Excelso inicio de temporada en el Colón

Con ‘Carmina Burana’, de Mauricio Wainrot, y la participación de todos los cuerpos estables de la casa.


‘Carmina Burana’. Coreografía, libreto y puesta en escena: Mauricio Wainrot. Música: Carl Orff. Dirección musical: Carlos Calleja. Escenografía y vestuario: Carlos Gallardo. Diseño de iluminación: Eli Sirlin. Repositores coreográficos: Victoria Balanza, Alexis Mirenda. Con: Ballet (dirección.: Mario Galizzi) y Coro Estables (dir.: Miguel Martínez), Coro de Niños (dir.: César Bustamante) y Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (dir: Carlos Calleja). Solistas: Laura Rizzo, Alfonso Mujica, Martín Oro. El martes 12 en el Teatro Colón.


Cuando en abril del año pasado Mauricio Wainrot recibió la propuesta del director general del Teatro Colón, Jorge Telerman, de “hacer algo juntos”, lo primero que le vino a la mente fue ‘Carmina Burana’, su elogiada creación coreográfica sobre la partitura escrita por el compositor alemán Carl Orff hacia 1935. La respuesta del funcionario fue que la obra ya se había dado alguna vez en esa casa, pero Wainrot contrapuso que nunca se había representado con orquesta y coros en vivo, ni allí ni en todo Buenos Aires, donde se la pudo ver en múltiples escenarios (el Teatro San Martín, el Luna Park, el Obelisco) pero siempre con música grabada. La ocasión sería propicia, argumentó el artista de ascendencia polaca, para poner a trabajar a todos los cuerpos estables en sintonía y demostrar de lo que son capaces.

Es así que llegamos a este acontecimiento de dimensiones monumentales que es la apertura de temporada de nuestro máximo coliseo con la creación imaginada por Wainrot, quien la diseñó por encargo del Ballet Real de Bélgica en 1998 para ser representada en gira por Europa. En algo más de 25 años de vida, ‘Carmina Burana’ sí se había dado con voces y músicos en vivo en el Teatro del Bicentenario de San Juan (en 2022), como también en el Sodre uruguayo y en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, pero nunca en la capital argentina. Cuenta saldada.

DISPOSICION

Lo del martes por la noche en la sala de la calle Libertad adquirió los ribetes de un acontecimiento único (aunque no irrepetible porque las funciones se prolongarán hasta el 27 de este mes). El escenario fue ocupado en su totalidad por el Ballet Estable que dirige Mario Galizzi, la Orquesta Filarmónica se ubicó en el foso, y el Coro Estable en los palcos del primer piso, mujeres de un lado (el derecho) y varones del otro, debidamente iluminados. Los palcos avant-scène albergaron a los solistas, a la diestra del público, y al atento Coro de Niños, en el otro flanco.

Si la magnificencia de la cantata de Orff, reconocida popularmente por los potentes sones de su primer tramo (‘Oh Fortuna’), suelen conmover cada que vez que la puesta de Wainrot sale a escena, tanto más con la partitura siendo ejecutada In situ y el orgánico vocal realizando su faena sobre la platea, generando un efecto envolvente capaz de trasladar al espectador a un mundo pletórico de ideas abstractas y emociones a flor de piel.

La relectura coreográfica de la composición inspirada en cánticos y poemas de los siglos XII y XIII rescatados de una abadía de Baviera (perteneciente a la orden de los Benedictinos), propone nuevas dimensiones sobre las temáticas originales, vinculadas en este caso con las sensaciones que la música y las voces avivaron en el oído y el corazón de su creador. Contrastantes entre sí, los cuatro segmentos en que está dividida, y el retorno al ‘Fortuna’ inicial, conforman una rueda en la que al girar se suceden momentos de gozo y de bravura, de introspección y de entrega al amor pleno.

DESTAQUES

Habiendo sido creada para una compañía clásica, si bien no se ejecuta en puntas, la obra de Wainrot encontró en el Ballet del Colón el instrumento ideal para su décima puesta escénica (ya pasó por elencos de Francia, Estados Unidos, Canadá y Turquía, entre otros países). Los cuadros de conjunto permitieron el lucimiento del generoso número de bailarines que componen el Estable, en tanto que en las escenas más íntimas brillaron algunas de sus más destacadas figuras.

Toda una rareza, el coreógrafo se dio el gusto de que compartan una misma función dos primeros bailarines, Juan Pablo Ledo y Federico Fernández, a los que a menudo se los programa alternando un mismo rol. A Ledo le otorgó el dúo “de la taberna”, junto a la exquisita Ayelén Sánchez, con un solo introductorio de él que confirmó la solidez técnica e interpretativa que ha alcanzado en la madurez de su carrera.

Fernández, en tanto, junto a otra de las joyas de la casa, Camila Bocca, colmó de sutilezas el dúo de amor que les fue conferido. Sin figuras invitadas (“no considero que deba llamar a ninguna estrella de afuera para bailar mis obras”, ha dicho el creador), toda la atención estuvo puesta en los bailarines guiados por Galizzi, que respondieron con la solvencia y entrega acostumbradas.

Qué decir a esta altura de las faldas tan características y la escenografía ascética diseñadas por el recordado Carlos Gallardo, ni de la iluminación de Eli Sirlin, que dibuja postales de una potente belleza, como cuando los carros en los que los varones transportan a las bailarinas avanzan a proscenio.

La Filarmónica, categórica en su ejecución al mando de Carlos Calleja; los coros y solistas (particularmente la soprano Laura Rizzo y el barítono Alfonso Mujica) realizaron, a su vez, un aporte valiosísimo para terminar de conformar una propuesta que sin duda ubica en el más alto rango a los cuerpos artísticos del Colón.

Calificación: Excelente