Experimento que dio frutos
Tres vidas
Por Gertrude Stein
Palmeras Salvajes. 260 páginas
Hoy la literatura de la estadounidense Gertrude Stein (1874-1946) es poco más que una curiosidad. Si su apellido sigue resonando es por los ecos que generó en otros escritores célebres que la tuvieron como maestra o mentora, en concreto los integrantes de aquel grupo de norteamericanos emigrados a Europa en la década de 1920 que ella misma denominó “generación perdida”. Es decir, Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos y otros.
La obra de Stein se inició en 1909 con Tres vidas, que ahora publicó el sello Palmeras Salvajes en una nueva edición con traducción de Gabriela Raya. Al igual que sucedió con su autora, el libro terminó significando más por lo que despertó en otros que por su valor intrínseco.
En tres relatos independientes que comparten estructura, estilo y un mismo escenario estadounidense imaginario, la ciudad de Bridgepoint (inspirada en Baltimore), Stein cuenta las vidas desdichadas de Anna, Melancta y Lena. Las tres dedicadas a trabajar para otros como sirvientas, cuidadoras o acompañantes en existencias que, por caminos diferentes, conducen a un mismo destino de abnegación elegida, sufrida o impuesta.
De origen alemán, Anna es trabajadora, ahorrativa y siempre hace lo correcto, temible por su “carácter firme, sus juicios contundentes y el fervor amargo de su lengua”. Lena, también de origen alemán, es la representación de la docilidad extrema, “paciente, dulce y amable”.
La mestiza Melancta, que protagoniza el relato más extenso, es la aparente excepción del trío: quiere conocer los caminos que llevan a la sabiduría y se entrega a “vagabundeos” existenciales y eróticos guiada por otra mujer. Una vez adquirido, este conocimiento se le volverá en contra cuando se relacione con el doctor Jeff Campbell, un hombre negro meticuloso y algo cándido que está en las antípodas de su temperamento apasionado, más bien díscolo.
Antes que por las tramas y los personajes, que de manera deliberada son elementales al extremo de bordear la caricatura, Tres vidas dejó su marca en la literatura estadounidense por su estilo depurado, conciso y repetitivo. En sus páginas Stein terminó creando lo que a ciertos críticos o editores de su tiempo (Edmund Wilson, Malcolm Cowley) les pareció un lenguaje nuevo, directo, despojado de adornos y profusiones retóricas.
Esta experimentación estilística ejerció una influencia directa sobre Sherwood Anderson cuando escribió Winesburg Ohio (1919), otro renovador volumen de relatos que tendría un peso directo sobre el estilo de Hemingway, quien a su vez era amigo y una suerte de discípulo de Stein.
El parentesco puede ilustrarse con este fragmento de Tres vidas, que sin dudas prefigura al autor de Adiós a las armas: “A Jeff siempre le encantaba observar lo que crecía en la naturaleza, y le encantaban los colores de los árboles y del suelo, y los insectos de colores brillantes que encontraba en la tierra húmeda y en el pasto sobre el que le encantaba acostarse y donde siempre se quedaba buscando insectos pequeños. A Jeff le encantaba todo lo que se movía y lo que estaba quieto, y lo que tenía color y belleza y era verdadero”.