UN PAIS POSTRADO QUE CASI HA PERDIDO LA CAPACIDAD DE REACCION
“¿España cristiana, y nunca musulmana?”
POR CHRISTIAN VIÑA *
Dios, en su admirable Providencia, nos regaló en nuestra amada Madre Patria, España, una tierra cristiana por excelencia; que anunció a Cristo e implantó la Iglesia en medio mundo. Su riquísima historia está llena, por lo tanto, de héroes y de santos. Es la tierra de los Santos Justo y Pastor, mártires de Alcalá de Henares; de San Vicente, de Santa Engracia, de San Hermenegildo; de San Fernando, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, y de San Francisco Javier; y de los mártires de la Cruzada de Reconquista, del siglo XX, entre otros; y de la enorme Isabel la Católica, a quien muy pronto deseamos ver elevada al honor de los altares. Todo ello hizo que el gran Marcelino Menéndez Pelayo, exclamara: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas… A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca podía ser orgánica, han conseguido no renovar el modo de ser nacional, sino viciarle, desconcertarle y pervertirle”.
Un siglo y medio después, estas palabras muestran todo el esplendor de su profetismo. Hoy, nuestra saqueada España, está irreconocible en su desintegración, postrada en las humillaciones de propios y extraños y casi neutralizada en su capacidad de reacción.
Y aclaro que digo nuestra España –antes de que me salten los sectarios de siempre, con cuestiones de “ciudadanía”- porque, como argentino, soy de la España de esta otra orilla; porque por vía paterna y materna corre por mis venas sangre española, y porque como ocurre con todo iberoamericano –lo asuma o no- nuestro ADN es inconfundible, e irremplazable. Por lo tanto, tengo todo el derecho de hablar de mí, de nuestra España; aunque no habite en la península, y no contribuya con mis impuestos a mantener al social-comunismo, que hoy la asfixia, junto con sus cómplices de ciertas “derechitas” descastadas, que son la versión anémica de los que bien fueron calificados como “golpistas de la Moncloa”.
DECADENCIA
La decadencia de los últimos cinco siglos, acelerada en las últimas cinco décadas, parece haber pulverizado el alma cristiana de España. Y ello ha quedado dramáticamente en evidencia, hace unos días, con el asesinato, con un bate de béisbol, en Alicante, de David, un joven de 38 años; al que quitaron su vida por defender a una chica, que estaba siendo atacada sexualmente por marroquíes. Este crimen, que se suma a tantísimos otros a lo largo de toda la península; y a una larga lista de delitos, de todo calibre, protagonizados por “seres de luz”, parece haber marcado un punto de inflexión. Por eso se han registrado marchas –especialmente de jóvenes-, al grito de “¡España cristiana, y nunca musulmana!”
Más vale tarde, que nunca, dirían nuestras abuelas. Pero, por el momento, ¿no sería más oportuno colocar esa consigna entre signos de interrogación? ¿O es que, acaso, no se llegó a esta situación tras años y años de lavado de cerebros, abonado por el conformismo de una sociedad muy cómoda?
El progresismo de inspiración masónica, y sus secuaces “conservadores” han hecho grandes negocios con la inmigración masiva. Y hoy, ante el invierno –mejor dicho, infierno- demográfico, la presentan como imprescindible para poder mantener a una sociedad envejecida. ¿Harán algún mea culpa por haber asesinado de a poco a todo un país, con el abominable crimen del aborto, la eutanasia, la ideología de género, el endiosamiento de la promiscuidad, y la destrucción de la familia? ¿Creen, en verdad, que España podrá sobrevivir en una sociedad, en muchísimos puntos, diametralmente opuesta a su propia identidad? ¿Ni una idea como, por ejemplo, la de promover el matrimonio y la natalidad, con condiciones ventajosas en lo espiritual y material, se les cae a estos personeros de la destrucción? ¿Piensan, en serio, que el remplazo poblacional, ideado por el mundialismo materialista y anticristiano, es la solución? De “solución final”, habría que hablar, en tal caso. Poco y nada bueno puede esperarse de esta rauda carrera hacia la nada. Ha llegado la hora, entonces, de dar un brusco golpe de timón.
Les aclaro al progrerío, y a todos los “políticamente correctos”, que no avalo ni hago ningún sectarismo, ni discriminación injusta. Y antes de que me acusen de “discurso de odio” –expresión mágica que, en su totalitarismo, han acuñado los “diversos”, para pretender acallar a los diferentes-, reitero que, como Sacerdote de Cristo, solo me mueve la conversión de todo el mundo a Él. Y que, en nosotros, está el cumplir su mandato: “Id, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20). Y ese todos incluye, por cierto, a los mahometanos, y a todos los que no conocen al Señor.
No todos los inmigrantes, ciertamente, son asesinos ni delincuentes. Muchos, en verdad, han huido de regímenes explotadores y asfixiantes; herederos del colonialismo europeo, pero no español, en África, y otras latitudes. Y buscan, por caso, en España, labrarse un futuro, junto a su familia, y adaptarse a la cultura –nacida de la Fe-, y las costumbres del país. Pero no es menos cierto que, también, desde la llamada “religión de paz”, los creyentes de otras religiones somos los infieles a quienes exterminar. Lo más curioso, rayano con lo absurdo, es que, desde el feminismo marxista, y desde ciertas sectas multicolores, se defienda a ultranza ese “multiculturalismo”; que los tiene a ellos en su primerísimo punto de mira… Sorpresas que nos depara este mundo de “pensamiento líquido”; mejor dicho, del no pensamiento, licuado con las más diversas combinaciones de los miembros inferiores.
¿QUE HACER?
No hay tiempo, entonces, para más dilaciones. O la España profunda reacciona contra el “Estado profundo”, que busca destruirla; o, más temprano que tarde, se convertirá en un recuerdo. ¿Qué se debe hacer, entonces? Volver a ese espíritu de Reconquista; que, durante ocho siglos, mantuvo la unidad, y la capacidad de lucha frente al invasor. Y eso se debe hacer con acciones concretas. Por ejemplo, multiplicando el rezo público del Santo Rosario, como se viene haciendo, valientemente, desde hace meses, en la calle Ferraz, de Madrid. Volviendo a llenar ciudades y pueblos con procesiones eucarísticas, y demás manifestaciones de piedad. Evangelizar, a tiempo y a destiempo, en calles, metros, empresas, sindicatos, universidades, y en otros ambientes sociales. Multiplicar las familias numerosas, nucleadas en torno a sacerdotes fervorosos, y comunidades religiosas, reconocidos por su fidelidad. Ocupar todos los puestos de decisión en los ámbitos públicos para ir desterrando, aceleradamente, a la burocracia globalista que, desde Bruselas, extiende sus tentáculos por toda la península. Y plantarles, definitivamente, cara a todos los enemigos de Cristo, y su amadísima Iglesia; sin complejos de ningún tipo, y sin pedir perdón ni permiso a nadie. Conscientes de que el Señor volverá pronto (cf. Ap 22, 20); y nos pedirá cuentas a todos de nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y, por supuesto, que nadie nos gane en humanidad; sin caer, claro está, en la ingenuidad y el buenismo. Poner la otra mejilla es virtuoso y bien cristiano cuando la ofensa es a título personal. Pero cuando los agredidos son el Señor, la Virgen y la Iglesia, y todo lo que en ellos se sustenta, solo cabe esperar reacciones viriles. Como diría nuestro genial padre Leonardo Castellani, ningún caballero bien nacido le pediría a su esposa, por la calle, que ponga a disposición de su agresor la otra parte no manoseada de su cuerpo…
SIN TIBIEZAS
Al enterarse de que escribiría este artículo, un querido hermano sacerdote, con quien compartimos el amor por la poesía, y las letras, me dijo que está leyendo, con mucho fruto, el libro La devoción de la Cruz, de Calderón de la Barca, en edición de Isidro Montiel. En él, al referirse a El Príncipe constante, obra escrita por el dramaturgo español, en 1629, se destaca que “es la dramática fusión del héroe y el santo en la figura del infante mártir don Fernando de Portugal, a quien no le mueve sólo el amor patrio ni la palabra empeñada, sino el sentimiento religioso aterrado ante la idea de ver convertidos en mezquitas los templos de Cristo…” (Ed. Ebro, S. L. 1957. Pág. 15). Nuestro destacado filósofo platense, profesor Claudio Mayeregger, recuerda a través de su cátedra de la Fundación Santa Ana, amplificada ahora por las redes sociales, que “los musulmanes lo primero que hacían al conquistar una ciudad cristiana era tirar abajo las iglesias. Y a esos solares los convertían en mezquitas. En la actual España, por la corrupción a la que están sometidos mayoritariamente sus dirigentes, los guías de turismo cuando enseñan una catedral como la de Sevilla, o la de Córdoba, dicen que ‘esto está edificado sobre lo que era la mezquita’. Pero nunca aclaran que la mezquita se edificó sobre lo que era la antigua Catedral. Pues cuando los árabes entraron en España, ésta llevaba siete siglos de cristianismo. Y Córdoba y Sevilla eran ciudades episcopales. El Obispo Osio, de Córdoba, fue el que presidió el Concilio I de Nicea. Córdoba no es una ciudad que fundaron los árabes, porque se les ocurrió a ellos. Córdoba era una ciudad de la antigua Roma; era la capital de la Bética, por el río Betis, al que después los árabes llamaron Guadalquivir”.
Nada de complejos, entonces, para emprender esta nueva Reconquista. La ignorancia, los prejuicios ideológicos, la tibieza, la pusilanimidad, y hasta cualquier forma de pereza, son solo funcionales al anticristianismo y al antihispanismo.
Decimos, en nuestras periferias argentinas, no sin ironía, pero con descarnado realismo, al hablar de nuestra decadencia, que “de abuelos inmigrantes, nacieron hijos laburantes (trabajadores), nietos atorrantes (vagos) y bisnietos traficantes” … A las nuevas generaciones de españoles les toca hoy asumirse como reformadores; o sea, los que deberán llevar a España a su forma original, la surgida de ese parto de eternidad, en una tierra virgen, llamada a una fecundidad inigualable. Y hacerlo, por supuesto, para la mayor Gloria de Dios; como deben realizarse todas las acciones humanas. Y para que el Evangelio pueda seguir siendo anunciado, sin descuentos ni reduccionismos, en la bella lengua de Cervantes; en toda la península Ibérica, y en todos los pueblos nacidos de su seno. Y en ello le va su propia vida. Que el viejo y valiente León haga huir, con su rugido, a todos los globalistas y demás enemigos de Cristo, y su Iglesia. Y así no habrá lugar para redivivos arévacos, vectores o reyes de taifas…
* Sacerdote católico