UN LIBRO RECONSTRUYE LA FORMIDABLE TRAYECTORIA DE ANTONIO REQUENI

Feliz semblanza de una vocación

La obra de Axel Díaz Maimone se compone de diálogos con el gran poeta y periodista. Sus páginas trazan un rico inventario espiritual de anécdotas y opiniones.

Al existir humano meramente biológico, lo corona en ocasiones el logro de un vivir bienaventurado. Solo que para llegar a esto, además de los dones recibidos de la naturaleza o infundidos por Dios, se requiere que su poseedor -o bendecido- los asuma hasta el compromiso; les saque jugo sin desperdiciarlos en el camino. Y qué decir si ese trayecto viene siendo largo como el de Antonio Requeni, alguien nacido en 1930 y tan activo y dispuesto hoy para la amistad y las letras como lo estuvo siempre.

Poeta, cuentista, articulista, crítico, periodista enaltecedor del género -cuando tan sospechados están algunos de sus cultores de merodear entre sobres oscuros-, viajero impenitente y nunca mero turista, miembro de dos academias nacionales, en ninguna faceta literaria o instancia anímica para él inspiradora, Antonio se ha dejado llevar por la inercia de tener el suficiente oficio como para que vuelen con piloto automático sus páginas. Por el contrario en cada una pone su impronta fácilmente reconocible por sus muchos admiradores.

De una amable y cómplice serie de diálogos entre Requeni, presentado tal como bien lo conocemos: generoso de su tiempo, amical y ajeno a toda pose de monstruo sagrado, y el joven escritor Axel Díaz Maimone, surgió el libro Antonio Requeni La bienaventuranza de la literatura, prologado por Pablo De Santis, con sentidos homenajes en la contratapa de los colegas académicos del autor de El vaso de agua o Cronicón de las peñas de Buenos Aires: Santiago Sylvester, Rafael Felipe Oteriño y Santiago Kovadloff, todo en una cuidada edición de Vinciguerra para la Fundación Argentina para la Poesía presidida por Alejandro Guillermo Roemmers.

Es de subrayar la información nada improvisada en posesión del entrevistador sobre la Generación del 40, la actividad literaria de los años cincuenta, sesenta y setenta en el país y otros temas concomitantes, en general echados poco menos que al olvido por el afán de novedades actual, esparcido también sobre la cultura.

Eso da naturalidad a las pláticas, que corren fluidas hacia el esencial inventario espiritual de Antonio, enhebradas aquí y allá con anécdotas y pareceres suyos.

SIN SOLEMNIDAD

Las charlas se sitúan en un clima amistoso y mantienen en todo momento un tono ajeno a la solemnidad, actitud común en aquel que se pone a escribir una autobiografía o se justifica ante los demás con una colección de memorias. Conocemos pocas excepciones de autobiografías o memorias no acartonadas y a la vez convincentes y noticiosas. Una podría ser Mi medio siglo se confiesa a medias del notable periodista español César González-Ruano.

Aquí el material fluye suelto, sentido y rico sin abrumar, en mucha mayor y mejor medida que el que suele presentarse en otros volúmenes también de diálogos con personajes notorios. Y no está demás puntualizar que este ir desde la expresión oral al papel, está situado en las antípodas de las subrepticias indagatorias de Bioy Casares a Borges plasmadas en 2006 en el libro que lleva por título precisamente Borges.

Especial detenimiento merece el capítulo dedicado a rescatar su trayectoria en La Prensa, donde ingresó el 1ero. de mayo de 1958; el mismo día en que Arturo Frondizi asumió la presidencia de la Nación, suele bromear, y donde obtuvo su jubilación en 1994.

AMIGOS Y FIGURAS

Fue ese un trabajo periodístico “pane lucrando”, enriquecido por las amistades que en la vieja redacción del edificio de la Avenida de Mayo entabló, por ejemplo con Jorge Calvetti, con Manuel Peyrou, con Bernardo González Arrili, con Germán Berdiales y luego los más jóvenes David Martínez, el tucumano Juan José Hernández, Oscar Hermes Villordo, el poeta de Machagai que lo instó a colaborar con cuentos infantiles en la mítica revista Billiken en la que se desempeñaba como secretario, o el salteño Santiago Sylvester incorporado al diario algo más tarde.

Requeni, que escribió siempre con una vieja máquina Olivetti, su “pianito” al que al jubilarse dedicó un bello artículo, tuvo oportunidad de reportear para La Prensa a muchas figuras nacionales e internacionales, desde Jorge Luis Borges a Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Italo Calvino, Camilo José Cela, Dámaso Alonso, John Dos Passos, José María Arguedas y puede seguir la lista.

En los salones del matutino fundado por José C. Paz, frecuentó a un visitante que actuaba como asesor del suplemento literario entonces impreso en rotograbado. Era Enrique Banchs, sobre cuyo silencio poético después de La urna disertó al ingresar en 1998 a la Academia Argentina de Letras, como titular del sillón “Miguel Cané” que antes que él ocuparon Juan Pablo Echagüe, Manuel Mujica Lainez y Rodolfo Juarroz.

Lo cierto es que contradiciendo aquel exabrupto de Borges en el sentido que el periodismo se parece peligrosamente a la literatura, Antonio Requeni puede decir con orgullo que “el lenguaje sobrio, preciso, de La Prensa, le hizo bien a mi poesía.”

Antonio Requeni. La Bienaventuranza de la literatura no es una rendición de cuentas. Reconstruye la historia de una vocación jalonada por camaraderías intelectuales, premios obtenidos y alguno rechazado y sobre todo la memoria viva de un quehacer literario modélico y constante, fiel al “nullus dies sine linea” aconsejado por Plinio el Viejo.

Un homenaje merecido

Como un digno acto de justicia puede entenderse la publicación del volumen que recopila diálogos con don Antonio Requeni, periodista magistral y maestro de periodistas.

Su larga vinculación con La Prensa, que es uno de los temas tratados en el libro, ilustra una de las más felices uniones que pueden recordarse entre el hombre y su entorno laboral. Cosa rara en el oficio, el recuerdo que dejó tras las casi cuatro décadas que pasó en esta casa es a la vez admirativo y afectuoso.

Poeta, narrador, lector agudo y cronista entrañable de la cultura porteña, su territorio natural era el de los libros y el arte en sentido amplio. Pero Requeni fue también un periodista todoterreno, que con la misma solvencia podía evocar a Banchs, Rulfo o Pizarnik, entrevistar a un presidente extranjero de visita o registrar los desmanes del Cordobazo como enviado especial al caos de aquel mayo de 1969.

El estilo es el hombre, como siempre. Hasta en los últimos textos que se le conocen, muchos de ellos aparecidos en este suplemento, Requeni supo mantener la misma cortesía con el lector que manda escribir en un castellano cristalino, límpido, libre de vanidades y jactancias innecesarias.

Saludemos entonces el merecido homenaje a este hombre modesto y brillante que en su viejo diario sigue siendo el representante más querido de una época del periodismo que ya no ha de volver. Aquel tiempo en que las redacciones cobijaban a verdaderos caballeros de las letras, sabios, cultos y generosos como el incomparable Antonio Requeni.

J.M.