Acuarelas porteñas

Filósofos del fulbo

Para perdurar sobre la faz del planeta, durante más de cuarenta años dediqué mis mejores esfuerzos a dar clases de lengua y literatura en diversos colegios del nivel secundario. El trajinar de cada día y las experiencias que se acumulaban gradualmente iban enseñándome a componer aciertos y a eludir errores, lo que no significa que no haya cometido muchos tropiezos.

Sin embargo, tal vez indulgente conmigo mismo, estoy por completo seguro de que, en términos generales, me desempeñé con eficacia e idoneidad. Además, y no es un tema menor, ya que toca al campo de la afectividad, me ufano de recibir mensajes y/o visitas de chicos y chicas sesentones, que fueron mis alumnos cuando adolescentes y que, hasta el día de hoy, continúan recordándome con cariño.

CIENCIAS DE LA EDUCACION

Pues bien, hétenos aquí que, de vez en cuando, visitaban el colegio algunas licenciadas en las llamadas Ciencias de la Educación, convocadas con el fin de impartirnos enseñanzas sobre la mejor manera de desempeñar nuestras tareas.

Pizarrón mediante, las susodichas damas (en general, jóvenes e izquierdosas aunque no bonitas) desplegaban, con tizas de colores, un ingente ejército de objetivos, logros, medios, instrumentos, herramientas, estrategias, etcétera, que encontraban su manifestación icónica bajo el común denominador de flechitas, cuadraditos, redondeles, triángulos y los signos matemáticos de “más” (+), “igual” (=), “menos” (-).

Yo asistía sin alterar mi ritmo cardíaco a esa conjunción de literatura fantástica y realismo mágico que, si bien expresada con convicción y entusiasmo por la educadora, no tenía la más remota relación con la realidad de lo que verdaderamente podría ocurrir en el aula, poblada por unas tres decenas de adolescentes portadores de diversas personalidades, distintos niveles intelectuales, variados intereses, reacciones imprevisibles…

En resumen: extraviada en su laberinto de flechas y cuadraditos de colores, esa pedagoga jamás “había transpirado la camiseta” en la cancha (donde, según reza el proverbio, “se ven los pingos”). Y, al consignar “cancha”, considero el vocablo como estricto sinónimo de “aula”.

Concluida la exposición, la delirante solía retirarse en medio de aplausos.

LOS LICENCIADOS EN CIENCIAS DE FUTBOL

En nuestra televisión abundan los comentaristas de fútbol. Cuando, verbigracia, Oscar Ruggeri o Diego Latorre vierten su opinión sobre el asunto que fuere, yo los escucho con respeto y atento oído, pues, como ellos sí han transpirado la camiseta en torneos profesionales y en partidos internacionales de alta competición, hablan con conocimiento de causa e, irrefutablemente, dominan la materia y, por ende, sus juicios no pecan de erróneos ni de imaginarios.

Los demás comentaristas, a lo sumo, habrán disputado, al igual que yo, muchísimos partidos de aficionados o de potrero. Por lo tanto saben, sobre tácticas futbolísticas, exactamente lo mismo que yo: es decir, absolutamente nada. En este punto, y mutatis mutandis, son perfectos colegas de aquellas licenciadas en Educación que jamás han dado clases de nada. (1)

APODOS HEREDITARIOS

Entre 1955 y 1967 jugó en Boca y en Vélez el marcador derecho de punta Carmelo Simeone, apodado Cholo. Pues bien, cuando en 1987 surgió, en Vélez, Diego Pablo Simeone, los periodistas deportivos consideraron meritorio bautizarlo también como Cholo. Y a Giovanni Simeone, hijo de Cholo II, se lo llama Cholito.

Todos los Solari serán Indio, en homenaje al primero de ellos, Jorge Raúl Solari, que empezó su carrera en Newell’s en 1960 y formó parte de la selección argentina que, en el Mundial de Fútbol de 1966, disputado en el Reino Unido, fue vencido por el equipo inglés capitaneado por el árbitro alemán Rudolf Kreitlein.

Continuador de la dinastía es el Indiecito Santiago Solari. (Por incomprensible analogía, también es Indio el Solari que, con su tropel de ruidos molestos, goza en embelesar lucrativamente a multitudes de melómanos incautos.)

Rubén Ayala jugó en San Lorenzo de Almagro entre 1968 y 1973. De bigotes y exuberante melena, cargaba el mote de Ratón. Éste fue heredado por Roberto Ayala (defensor en la Selección Nacional en los Mundiales de 1998, 2002 y 2006).

Lo mismo ocurre con otros apellidos: todos los Escudero serán Pichi; todos los Delgado, Chelo.

TAUTOLOGIAS Y CARACTERIZACIONES

No falta algún relator que diga: “Rechaza el futbolista Fulano el cabezazo del jugador Mengano”, como si los demás no fueran futbolistas y jugadores, y sí legisladores nacionales, tratantes de blancas o miembros del Club de Admiradores de Luis D’Elía.

Otros, extenuantes, suelen repetir “el zurdo Perengano” o “el flaco Zutano”, actitud que habría sido coherente si, además, caracterizasen al resto de los futbolistas con algún rasgo físico peculiar. Podrían así integrarse parejas antagónicas. Sugiero algunos dúos, respetando el principio antiestigmatizante de la ética kicillofiana: no-blanco/no-negro; no-gordo/no-flaco; no-petiso/no-lungo; no-ñato/no-narigueta; no-chueco/no-patizambo…

1. En cambio, creo que, en este sentido, merece crédito don Guillermo Nimo (1932-2013). Pues, si bien no fue futbolista profesional, ejerció como réferi: sin duda esta presencia en el teatro de los acontecimientos lo habilitaba a opinar con más autoridad que la de los meros espectadores.

Por otra parte, debo decir que sus excentricidades me resultaban simpáticas: la vestimenta “hiperelegante”, el fumar con boquilla, su lenguaje con profusión de dislates y, sobre todo, su singular prosodia. Un ejemplo entre tantos: para manifestar su admiración, en lugar de ¡Excepcional!, solía exclamar ‘¡Esexional!’ Confieso, sin rubor alguno, que exactamente éste es el adjetivo que utilizamos cierto amigo mío y yo cuando queremos aplicar algún elogio consagratorio.