso. Muy poco. El optimismo de un certamen le duró un tiempo frente a un equipo de segundo orden en Europa como el portugués y, tras perder frente al Bayern (el partido más perdible en los papeles), dio lástima cuando tuvo que medirse con Ackland City, el amateur y ahora famoso y simpático conjunto de Oceanía.
Fracasó Boca porque sufrió un gol de un maestro de escuela (Christian Gray, quien se convirtió en uno de los mejores memes de la historia de internet) y no le pudo hacer más que uno al arquero Sebastián Ciganda, quien limpia piletas para sobrevivir en su país. Fracasó porque Edinson Cavani otra vez no dio la talla en el área pero tampoco en la comunicación con sus hinchas, como portavoz del equipo que es. “No creo que el partido haya sido decepcionante. Fuimos protagonistas todo el tiempo. A veces las cosas no se dan” dijo tras el empate frente al Auckland, el único encuentro en el que pudo decir presente, víctima de un cuerpo ya gastado por el tiempo. El charrúa, amable y querendón, encendió la ira de los hinchas.
Por todo eso fracasaron River y Boca. Pero ojo, en el fútbol y en la vida todos podemos fracasar, una y otra vez. El asunto es levantarse.
Según la Real Academia Española, fracaso significa: malogro, resultado adverso de una empresa o negocio. Y como sinónimos ofrece varios: fiasco, chasco, decepción, naufragio Lo contrario sería éxito o triunfo. Pero antes de seguir dejemos en claro algo, por si hiciera falta. Estamos hablando de fútbol. Simplemente de eso, de un juego. Un deporte en realidad pero que, en la alta competencia, mueve millones. Fortunas que tornan obscenos cualquier tipo de comentarios. Por ejemplo, lo que puede llegar a cobrar un futbolista de élite. Uno de esos que salen en las pantallas y ciertos desvelados se animan a gritarles fracasados.
Dicho esto, River y Boca fracasaron en el Mundial de Clubes. La afirmación puede resultar dolorosa para las partes involucradas pero también irrefutable. Hinchas, jugadores, entrenadores, dirigentes se pueden sentir heridos. Adelante. Pero, si se analiza el objetivo presunto y el resultado obtenido, la conclusión no puede ser otra. Millonarios y boquenses, con sus matices, quedaron muy lejos del éxito en la última gran empresa que inventaron desde la FIFA y que esta semana llegó a su fin para los colosos del fútbol argentino.
Los equipos más grandes del país, los que nos representaron en la contienda, no pudieron superar la primera fase, la de grupos, la que se suponía debían pasar, como mínimo. Y ahora tendrán que ver todo lo que resta del Mundial por TV.
FRACASO Y EXPECTATIVAS
La afirmación (de fracaso) se apoya en las expectativas. La primera pregunta que se hacía la cátedra en la antesala del novel torneo era: ¿qué sería para River o Boca redondear un buen papel en el Mundial de Clubes? Incluso, ese tipo de consultas se las hicieron a Marcelo Gallardo y Miguel Angel Russo. El Muñeco se limitó contestar que a él no le gustaba para nada el verbo que se puso de moda en el fútbol doméstico. Ese con el que responden muchos ahora en el ambiente: competir.
El DT Millonario dijo, palabras más palabras menos, que su intención es siempre ganar. Que a eso iba al Mundial. Y bueno, no ganó. Por lo menos no lo suficiente como para llegar a un cuarto partido. Su equipo fracasó. No tal vez como Boca, pero sí en la misma medida de lo que se le pedía a su eterno rival. Fracasó porque no le pudo hacer un gol a Monterrey y eso lo condenó a tener que ganarle al Inter, un equipo al que difícilmente le podía ganar. Los tanos son superiores. Los mexicanos, no.
Fracasó también porque se quedó sin plan B cuando se lesionó Sebastián Driussi en el primer partido o porque en realidad el plan B que le quedaba, Miguel Borja, no le gustaba. Fracasó porque antes de esos planes invirtió más de 50 millones de dólares en refuerzos cuando armó su plantel, consciente de las competencias que tenía que recorrer en este 2025 que ya dejó su primera mitad sin títulos en Núñez.
Fracasó porque apostó por gente más grande que joven, porque vendió a su estrella antes del inicio de la aventura, porque le sobraron volantes pero no números cinco, porque en el fútbol una posibilidad es esa: el fracaso.
Boca también fracasó. De manera más humillante tal vez pero también con menos recursos que River. Fracasó porque no ganó siquiera un partido. Fracasó porque su dirigencia que encabeza el ídolo Román hace rato que pifia la puntería a la hora de refuerzos que no refuerzan. Fracasó porque fue de mayor a menor e ilusionó a su gente durante 45 minutos frente al Benfica, pero nada más que eso. Muy poco. El optimismo de un certamen le duró un tiempo frente a un equipo de segundo orden en Europa como el portugués y, tras perder frente al Bayern (el partido más perdible en los papeles), dio lástima cuando tuvo que medirse con Ackland City, el amateur y ahora famoso y simpático conjunto de Oceanía.
Fracasó Boca porque sufrió un gol de un maestro de escuela (Christian Gray, quien se convirtió en uno de los mejores memes de la historia de internet) y no le pudo hacer más que uno al arquero Sebastián Ciganda, quien limpia piletas para sobrevivir en su país. Fracasó porque Edinson Cavani otra vez no dio la talla en el área pero tampoco en la comunicación con sus hinchas, como portavoz del equipo que es. “No creo que el partido haya sido decepcionante. Fuimos protagonistas todo el tiempo. A veces las cosas no se dan” dijo tras el empate frente al Auckland, el único encuentro en el que pudo decir presente, víctima de un cuerpo ya gastado por el tiempo. El charrúa, amable y querendón, encendió la ira de los hinchas.
Por todo eso fracasaron River y Boca. Pero ojo, en el fútbol y en la vida todos podemos fracasar, una y otra vez. El asunto es levantarse.