Páginas de la historia

Feliciano Brunelli

Los pasajeros de los trenes que a principios del siglo anterior, cruzaban la Provincia de Santa Fe, se habían acostumbrado a darle a un niño de ocho años, de leve acento francés, unas monedas, aunque no como limosna.
La criatura subía en Rafaela, que era un pueblo y hoy es una importante ciudad, con un pequeño acordeón con el que ejecutaba armoniosamente diferentes melodías. Tenía el rostro redondeado y era un niño alegre y tierno.
Había nacido en la ciudad de Marsella, Francia y lo habían bautizado Felicién. A los 6 años se radica con sus padres en Rafaela, Santa Fe y en el Registro Civil, Felicién, se transforma en Feliciano. En Feliciano Brunelli.
Su padre, luthier y fabricante de acordeones, lo impulsa hacia la música. Pero no necesita hacerlo. Feliciano Brunelli es todo música.
 

A SUS 30 AÑOS
Brunelli llegó a grabar más de 1500 piezas musicales. Fue una especie de “inventor” de una agrupación musical: la llamó Orquesta Característica. Ejecutaba música, si se quiere familiar, basada en los ritmos de valses, de rancheras, de foxtrot o de pasodoble. Decía: “Mi música pretende tener humanidad y sobe todo llegar al pueblo con total sencillez”.
Su caso no tuvo parangón con ningún otro. Su retrato, su fotografía, estuvo expuesta en 1945 en los salones de la RCA Víctor de Nueva York, durante un año. Y aclaro que estaban solamente las fotografías de los diez artistas de mayor venta discográfica en el mundo. Aún se recuerdan varias de sus creaciones: “Barrilito de cerveza”, “Loca de amor”, “Ilusión de mi vida”, y tantas... “En un bosque de la China”.
Algunos de sus cantores fueron: Oscar Valetta, el que estuvo más tiempo con él y Fernando Raymond. Y tuvo otro cantor que luego triunfó en el género de boleros: Fernando Torres. La fama no transformó el cálido carácter de Brunelli, ni alteró su natural sencillez.
El sabía por intuición que los llamados triunfadores, no están exentos de carencias. Y que muchas veces las circunstancias –y no siempre los méritos- los ubican sobre un pedestal. Y no olvidaba su época de lucha cuando actuaba con el trío “Gedeon”, haciendo una comicidad que realmente no sentía. O cuando participaba por radio Splendid rellenando los espacios en la labor de un charlista famoso: Juan José de Soiza Reilly.
Un dato curioso. Integró un cuarteto musical con Aníbal Troilo y Elvino Vardaro. Hubo en su época otros conjuntos característicos: Don Filinto o el de Juan Carlos Barbará. Pero no tuvieron su predicamento ni su fama.
La popularidad de Brunelli fue tanta, que cuando recorría las provincias, ya en el andén al llegar a cualquier lugar, debía ejecutar alguna pieza musical. Tuvo cuatro hijos, uno de los cuales, brillante pianista, falleció muy joven. Y quizá influyó este hecho, en el final, un poco repentino de su ciclo.

UNA BREVE ANÉCDOTA
Transcurría 1965. Brunelli tenía 62 años. Actuaba con su orquesta en un salón muy amplio de la ciudad de Villa Gessell, pero no llegaban a 100 las personas que asistían a su actuación. En un local bailable, cercano a 200 metros, había más de mil personas llenándolo totalmente. En el se bailaba al compás de cinco músicos jóvenes, de largas melenas y extrañas vestimentas. Brunelli, en un breve intervalo de su actuación y para relajarse, pasó caminando por la puerta de ese local. Sintió una íntima sensación de final.
Al regresar, para continuar su tarea, tomó el micrófono y dijo: “Asistirán ustedes, en estas dos horas de actuación que nos faltan a la última presentación de mi orquesta.” Y agregó: “No ‘intuí’ la fama cuando me llegó. Pero creo que sí puedo intuir mi ocaso musical. Y no querría empañar la felicidad que viví durante más de 30 años seguidos. Entre el éxito futuro –que siento dudoso ya- y la paz, elijo la paz. Que es el mayor de los éxitos. Gracias”. Brunelli sabía que en la alegría, el hombre busca compañía y en la tristeza suele necesitar soledad. Un 27 de agosto de 1981 moría Feliciano Brunelli, el hombre que con su música, aparentemente simple, dejó una huella profunda en el panorama musical argentino. Y un aforismo final para este hombre que se retiró con dignidad, porque supo ver el horizonte: “Los más avanzados comprenden mejor su propio retroceso”.