Esperando una luz al final del túnel

Los argentinos comienzan a notar los efectos psicológicos, sociales y políticos que conlleva la desconfianza, la inseguridad, no llegar a fin de mes, la falta de trabajo o el temor a perderlo.

Este, como las religiones, es fuente de seguridad psicológica. El hombre tiene una conducta previsora, necesita saber que tiene resueltas necesidades presentes y futuras como el alquiler, las cuotas de un auto, la educación de los hijos, la comida para la familia, entre muchas otras, que le permiten acercarse a la meta de todo ser humano: obtener respuestas favorables de quienes lo rodean.

Cuando una familia no puede vivir dignamente de su trabajo, las relaciones se deterioran por la preocupación que trae el miedo al futuro y por los inconvenientes que produce la escasez. Es terrible estar desocupado o vivir con la incertidumbre que aporta el miedo a ser despedido, saber que en cualquier momento uno puede perder la fuente de sus ingresos, ello destruye a la persona, la deja desvalida, temerosa, la margina socialmente. Somos socializados para la cooperación social, para el trabajo, cuando no lo tenemos, cuando lo perdemos, con él se va el respeto por uno mismo y el de los demás.

Esta lamentable situación atrae dictaduras durante los períodos de crisis. La gente, agobiada por los problemas, suele creerles a salvadores, muchas veces simples oportunistas que prometen el paraíso.

El problema de nuestro país, en realidad, es ideológico. Hay que alertar sobre las consecuencias que podría tener continuar con políticas autárquicas: la mayoría de los legisladores fueron espectadores indiferentes a la estatización de varias empresas durante los gobiernos kirchneristas.

Una sociedad capitalista debe descentralizar el poder para que la economía no pase a ser administrada por el Estado. La actividad privada es indispensable, no solamente para crecer. Permite constituir poderes alternativos a los del Estado, controles adicionales al poder ejecutivo, legislativo y judicial.

Será necesaria una política que consienta la readaptación y reeducación de la población activa, para que posibilite trabajadores más instruidos, con tareas que tengan un mejor salario, que les permita mejor nivel de vida, políticas que encaren la transformación de los trabajadores para nuevas actividades que impone el mundo de hoy. Aprender nuevas tecnologías potenciaría ambiciones y el deseo de vivir mejor.

 

MERCADO

La mejor manera de promover la prosperidad de los argentinos es ayudar a que podamos ascender, participar, competir, para que la mayoría no necesite de la ayuda gubernamental. Esta debe dirigirse hacia quien realmente la necesite: enfermos, niños, marginales, en vez de ir hacia la compra de políticos y votos o hacia turbios negocios de funcionarios con empresarios.

El reparto de la riqueza se puede realizar por medio del Gobierno y su burocracia, fijando quién se beneficia y quien no, o mediante el mercado, dos métodos que no se simpatizan.

El primero lleva al totalitarismo y a las dictaduras planificadoras, las cuales disminuyen los grados de libertad hasta asfixiar al individuo, aunque lo hacen en nombre de la liberación del hombre, lo encadenan al Estado. La pobreza se extiende a la par de las paupérrimas condiciones de vida.

El segundo método, el mercado, es el que eligen los países capitalistas. No es perfecto, no reparte igualitariamente recursos, premios y castigos, pero por comparación observamos que ha permitido vivir más tiempo, el aumento del consumo y afianzar sus fundamentos: la propiedad privada, la libertad de elección y los derechos civiles.

No persigue la igualdad, meta imposible, ya que la sociedad para perdurar se basa en la cooperación de “desiguales”, pero evita los problemas que, sin acumulación y concentración de capital, se deben afrontar con mucho más esfuerzo.

El Gobierno que viene deberá ocuparse de los sectores más vulnerables entre los gritos desaforados por la puja distributiva de sectores que se sienten postergados. Los argentinos no sólo han votado en el pasado a dictadores, también ven sin asombro que empresarios, asociaciones, políticos y grupos de presión acepten subsidios y privilegios a cambio de la sumisión al Estado.

Se ha politizado al mercado, impidiendo la competencia y el libre intercambio. Ello hará más difícil la salida, la crisis económica nos golpea mal parados. También estamos en una posición desfavorable en el escenario mundial. No se podrá tirar demasiado de una cuerda que es débil y se puede cortar: al raquitismo económico le sumamos fragilidad política.

El gobierno actual añadió violaciones a la propiedad privada y quitó garantías a la legitimidad del lucro, meta de toda empresa que pretende ser exitosa: la crisis, sin duda, fue causa del fortalecimiento del poder estatal y de la disminución de la fuerza de la sociedad civil.

Todos sabemos que gobernar es recorrer un camino donde acechan lo inestable y, muchas veces, lo desconocido, pero un buen gobernante refiere sus resoluciones a ideas centrales que orientan su política. Las elegidas, bajo la dirección de Néstor y Cristina Kirchner, son las que fuimos dejando de lado, con vacilaciones, a partir de 1983.

Nos desprendimos del tutelaje del Estado, apostamos a la iniciativa privada y al empuje individual, confiamos en las leyes y en la democracia. Comenzamos a relacionarnos amigablemente con el mundo y abrimos las puertas a las inversiones. Ellos volvieron atrás, basándose en errores que se cometieron en la década del ‘90, arrasaron también con los éxitos y ahora estamos viendo los efectos que está produciendo este regreso a la pretendida “edad de oro peronista” donde todo se manejaba detrás de un escritorio y con el dedo.

Que la política tenga un costado oscuro no es un secreto, pero este Gobierno superó todos los cálculos: la inflación pasó cómoda el 100%, el riesgo país superó los 2.500 puntos, tenemos escándalos por corrupción, los cuales se suman a tantos otros problemas que alejan la credibilidad y estabilidad que deseamos todos.

Para colmo, el genio de Cristina Kirchner, que se manifiesta castigando cualquier disidencia de los funcionarios, con la crítica a los medios, desmereciendo a las minorías, la inhibirá para lograr, en caso de desborde, los acuerdos que seguramente necesite.

Es probable que los poderes que sirven para limitar las locuras de los gobernantes, debilitados por su propia política, probablemente no sirvan para evitarle serios trastornos y, como ya ocurre, a varios de los que la acompañan.

Cuando los hombres se vengan -señalaba Tucídides- pierden la medida, no piensan en el futuro ni vacilan en anular aquellas leyes, en los que todo individuo debe confiar para su propia salvación, si es que alguna vez lo aflige una calamidad: olvidan que cuando ellos las necesitan habrán de buscarlas en vano.

FUTURO

Es muy difícil saber cuál será el futuro de la Argentina pero, ante la falta de dirigentes con peso político, las alianzas que a las apuradas se intentan realizar, llevarán implícita la amenaza de constituir una “bolsa de gatos” como fue la que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa.

A la sociedad ese recuerdo todavía la paraliza y asusta. El peligro no son las alianzas, típicas de las democracias, sino que estas pretendan un sistema económico híbrido, donde prospere el intervencionismo estatal que evitaría sanear la economía y el necesario despegue. No cabe aquí el desarrollismo, tan caro a la mayoría de los políticos que hoy se ofrecen para dirigir al país, solo un sistema netamente liberal y duradero puede ser la escalera hacia un futuro mejor.

El Gobierno que triunfe en las futuras elecciones deberá moverse en una realidad de penosas limitaciones sociales, económicas y, como siempre, también azarosas, por lo que tendrá en reiteradas ocasiones que ajustar las metas y sus secuencias, como también los medios, a la imposición de la realidad.

Sin duda, precisará contar con suficiente consenso y con las motivaciones indispensables para poner todo su esfuerzo en el mejoramiento que requiere el país. Necesitamos un período de relativa estabilidad para iniciar una etapa de progreso.

Quienes defendemos la República tenemos la esperanza de que en un futuro cercano funcione en forma satisfactoria el Congreso y el poder Judicial, que legisladores y jueces no se plieguen a las ordenes del Ejecutivo si van contra los principios constitucionales, que se mantengan inmunes a la influencia de los que mandan, con la vista puesta en el sistema republicano. Para ello se debe educar, convencer a toda la sociedad a dejar de aceptar, con los ojos cerrados, las decisiones de un líder - herencia de Perón- a quien se le deba lealtad a pesar de todo, como contrapartida de las dádivas y prebendas que recibe.

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).