UNA MIRADA DIFERENTE

Foto de fin de año

A riesgo de repetir algunos conceptos parece tener sentido repasar los resultados cumplido un cuarto de la gestión del gobierno de LLA.

Para ensayar una gran síntesis, está claro que en lo que hace a la lucha contra la inflación los resultados obtenidos son mucho mejores de los que se podría haber soñado hace 12 meses. El diagnóstico y la decisión de eliminar el déficit fiscal, sintetizados en el tozudo eslogan “no hay plata”, fue defendido contra viento y mangazos por el Ejecutivo, y los resultados son notoriamente positivos.  

Esa firmeza y una hábil manipulación del Banco Central para usar el ancla cambiaria y al mismo tiempo bajar la brecha y el mismísimo valor de la divisa se refleja en una baja notable del riesgo país y un alza en las ADR en Wall Street, lo que es un buen indicador, sin dudas. 

Esa baja del gasto, del déficit y del tipo de cambio no se hizo a expensas de la casta, en ninguna de sus tres ramas, política, sindical o empresarial, sino que fue costeada por la clase media y baja, las PYME y el agro. El ajuste fue bastante más parecido al clásico mecanismo ajustador del FMI que lo que traslucía de las promesas de campaña del presidente, pero se logró el resultado numérico merced a la tolerancia de la sociedad y a una pasividad difícil de creer espontánea o por omisión de las fuerzas opositoras.  

Queda mucho por hacer de aquí en más para intentar corregir la evidente desigualdad en el esfuerzo entre esos dos grandes grupos de factores. Se habrá notado la aparición de los peores (o los más destacados) representantes del prebendarismo predicando sus supuestas soluciones por los medios, lo que debería ser preocupante, no sólo por la virtual defensa del modelo tantas veces fracasado sino por el insulto y desprecio a la inteligencia colectiva que ello implica. 

Si bien se puede sostener que para mejorar el bienestar general hace falta crecer, no se puede usar esa excusa para postergar la reversión de esas inequidades en la contribución en el pago de la factura por las consecuencias del accionar previo de cada sector, y las ventajas conseguidas por cada uno. (¿Derechos adquiridos?) La casta no ha contribuido seriamente al pago de esa gigantesca adición. 

Eso no se puede dejar de decir. Esa inequidad debe resolverse en la próxima etapa, con o sin crecimiento. Habría que hacérselo saber a quienes predican las soluciones que sugieren para resolver los problemas que han ayudado tan eficazmente a crear, como han hecho tantas veces. Para ello sería conveniente desempolvar la causa de los cuadernos convenientemente cajoneada y olvidada, por ejemplo. 

Porque el meollo del problema nacional, incluyendo la compulsión inflacionaria y buena parte de la corrupción endémica, tiene gran relación con el proteccionismo. Y el estandarte de ese proteccionismo es el sistema cambiario argentino. Y no habrá que confundirse: salir del cepo no resuelve ningún problema de fondo. Lo que resuelve el problema de fondo es permitir el funcionamiento de un mercado libre de cambios, sin ningún tipo de limitaciones ni intervención o permiso alguno del estado. 

Contradicciones libertarias

Curiosamente el presidente Milei, que tanto odia al estado, no parece dispuesto a liberar de su yugo el mercado de cambios. Habla de competencia de monedas - un término impropio- pero omite que la libre contratación en cualquier moneda implica la existencia de un mercado totalmente libre de divisas, sin fijación, intervención ni administración alguna del estado. Igual que lo que implicaba la olvidada dolarización convenientemente escondida. 

Justamente la demora en salir del cepo, que según el consenso es la condición sine que non para crecer, se debe a que no se está preparado o predispuesto a liberar el mercado de divisas. Para ponerlo en términos metafóricos, como ama decir el primer mandatario, cuando juró quemar el Banco Central en realidad se refería a medio Banco: el que tiene la función de emitir moneda. 

Tal vez debería incluir en la quema simbólica -ya se ha propuesto aquí - la otra mitad de la entidad: la que decide cuánto vale el dólar para cada sector o subsector, o para cada acción económica, y que a la vez se ha adueñado de las divisas del sector privado, lo que tantos sectores autodenominados liberales o “austríacos” han naturalizado como normal. La fatal arrogancia de la burocracia, diría Hayek, no Rothbard. 

Entonces se pasan horas y horas estableciendo el valor de referencia, balbuceando sobre el atraso cambiario o sobre el ancla cambiaria, en el afán de dar visos teóricos a un proteccionismo que tiene destinatarios y beneficiarios, que no son ni el consumidor, o sea la gente, ni el trabajador, ni la sociedad en general. La inflación es el precio de “vivir con lo nuestro”.

Si en serio se pretende legislar y deslegislar para volver a hacer del país una gran potencia, ese paso debería estar en los objetivos inmediatos. Semejante paso es el que consolidaría los logros antiinflacionarios y lo que evitaría, como en el pasado, volver a entrar en otro ciclo o loop negativo, luego del esfuerzo del ajuste. 

 Si en cambio el objetivo del Gobierno es meramente salir del cepo -nada más que un formato de control de cambios desesperado – el futuro no se ve tan claro como todos querrían verlo. Algunos de los métodos utilizados hasta ahora para lograr este éxito, no pueden aplicarse eternamente. Se debería aprovechar esta calma para tomar las medidas de fondo. Las medidas de coyuntura no son eternas. Eso es lo que se debería esperar de aquí en adelante.

Y aquí se debe recordar que las retenciones, aparte de un robo, son una forma de tipo de cambio diferencial, que en un anecdotario que ya lleva casi un siglo, sirve para fomentar una industria naciente cuyo parto eterno data de varias décadas atrás. 

En el camino queda por solucionar el problema de descalce bancario que representan las exLeliqs, similares y antecesoras. Sobre este tema la columna prefiere no explayarse por prudencia. 

Más preocupantes

Los aspectos no económicos son mucho más preocupantes y con menos hitos positivos. El acercamiento al poder de personajes nefastos de la política nacional, que no ha cesado, sino que ha aumentado en importancia e influencia, más algunas muestras de intolerancia y totalitarismo latente, como la posibilidad firme de designar a un Juez de la Corte por DNU, un exabrupto jurídico e institucional, no puede pasarse por alto. 

Hay una costumbre de hacer la exégesis de algunos actos, concesiones o acciones políticas y de ese modo encontrar una explicación para el desprecio a los principios fundamentales. En esto debe tenerse cuidado de no caer en el error de Mario Puzo, el genial creador de El Padrino, o el de los autores de Los Soprano, que intentando explicar el lado humano de la mafia transformaron a un delincuente asesino en héroe familiar. La columna siente especial desprecio por el maquiavelismo, que llevado a la actualidad puede terminar justificando cualquier canallada en nombre de conseguir y conservar el poder. 

Dentro de las cosas que se están haciendo mal, el reciente paso de sainete entre el Presidente y su vice que terminó con la expulsión del senador Kueider es sintomático e institucionalmente grave, además de un error político del oficialismo, que terminó haciendo lo opuesto a lo que quería, y peor, a lo que correspondía. Será complicado hasta para los juristas más adeptos al Gobierno justificar la expulsión en vez de la suspensión del presunto lavador. Independientemente de los cotilleos internos de LLA y su triángulo de dos catetos, o de su conveniencia o la de UP.

Sumado al reciente pasacalle (como se diría en la zarzuela) del rechazo de la ley de ficha limpia, configuran situaciones institucionales intranquilizantes en todo sentido, que deberían ser consideradas graves. Por supuesto que una vez más, los complacientes exégetas encontrarán la explicación que todo lo justifique y tolere.

Estos aspectos, a diferencia del caso económico, no tienen ninguna probabilidad de mejora ni de cambio, salvo el empeoramiento. Ocupada y preocupada por las angustias y urgencias económicas la sociedad parece no comprender la gravedad del tema, que unido al estilo despectivo y descalificatorio que poco a poco ha ido adoptando LLA son más que señales preocupantes. 

Todos los gobiernos totalitarios de la historia, aún los de ficción, precisan un enemigo común, verdadero o inventado, al que el pueblo tema irracionalmente, que justifica, atenúa y hace perdonar cualquier exceso. A veces, los gobiernos se transforman en totalitarios luchando contra ese enemigo. El enemigo nacional es la inflación.