UN LIBRO DE LA CANADIENSE REBECCA DONNER ACTUALIZA LA MIRADA SOBRE LA RESISTENCIA A HITLER
Espías en los años totalitarios
‘La frecuente oscuridad de nuestros días’ reconstruye la vida de Mildred Harnack, la única estadounidense que integró la oposición activa al nazismo. Una historia de redes clandestinas y colaboración con Stalin.
La historiografía del siglo XX suele pasar por alto la paradoja evidente de que en la Segunda Guerra Mundial las democracias liberales se aliaran a la Unión Soviética para combatir a la Alemania nazi. Ese matrimonio en teoría impuro terminó dándose por sentado, sin habilitar grandes indagaciones retrospectivas ni mucho menos una revisión crítica del desarrollo de aquel conflicto planetario de cuya finalización se cumplieron 80 años días atrás.
Pero en rigor de verdad, esas contradicciones fueron sembradas bastante antes de que se disparara el primer cañonazo. Lo demuestra, sin proponérselo, La frecuente oscuridad de nuestros días (Libros del Asteroide, 667 páginas), obra de la canadiense Rebecca Donner que exhuma la vida de la estadounidense y familiar lejana Mildred Harnack, una de las principales integrantes de la red de grupos de oposición y espionaje activos en el Tercer Reich en las décadas de 1930 y 1940.
El libro, que cosechó elogios de la crítica y diversos premios al publicarse en Estados Unidos en 2021, es en parte una biografía de Harnack y en parte una historia del ascenso del nazismo y del país que lo vio nacer.
ACTIVISTA
Nacida en 1902 en el estado norteamericano de Wisconsin en lo que hoy se llamaría una familia disfuncional, Mildred cultivó muy pronto el gusto por las letras y el activismo en causas sociales.
Esos intereses se potenciaron tras el casamiento en 1927 con Arvid Harnack, descendiente de una aristocrática familia alemana que contaba entre sus miembros a figuras como el destacado teólogo protestante Adolf von Harnack (1851-1930).
Los novios se conocieron en Estados Unidos pero en 1929 se establecieron en Alemania. Por tanto fueron testigos presenciales del imparable auge electoral de Hitler, y muy pronto se contaron entre sus declarados opositores. Ya en 1932, antes incluso de que los nazis llegaran al poder, los Harnack crearon el primer grupo de resistencia, una fuerza indefinida a la que llamaban “el Círculo”.
La autora presenta a Arvid como una suerte de liberal democrático y civilizado; de Mildred señala su identificación con una izquierda cultural que se había revigorizado en el rechazo al fascismo y la crítica al capitalismo que había conducido a la Gran Depresión. De ninguno de los dos dice que fuera comunista, aunque hacia 1932 ambos habían viajado a la Unión Soviética de Stalin por razones laborales o personales.
Estos “resistentes” provenían de buenas familias alemanas con estrechas vinculaciones con la clase gobernante. Algunos se integraron el gobierno nazi y hasta se afiliaron al partido, para mejor despistar a la Gestapo. Arvid fue funcionario del Ministerio de Economía; otros trabajaron en el Ministerio de la Aviación en el entorno de Hermann Göering, uno de los máximos jerarcas hitlerianos.
OTRA ESTRATEGIA
Mildred siguió una estrategia diferente, más discreta. Aprovechó su tarea como profesora de literatura para reclutar nuevos miembros y acceder a informaciones confidenciales que luego transmitía a otros grupos en Alemania o en el exterior.
Uno de los insospechados mensajeros de esa red era Donald Heath Jr., el hijo de 12 años del primer secretario de la embajada estadounidense en Berlín, quien a su vez oficiaba de informante confidencial del secretario del Tesoro norteamericano, Henry Morgenthau Jr..
La historia del niño Heath, enhebrada a partir de recuerdos familiares y entrevistas al protagonista poco antes de su muerte, es la segunda línea narrativa que Donner entrelaza con el relato de la vida de Mildred y las actividades de la oposición antinazi.
Aparte del pequeño Heath, también Martha Dodd, la imprudente y enamoradiza hija del embajador norteamericano en Alemania, prestó su colaboración con la campaña opositora.
A mediados de la década de 1930 este “Círculo” de opositores entró en la mira del espionaje soviético.
Sus miembros fueron sondeados de manera sigilosa por agentes del NKVD, antecesor del KGB, y aceptaron compartir sus informaciones con Moscú.
A varios les asignaron nombres en clave y les abrieron expedientes personales que la burocracia soviética preservó para la historia. Entre ellos estaban Mildred (llamada Japonka), Arvid (Báltico, después Corso) y Martha Dodd (Liza).
De ese modo, lo que había empezado como un entramado de grupos demócratas en oposición a una dictadura de “derecha”, se convirtió en un esquema clandestino de espionaje al servicio de otra tiranía totalitaria, aunque de signo comunista.
AGENTES DE MOSCU
La literatura y cierta investigación histórica llamaron “Orquesta Roja” a dicha red, nombre que popularizó en los años ‘70 la exitosa novela de Gilles Perrault, un libro de cabecera entre la izquierda y las guerrillas latinoamericanas y europeas de aquel tiempo.
En su libro Donner (Vancouver, 1971) rechaza esa denominación impuesta por la policía nazi y subraya que los miembros del “Círculo” no eran comunistas, aunque no intenta negar que espiaban para la patria mayor del comunismo, actividad que el mismo régimen soviético dejó prolijamente documentada.
El “Círculo” y otras facciones afines no interrumpieron el espionaje en los dos años en que Berlín y Moscú fueron aliados, acercamiento que constituye otra de las misteriosas paradojas de aquel conflicto planetario.
Intensificaron sus actividades en vísperas de la invasión alemana de la URSS en 1941, cuando enviaron advertencias numerosas y muy precisas sobre el ataque inminente. Stalin eligió descartar esos avisos. En aquellos meses el líder supremo del Kremlin parecía temer la existencia de una gigantesca conjura entre trotskistas y las potencias occidentales para empujarlo a la guerra con Hitler.
El frenesí de actividad del “Circulo”, sumado a las purgas en la inteligencia soviética ordenadas por Stalin, sellaron la suerte de los espías alemanes.
En algún momento de 1941 el aparente descuido de un principiante en el manejo de los códigos de comunicaciones facilitó la detección de la “Orquesta Roja” por parte de la policía secreta germana. Casi todos sus miembros, unos 50 en total, fueron apresados, juzgados y ejecutados entre 1942 y 1943.
Arvid fue ahorcado junto a otros seis condenados el 22 de diciembre de 1942. Mildred había sido condenada a seis años de reclusión pero Hitler revocó la sentencia y ordenó que le aplicaran la pena de muerte. La mujer fue decapitada el 16 de febrero 1943 en la prisión de Plötzenzee. Tenía 40 años.
INTENCIONES
Periodista, escritora (ha publicado dos títulos de ficción) y sobrina bisnieta de su biografiada, Donner se propuso destacar el papel que le correspondió a su pariente en la resistencia a Hitler, en contra de lo que había señalado hasta ahora la bibliografía dedicada al tema.
Asegura que no pretendió hacer literatura en La frecuente oscuridad de nuestros días, título extraído de un verso del conmovedor poema de Goethe que Mildred intentó traducir al inglés mientras aguardaba la ejecución en la cárcel. Pero resulta evidente que la autora incurrió en licencias a la hora de reconstruir ciertos aspectos íntimos (pensamientos, dudas, vacilaciones) de una vida breve y secreta que a ocho decenios de distancia sigue ofreciendo muchos rincones ocultos.
“Sus familiares y amigos -se lee en la introducción- dejaron tras de sí notas, agendas, diarios, fotografías, testimonios...No se puede decir que entre ellos haya un consenso en torno a la mujer que conocían, o creían conocer. Para muchos fue un enigma, que inspiró toda una serie de conclusiones contradictorias acerca de quién era y por qué hizo lo que hizo”.
El libro, narrado en el siempre accesible presente del singular, es una historia más personal que política o ideológica. Su estructura sigue los usos y costumbres de los relatos del siglo XXI: es fragmentaria, episódica, concisa al extremo. Esto favorece una escritura ágil y detallista que a veces termina magnificando situaciones menores, sin una convincente subordinación al contexto de la época.
Con todo, no puede negarse el trabajo de documentación, perceptible en la enorme cantidad de notas y en las fuentes que cierran un libro por demás voluminoso. Un esfuerzo encomiable que no necesariamente llega a justificar la relevancia que la autora le asigna a su protagonista dentro de una mucho más vasta y dramática coyuntura histórica.