Fantasmas de Auschwitz

La partida final

Por John Donoghue

Planeta. 405 páginas

Perdón y reconciliación, dos caras de una misma moneda, pueden pensarse como imposibles en algunos entramados históricos, en algunos pliegues de la existencia. Suponer que un judío prisionero de Auschwitz puede ser amigo de su carcelero es, quizás, forzar la imaginación.

Pero por ahí va la primera novela de John Donoghue, un profesional de la salud mental que vuelca en esta obra una buena dosis de psicología para armonizar y comprender las tensiones entre Emil Clement, un relojero y talentoso jugador de ajedrez, y Paul Meissner, un oficial de las SS.

El relato experimenta sucesivos saltos temporales en un continuo ejercicio que nos lleva adelante y atrás, desde la Segunda Guerra Mundial hasta el año 1962, ida y vuelta.

La historia se va tejiendo poco a poco, hasta formar una trama pareja. Durante su detención en el campo de concentración, Emil Clement, sin proponérselo, termina aferrado al ajedrez como a una tabla que flota en medio del mar. Jugará partidas en las que le va la vida y pondrá en tela de juicio la superioridad aria en cada victoria.

La angustia de aquellos días contrasta y mucho con el reposo de la actualidad. Transcurren los días de su vejez cuando Emil observa con asombro el regreso de Meissner a su vida como un fantasma. ¿Qué busca el exoficial del ejército alemán? ¿Qué lo lleva a encontrarse con el viejo prisionero?

Aquí es donde actúa la fina pluma de Donoghue. No podría entenderse el intercambio sin la sutileza de ciertos aspectos psicológicos que el autor hace madurar en los dos personajes principales. La tensión entre el crimen y el perdón se vuelve palpable. El resentimiento es como una coraza.

Uno de ellos lo ha perdido casi todo y, pese a la tragedia, logró salvar su vida. El otro arrastra su culpa como una cruz. Juntos transitarán un sendero que los llevará a un destino impensado.