Evangelio de un dios loco

JACQUES PREVEL DEJO UN DEVOTO REGISTRO DE HECHOS Y PALABRAS DE ARTAUD Abarca el volumen el último tramo de la vida del inspirador del "teatro de la crueldad", desde su liberación en 1946 del manicomio de Rodez hasta su muerte en París dos años más tarde. Es el deambular de dos personajes que parecen de ficción.

La teología suele ser vista como una disciplina tediosa, pero en algunos casos no se distingue de la literatura de ficción. Buen ejemplo de esto es la solución que hallaron los gnósticos en los primeros siglos de la era cristiana a una aporía que les planteaba la lógica: ¿cómo explicar la existencia del mal en un mundo creado por un Dios que es todo perfección y bondad? 

Frente a la encerrona, idearon una construcción fantástica que combina el ingenio con el horror y deja a H.P. Lovecraft a la altura de un principiante: el mundo en el que vivimos no es la creación de Dios perfecto y bondadoso, sino de un demiurgo inferior, torpe y loco del que las demás divinidades se burlan.

Para el poeta Jacques Prevel su colega Antonin Artaud era un dios y dedicó las últimas fuerzas que le quedaban a registrar sus palabras en cinco cuadernos que pasaron por la imprenta dos veces: en 1974 y ahora en una edición ampliada con nuevos materiales aportados por su viuda (*).

Son apuntes tomados entre mayo de 1946 y agosto de 1947 en el asilo de Ivry, adonde se había mudado Artaud después de una década de tratamiento psiquiátrico en Rodez. También en los bares y en la calle. Prevel estaba en una situación económica cercana a la indigencia, sin trabajo, vendía sus libros para sobrevivir, mientras dedicaba todo su tiempo a consultar a Artaud. 

DOS DESDICHADOS

Tampoco le sobraba la salud: tuvo un primer episodio de hemoptisis en 1948 y murió no mucho después que su entrevistado, en 1951 a los 36 años. En rigor podría decirse que el libro refleja los últimos tiempos de dos desdichados en el París intelectual de posguerra, una bohemia que para entonces atrasaba más de un siglo.

Sus conversaciones se desarrollaron en el café de Flore y aux Deux Magots de Saint Germaine de Prés. En el París del existencialismo, de los sótanos en que se oía "be bop" y de esa inconsecuencia lógica que ninguna teología todavía pudo resolver: la de la "industria" cultural anticapitalista, de izquierda y políticamente correcta, que debe su prosperidad a un inclaudicable repudio al sistema económico y social que la volvió tan rentable.

En su retorno a París en el 46 Artaud estaba muy deteriorado física y psíquicamente después de un largo período de encierro y aplicaciones de electroshock. Veía ángeles o decía que los veía, se declaraba perseguido por demonios y combinaba las alucinaciones con la ingesta abundante de láudano que, entre otros, le proveía Prevel. Profetizaba cataclismos, ciclones de magnetismo cósmico, prontos a abatirse sobre la Tierra.

Entretanto su amanuense lo seguía según su propio testimonio "como un sonánbulo" mientras tomaba nota de esos y otros delirios con la naturalidad con la que han sido elevadas a categorías estéticas en el siglo XX la locura y la marginalidad. En ocasiones acompañaba con aullidos las crisis de Artaud. Hasta ese punto se había identificado con él. También esperaba que algo de la notoriedad del inspirador del "teatro de la crueldad" se le pegara y promoviera su carrera literaria.

Prevel nunca pudo escribir el libro que soñaba sobre Artaud y dejó una serie de notas que dan cuenta del deambular y el rápido deterioro de dos personajes que parecen de ficción y que encajarían perfectamente en cualquier novela gótica o cuento de Kafka. Lo hacen, sin embargo, con una salvedad: son mucho menos interesantes que personajes de novela, porque la vida puede imitar al arte como opinaba Wilde, pero de manera mucho menos variada y entretenida.

(*) En compañía de Antonin Artaud, por Jacques Prevel, Adriana Hidalgo editora, 260 páginas.