LA ACCION CONTRA EL VALLE DE LOS CAIDOS ES UNA MUESTRA DE INQUINA ANTICATOLICA

España, de la piedad al odio

 

POR MARIO CAPONNETTO Y MIGUEL DE LORENZO

Tras la tragedia de la guerra civil era posible suponer que en España se hubiese olvidado qué cosa significa la piedad y la reconciliación entre los hombres. Fue precisamente, en un noble intento por restituir el sentido de caridad fraterna que se levantó el Valle de los Caídos, un lugar donde descansan los caídos en la lucha, sin distinción de bandos.

Se trata, tal vez, del más honorable de los cementerios españoles. Reposan ahí no pocos de los muertos de ambos lados de la atroz guerra civil española de 1936 porque, bien lo sabemos, “allegados son iguales”; y así se ha considerado hasta ahora.

Fue de este modo que el Valle de los Caídos -magnífica obra levantada por la piedad cristiana en el silencio sobrecogedor de Cuelgamuros- se aceptó como expresión de reconciliación, unión y paz. Un sitio donde no se deslizase el rencor, ni la venganza, sino el perdón; un sitio definitivo, intocable para todos los que creemos en el perdón, bajo el amparo de aquella inmensa Cruz de Cristo que domina, majestuosa, la impresionante geografía del Valle.

INSPIRACION DIABOLICA

Pero tras la muerte de Franco, España quedó cada vez más a merced de una partidocracia podrida cuyo espectro ideológico oscila entre una derecha liberal claudicante y un socialismo comunista enfermo de odio, a lo que se suma la pusilanimidad de buena parte de la Jerarquía católica. Pero, por encima de todo, el odio; un odio inextinguible a la Fe Católica y a España; una suerte de letrina del odio que, por momentos, parece responder a una inspiración diabólica. Este odio es difícil de entender porque pertenece al misterio de iniquidad, aunque en cierto modo nos hayamos acostumbrado a su presencia. El Valle no es sino clara expresión de lo opuesto, signo y símbolo supremo del espíritu que animó la Cruzada que, tras la dura guerra de 1936 a 1939, logró liberar a España del comunismo.

Más allá de cualquier consideración que pueda hacerse sobre el régimen instaurado por Francisco Franco -con sus grandes aciertos y algunos desaciertos propios de toda obra humana-, el Valle de los Caídos va mucho más allá de lo político y aun de lo histórico, ya que es, ante todo, un monumento católico que plasma en piedra el mensaje evangélico de paz y de reconciliación entre los hombres.

Precisamente, en tanto monumento católico resulta un completo contrasentido, un cuerpo extraño en una España sumida en la apostasía y en la negación de sí misma. Acaso no erraba el poeta Alberto de Cuenca al señalar: “España es un país muy triste que ha prohibido a los héroes / y ha visto pudrirse las rosas del escándalo”. Esto explica la indiferencia de las derechas (que pudiendo salvarlo miraron para otro lado) y la dentellada de odio propia de talibanes de las izquierdas.

Ha sido, sin embargo, en los últimos años, desde que Pedro Sánchez se ha adueñado de la Moncloa, que la embestida contra el Valle ha alcanzado su punto más alto.

Primero, la profanación cuando, manu militari, el sanchismo exhumó los restos de Franco en un acto de rencor político pocas veces igualado. Vino después, con la incomprensible anuencia de sus familiares, la exhumación del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera. Ahora la Justicia ha dado vía libre para idéntica exhumación de quienes, caídos de ambos bandos en la contienda del 36, descansan a la sombra protectora de la Cruz más alta de la Cristiandad. Esta necrofilia obscena nos ha traído a la memoria aquel verso de Miguel Hernández: “ando sobre rastrojos de difuntos”.

Paralela a esta miserable actitud para con los muertos, hemos asistido a una constante hostilidad contra los monjes de la Abadía a quienes se los quiso expulsar; y todo esto con el eufemismo de la “resignificación” del Valle para adaptarlo a la nueva religión democrática al amparo de una supuesta “memoria histórica” no menos falsa que impuesta a palos.

El monumento

quiso testimoniar

ante el mundo

que sólo Cristo

es la paz y la

reconciliación.

PROFANACION

Pero toda esta triste historia de odio ha culminado en las últimas semanas cuando transcendió la firma de un acuerdo entre el Arzobispado de Madrid, la Secretaría de Estado del Vaticano y el Gobierno español para llevar adelante la mentada “resignificación”.

Según lo que ha trascendido, el acuerdo consistiría en conservar la Cruz y parte de la Basílica que seguiría a cargo de los monjes benedictinos. Todo indica que el Estado español se quedaría con el ochenta por ciento de la Basílica, es decir, prácticamente la totalidad de la superficie del inmenso templo. Ese espacio quedaría sustraído al culto católico y sería “resignificado” (lo que en términos reales sería lisa y llanamente una profanación) para lo cual el Gobierno español haría una “convocatoria internacional” a fin de reunir ideas (sabe Dios que ideas) al respecto. Esto es, van a cambiarlo todo, aunque no saben por qué, ni cómo: curiosa declaración explícita de necedad.

Si bien la firma de este acuerdo no ha sido anunciada oficialmente sin embargo no ha sido desmentida; no cabe, pues, dudar de su veracidad.

Aunque no es difícil comprobar que esto de cambiar la historia, de resignificarla, de hacer nuevas relecturas, no encubre, al fin de cuentas, otra cosa que diversas maneras e intentos de disfrazar la mentira. La historia verdadera molesta, la cambiamos; la verdad es incómoda, la negamos. Visto con detenimiento, en realidad Gramsci no inventó nada, enfatizó eso de actuar sobre la cultura, tarea que lleva más de dos mil años...

Pues bien; está claro que al odio de los enemigos de la Fe se suma, ahora, la traición, la inadmisible claudicación de quienes por su oficio están llamados a defenderla aun a costa de la efusión de sangre. Uno se pregunta: ¿qué pasa por la mente y el corazón de estos pastores que pactan con los profanadores abriéndoles las puertas del templo? ¿Han pactado la entrega con el comunismo?

PROBLEMA GENERAL

Claro que sí, por absurdo que parezca, que no otra cosa que comunismo es el actual gobierno que preside el señor Sánchez. ¿No alcanza la inteligencia de estos obispos y cardenales a entender que tras el eufemismo de la “resignificación” se esconde en realidad una impiadosa desacralización de un monumento católico, uno de los más emblemáticos no solo de España sino del mundo? El poeta del De Profundis bien decía: “Donde hay dolor y muerte es lugar sagrado”, pero no tanto para estos cardenales españoles…. ¿Tan estragado tienen estos pastores el sensus fidei?

La suerte del Valle no es solamente un problema de España: es de todos los católicos de todo el mundo. A todos nos pertenece; a todos nos interpela. Por eso unimos, desde aquí, nuestra voz a la de tantos hermanos nuestros que resisten, como pueden, el embate del odio y la traición.

Odio y traición. Triste final, es cierto, para un monumento que quiso testimoniar ante el mundo que sólo Cristo es la paz y la reconciliación. Pero el odio y la traición solo podrán derribar las piedras. El espíritu que levantó el Valle sigue vivo en algún entresijo del alma de España. Un día, si Dios lo dispone, ese espíritu volverá a levantar nuevas piedras. Y volverá a sonreír la primavera del perdón y de la paz, bajo la mirada misericordiosa de ese Cristo Santo, en la austera penumbra, entre las tumbas de Cuelgamuros.