Extrañas confusiones sobre un pontificado

El análisis de la noticia-

                                  

Desde su inicio en 2013 el pontificado de Francisco ha despertado asombros, desconcierto y crecientes dosis de alarma. Su voluntad de congraciarse con el mundo, eludiendo los temas mas antipáticos del magisterio eclesial, le mereció elogios encendidos de la prensa secular. Las críticas constantes al "clericalismo", su frecuentación de intelectuales ateos o agnósticos, el insólito rescate de Lutero y la Reforma protestante siguen fascinando a los enemigos tradicionales de la Iglesia, al tiempo que escandalizan al núcleo de fieles apegados a la tradición. 

Esta divergencia es ya inocultable para el observador atento. Ha llegado a tales extremos que en ciertos medios católicos de Europa y Estados Unidos no es inusual encontrarse con alusiones a un posible cisma inducido por esta peculiar orientación del Obispo de Roma. Lejos de preguntarse si Jorge Bergoglio es peronista, la duda que llegaron a plantear esos sectores es si en verdad es cristiano. Así de hondo es el desgarro.
Pero nada de eso se percibe en nuestro país, aquejado como siempre de ombliguismo. La prensa especializada incurrió desde el comienzo en la comodidad de ser más papista que el papa. El resto de los formadores de opinión sólo interpreta a Su Santidad en función de la grieta. Los kirchneristas adoptaron la adulación hipócrita; los macristas cayeron en la paranoia de creer que cada mensaje que sale del Vaticano está destinado a ellos. Pero otros están yendo más lejos.

Detrás de las críticas a las presuntas simpatías políticas de Bergoglio, a sus favoritismos inexplicables o ambiguos, algo muy diferente asoma su feo rostro. Un desagradable tufillo anticatólico y anticlerical contamina las opiniones de personajes como Juan José Sebreli, Fernando Iglesias o el inefable Jaime Durán Barba. Estos modernos volterianos vuelven al ataque contra una Iglesia a la que juzgan anticuada, incorregiblemente populista y relegada, una vez más, al basurero de la historia. Una rémora de autoridad pasada de moda en un mundo líquido, diverso, liberado al fin de verdades trascendentes.

No son argumentos originales, aunque Bergoglio, el supuesto "Papa peronista", les ofrezca nuevas excusas para esgrimirlos. La paradoja es que el Papa que tanto critican estos campeones locales del libre pensamiento parece hecho a su medida. Es el Papa del "quién soy yo para juzgar", el de la mano tendida al laicismo y el protestantismo, el que no quiere negar la Eucaristía a los divorciados y vueltos a casar, el que fustiga a los "rigoristas" y rechaza toda forma de proselitismo.

Vaya confusión. Lo triste es que no debería ser ésta una hora de confusiones en un mundo que necesita cada vez más de la Verdad salvífica que la Iglesia debe proclamar "a tiempo y a destiempo". En estos días aciagos sometidos a la ideología de género, al feminismo que aborrece la maternidad y abraza el aborto, a la obsesión por el consumo y el placer narcotizante, la Iglesia tiene mucho que decir.

Mucho y muy simple. Borges solía burlarse de Chesterton porque decía que basaba su fe católica en el sentido común. Frente a un mundo orgulloso de su desquicio, cada día se demuestra con creces que el equivocado no era el simpático inglés sino el argentino agnóstico y sobrador.