Evaristo Meneses, la pesadilla del hampa

Duro, incorruptible y conocedor de los códigos del bajo mundo, se ganó el respeto de los delincuentes que apresaba. Pero la envidia de quienes deberían haber valorado su accionar, apagó su brillo en el momento de mayor fulgor y lo ubicó en una oficina hasta su retiro.

En este sección solemos ocuparnos de tipos que han roto la ley de mil formas diferentes. De criminales que han hecho cosas que son difíciles de contar. De personajes cuyo desprecio por la vida propia y ajena los puso cara a cara con quienes los perseguían sin tregua. Y precisamente hoy, nos toca hablar de uno de ellos, no de uno de los que está del lado incorrecto de las leyes, sino de quien se encargaba de darles caza.

Y si a policías duros elegimos referirnos, resulta imposible no pensar en Evaristo ‘El Pardo’ Meneses, que a pesar de tener fama de bravo y de resolver varias disputas al calor acerado de las balas, había desterrado en su seccional la costumbre de detener a alguien por su aspecto.

Meneses nació el 26 de octubre de 1907 en Puerto Cuatreros, un poblado bahiense bastante lejano del lugar en el que encumbraría su nombre, su historia, su trayectoria y su leyenda.

El 2 de enero de 1934 ingresó a la Policía Federal, como ayudante de tercera. Allí durante tres décadas agigantó su figura para convertirse en el federal más respetado de su tiempo y su accionar creó en torno de él un aura mítica, que sirvió para que a veinte años de su retiro, el escritor Carlos Sampayo y el dibujante Francisco Solano López, crearan su historieta “Evaristo”.

De físico imponente, peinado a la gomina y con rostro anguloso de rasgos muy marcados, vestía siempre de traje gris oscuro o negro, con sombrero funyi, como los que usaba Carlos Gardel. Había dos cosas que siempre lo acompañaban el cigarrillo en la mano y su 45 siempre pegada a la pierna derecha.

Si bien creía que muy pocos ladrones podían enderezar su camino, guardaba la esperanza de que alguno lo hiciera y a muchos de los que encerró, les consiguió al salir un trabajo decente. “A lo mejor se cruzan con una mina piola y deciden andar por la buena…” solía decir.

Una anécdota que muestra su postura sobre la costumbre de detener a gente por su aspecto, cuenta que hizo soltar a un hombre cuando vio que tenía los zapatos rotos, “lo menos que debe hacer un buen ladrón es afanarse un par de timbos. Acuérdense: los delincuentes de verdad andan en coche, bien trajeados y con las uñas lustradas” explicaba.

 

ELIOT NESS

Como ya marcamos, Meneses era un duro, un símbolo de la incorruptibilidad, algo que resulta extraño en el mundo en el que se movía.

Un hombre con puños entrenados en el ring en su juventud, que además llevaba en la sangre sus dones de tirador ya que tanto su padre como su abuelo gozaban de buena puntería por la práctica activa de la caza.

La casualidad quiso que el Pardo asumiera como jefe de Robos y Hurtos en 1957, año en el que en los Estados Unidos fallecía el mítico Eliot Ness, que había apresado a Al Capone.

A sus 50 años y ya en su nuevo cargo, tal como el gringo que fue retratado en las película, Meneses tenía un par de oficiales de confianza, dos sargentos y una docena de policías. La similitud era tal, que ni el comisario, ni sus subordinados iban uniformados.

Meneses se hizo cargo de su división durante el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas, y su accionar se iba de bruces contra los métodos dictatoriales, el uso de golpes y picanas.

Para el Pardo, el autoritarismo que se imponía desde las altas esferas policiales, ocupadas por militares devenidos en policías, no era sinónimo de orden.

Meneses tenía sus propios medios para dar con los delincuentes y en medio de la corrupción y el autoritarismo reinantes en las fuerzas policiales y en el gobierno de turno, buscó efectividad fuera de las comisarías. Lo suyo era la calle, el olfato que le daba conocer los códigos de la delincuencia, la mano dura con los cacos y sobre todo la noche, había mucha noche en sus rutinas de investigación. Tanto así, que recorrer los puticlubs en busca de data que lo ayudara a dar con ladrones y asesinos, le costó su matrimonio.

“La gente que me veía todas las noches por los cabarets creía que yo era un libertino” dijo Meneses al periodista Carlos Velazco en 1965, cuando ya no era parte de la Policía. Pero lo cierto es que tanto las chicas que alternaban en las casas de citas, como quienes servían los tragos, eran poseedores de información de primera mano que no tenía ningún uniformado.

Little Love, en la calle Viamonte cerca de 25 de Mayo, en pleno microcentro, era uno de los tantos boliches por los que se paseaba de noche en busca de información. Sentado en alguna mesa con visión estratégica y con la 45 bajo su pierna, pedía whisky y esperaba que alguna de las chicas que trabajaban en el lugar le diera algo de lo que había ido a buscar.

Sobre el final de su paso por la división de Robos y Hurtos, fue felicitado por la Sureté francesa y el FBI estadounidense por esclarecer el robo de lingotes de oro en los depósitos de la Aduana en Ezeiza ocurrido en enero de 1961. Sin embargo, fue cada vez más dejado de lado por la superioridad. Meses después, lo sacaron de un plumazo y a pesar de que no había ningún motivo a la vista, lo mandaron a Delitos y Vigilancia. Su retiro de la Policía Federal estaba al caer.

 

EL FIN DEL LACHO PARDO

Una tarde de junio de 1961, Meneses entró al bar Dos Banderas, sobre la calle Virreyes, a unas cuadras de Parque Chas. El quinteto de agentes que lo acompañaron quedo fuera del local y el Pardo entró solo a buscar al Lacho.

El delincuente estaba en una mesa al fondo, escuchó como el hombre cuyo apellido coincidía con su alias le dijo:

–¡Se acabó, Lacho!

Pero el pistolero no se entregaría tan fácilmente y aunque intentó agarrar su arma, las balas de Meneses lo alcanzaron mucho más rápido.

“Fue abatido Lacho Pardo”, titularon los diarios, pero en la misma jornada que caía un hampón, otro agrandaba su leyenda. Miguel Alberto Prieto, alias “El Loco” cometía un asalto en el que se llevaba la vida de un administrativo.

“Este sujeto en realidad roba para matar”, supo decir Meneses de él, y en aquel invierno del 61, juró volver a atraparlo aunque su separación de la división en la que brilló, jugó a favor del delincuente y quizás ese sea el pendiente que le quedó.

 

OVEJAS DESCARRIADAS

Su ausencia en Robos y Hurtos hizo que sus subordinados se quedaran sin cabeza, como ovejas sin pastor, y lo que había sido la división más respetada y efectiva de la federal, degeneró en una banda parapolicial que esclarecía hechos apenas después de que se cometieran, masacrando a los asaltantes y quedándose con parte de lo robado.

Por la conducta que exhibieron quienes estuvieron bajo sus órdenes cuando él ya no los dirigía, muchos trataron de deshonrar el paso de Meneses por las fuerzas policiales, pero su legado fue más fuerte y su leyenda cimentada en años de conducta y efectividad, sostuvieron su legado.

 

SUS “FANS”

Donde más admiración provocó la figura de Meneses fue en los hombres del hampa. El mismo Villarino confeso en sede de Tribunales que "El Pardo" era el único policía que había respetado". Otro que compartía ese respeto era el “Loco” Prieto, "porque jamás Meneses le atribuyó un 'garrón'".

Un ejemplo que pinta a pleno lo que significaba el comisario en sus contrapartes fue el que dio un hombre de la banda de Villarino, que un día fue con un dato certero para su jefe y le dijo "¿Lo querés boletear al "Pardo"? Para en un café de Callao y Sarmiento y se pone en la vidriera. Si vas cualquier noche a eso de las once lo tenés servido". Villarino, casi como dándole una lección a su subalterno le espetó una verdad con autoridad, pero también con asombro y le dijo: "¡Vos estás loco! ¿Y si le errás?". Meneses no era una persona con la que se tenían dos oportunidades en estas cuestiones.

Su fama de incorruptible y de recio podía verse en frases  como “los chorros le tienen miedo a la condena porque saben que conmigo no hay arreglo” o “hay que enseñar a disparar lo menos posible. Pero, si es necesario, no hay que errar”.

Era un tipo duro que manejaba como nadie los códigos de la calle, conocía las leyes del hombre pero mejor aún conocía los códigos del hampa y por eso fue el peor enemigo de los criminales más peligrosos del país. Cuando estuvo al frente de la brigada de Robos y Hurtos, en la época de oro de los robos a los bancos entre 1957 y 1962, supo tirotearse con los mismos criminales que le profesaban su respeto, porque era alguien como ellos, pero del otro lado de la ley.

Los ladrones y asesinos más pesados de su tiempo fueron enfrentados y apresados por Meneses: Jorge Villarino, Juan José Laginestra, el Loco Prieto, José María Hidalgo, Oscar Langoni y Manuel “el Lacho” Pardo. A todos los metió presos. Su balance aún hoy causa envidia, 1.117 robos esclarecidos en su carrera. Más que los que resuelven los comisarios de todo el cuerpo de la Federal en un año.

Pero tanta contracción al trabajo y tanta efectividad en el mismo le hizo ganar enemigos dentro de las fuerzas policiales y no eran pocos los que ya no lo querían en las calles, así que durante sus últimos años lo mandaron a guardar, haciendo trabajo  de oficina.

Pero antes de pasarlo a retiro, intentaron mancillar su imagen diciendo que era dueño de un cabaret o que tenía bajo su control una flota de taxis. Nada de eso era cierto y la imagen de su rectitud quedó impresa en la frase que publicó un periodista que sentenció “el único hombre con autoridad en Argentina se llama Meneses”.

Tras su retiro se convirtió en pintor e investigador privado, pero quizás la prueba más tangente de su decencia fue su pobreza. Murió en 1992 solo y sin un peso, pero su leyenda aún sigue viva.