LA MIRADA GLOBAL

Eyeless in Gaza

El título, es el de una novela de Aldous Huxley, cuya traducción exacta sería “Sin ojos en Gaza”. Título que se inspira en un pasaje de la Biblia, que dice que a esa ciudad los filisteos llevaron a Sansón, luego de arrancarle los ojos (Libro de los Jueces). 

    Quien no tiene ojos es ciego. Aunque más grave es la ceguera de quienes fingen ignorar la realidad de hoy en esa zona. Es decir, el exterminio que allí se está llevando a cabo. Que indigna a la mitad del globo terráqueo. A esa mitad que, tradicionalmente, fue amiga de Israel. 

Al comienzo, fueron los campus universitarios de Estados Unidos y de Europa donde se exteriorizó la condena a la conducta israelí. Pero no se trató de una simple protesta universitaria. Fue sólo la primera exteriorización de lo que desaprueba la opinión pública occidental. De la cual, sus medios se hacen cargo y la difunden.

    Cosa que no sucede con buena parte de los nuestros, aunque pertenezcamos a ese hemisferio. Medios que insisten en presenta al accionar de Israel como una justa respuesta al terrorismo, aunque tal réplica sea de un salvajismo que, de las 35.000 muertes que ha causado, más de la mitad sean de mujeres y de niños. 

    Ahora bien, si esa respuesta fuera justificable, deberían medir con igual vara los excesos que cometió entre nosotros el gobierno militar, cuando reprimió a una guerrilla no menos asesina y cruel que la de Hamas. Sin embargo, salta a la vista que no miden uno y otro exceso con la misma vara.

También se suele pintar, con deliberada mala fe, de antisemitismo a quienes hoy censuran al Estado de Israel, cuando no, de aplaudir la penetración rusa en el Oriente Medio. Salvo casos marginales y repudiables, no es así. 

 No es antisemitismo que el fiscal de la Corte Penal Internacional, haya pedido tanto la captura de Netanyahu como la de los líderes de Hamas. Y no es porque vayan a volcarse al imperialismo ruso, que tres países miembros de la OTAN, Noruega, Irlanda y España, hayan reconocido en estos días al Estado Palestino. El cual, en los hechos, aún no existe.  

No existe, aunque las Naciones Unidas, en su resolución 181 de 1947 dispusieran que en el entonces protectorado británico de Palestina se crearan dos Estados, árabe el uno y hebreo el otro. Ello, con un régimen internacional especial para la ciudad de Jerusalén.

No existe, aunque las Naciones Unidas, en su resolución 3236 de 1974, hayan reafirmado el inalienable derecho del pueblo palestino a constituir su estado propio y a recuperar sus tierras y hogares ocupados por Israel.  

En la primera de esas resoluciones gravitó, sin duda, la deuda moral de Europa con los judíos que allí habían sido masacrados por el sólo hecho de su religión. Matanza que, llevada a cabo por un país, contó en buena medida con el silencio de otros. 

Complejo de culpa que, luego, llevó a silenciar que Israel fuera ocupante impiadoso de zonas que no le pertenecían y expulsara a sus propietarios legítimos. Época que está tocando a su fin. 

Sin justicia no habrá paz en esa zona del Oriente Próximo, que es, aunque no se la suela pintar así, una orilla del Mediterráneo. De modo tal, que el conflicto que allí se libra puede hacerse universal. Es decir, corremos, todos, el riesgo de que se haga mundial.

A la paz no se llega por el exterminio. A la paz se llega a través de la justicia. Hora es que las Naciones Unidas retomen el rango protagónico que tuvieron al crear ambos estados: el árabe y el israelí. Porque es la paz mundial lo que está en juego. Y ya bastantes amenazas tiene en otros frentes.