Páginas de la historia

Esteban Echeverría

Si se hiciera una encuesta entre los alumnos de las escuelas primarias o secundarias argentinas, incluso entre los adultos, podríamos asegurar que siempre estarían San Martín, Moreno, Belgrano, Sarmiento o Rivadavia.
Y es posible que muchos olvidarían a otro grande de nuestra historia patria: Esteban Echeverría.
Nace este patriota en las afueras de esa aldea que era Buenos Aires, cinco años antes de la Revolución de Mayo, un 2 de septiembre de 1805. En ese arrabal humilde le toca tratar con troperos y matarifes, con pulperías y tugurios de juego, con riñas de cuchillo, malevos y prostitutas.
Pero así como la realidad golpea al idealista y lo fortalece, al hombre espiritualmente puro como lo fue José Antonio Esteban Echeverría –que así se llamaba- al hombre con sanos principios morales, ese ambiente “dudoso”, le sirvió sólo como experiencia. Incluso le fue útil y para entender cual era la ruta equivocada, que él jamás habría de recorrer.
Perdió a los 11 años a su padre. Ya adolescente trabaja como dependiente de la aduana y escondido entre bolsas y cajones, aprovecha para leer historia, poesía, inclusive francés. Es un muchacho frágil, muy agraciado, pero débil en lo que a su salud respecta. Porque su corazón de 16 años muestra falencias. Vivirá sólo 46 años.
A los 21 años parte hacia París, empujado por sus conocimientos de francés. Busca también alimento intelectual. En Francia todavía resuenan los ecos de la Revolución Francesa, de la que sólo ha transcurrido menos de medio siglo. Por eso, con sus 21 años, las palabras libertad, igualdad y fraternidad, las registra a fuego en su mente. En París estudia y escucha clases en la Sorbona. Echeverría ya sabe que la riqueza espiritual no sufre bancarrotas.
Pero él también es músico. Ejecuta aceptablemente la guitarra, con la que ameniza las tertulias de los salones intelectuales de la Ciudad Luz. Las ocasiones, cada vez más frecuentes, en que es invitado.
Regresa a su país en 1830, lo impulsan circunstancias económicas y su corazón enfermo. Tiene sólo 25 años Hace ya un año que Rosas ejerce el poder. No se siente cómodo. El solo acepta el intercambio de ideas y rechaza toda violencia.
Tiene 32 años cuando escribe su obra más importante, “La Cautiva”, en la que implanta el romanticismo, e incorpora el paisaje argentino, a la gran literatura.
Simultáneamente crea una institución con ideas políticas, pero sin partidismo: los integrantes no se sienten ni federales ni unitarios. Sólo argentinos. La denomina “Asociación de Mayo” y la integran, entre otros, Alberdi y Marcos Avellaneda.
Suelen reunirse en la librería de un uruguayo, Marcos Sastre. Pero molestan a los gobernantes, que se lo hacen saber. Se siguen reuniendo en otro lugar, ya clandestinamente, con el riesgo que ello implica. A los 35 años en una quinta de Luján, da a luz “El Matadero”, una especie de cuento extenso, quizá el primer cuento que se escribe en el país. Es una reacción encubierta frente al autoritarismo. Lo acosan y empieza a temer por su vida.
Decide emigrar al Uruguay, a Colonia primero y a Montevideo después. Serán diez años de exilio. Muere en Montevideo con solo 46 años de edad un 19 de enero de 1851. Un año más tarde –en febrero de 1852- caía Rosas derrotado por Urquiza en la batalla de Caseros.
Echeverría fue por encima de sus otras aptitudes, un eminente escritor. Que escribió susurros y afloraron gritos.
Y su prestigio no surge solamente de la brillantez de sus ideas, sino y especialmente de lo positivo de las mismas. Su primer postulado en la vida y en la literatura fue la moral y la ética.
Por eso el aforismo final que no lo escribimos por Esteban Echeverría, pero que creemos que le atañe, pues consideramos que armoniza con su persona: “La literatura que ignora la ética no merecería llamarse literatura”.