MARÍA CECILIA BARBETTA CUENTA SU EXPERIENCIA COMO ESCRITORA EN ALEMANIA

Escribir la Argentina en otro idioma

Si existiese el manual del escritor exitoso, con seguridad el caso de la argentina María Cecilia Barbetta no figuraría en ninguno de sus capítulos. Y no porque no lo fuese, sino porque en su historia no hubo ninguno de los clichés que alimentan el derrotero de esos literatos que construyen su gloria palabra a palabra en el anonimato, hasta que un día un editor les da el visto bueno y los lanza al mundo. Ella hizo el camino inverso, el impensado, el que nadie imaginaría hacer.

Barbetta comenzó su vínculo con la literatura escribiendo en alemán y bajo su concepción y arquitectura enhebró uno por uno sus recuerdos de adolescente en su barrio natal Villa Ballester para darle forma primero a Los milagros en 2008 (que aún no se tradujo al español) y luego a Nocturno esplendor (2018), con el que ganó dos importantes premios en Alemania, Alfred-Döblin de la Academia de las Artes de Berlín y Chamisso/Hellerau. Ambos galardones le proyectaron una gira de un año y medio por Austria, Suiza y gran parte del territorio alemán.

Su llegada al mercado hispanoparlante se signa con Nocturno esplendor, el cual recrea la década del ‘70, una de las más difíciles y turbias de la historia reciente de Argentina. Y en pleno éxito y de visita por Buenos Aires antes de volver al país que la cobija desde hace 26 años en sus aventuras europeas, Barbetta habló con La Prensa, con la ilusión de ese familiar que vuelve al barrio a contar los logros que cosechó en otras tierras.

CASUALIDAD

“Lo del alemán se dio medio por casualidad —recordó—. Yo vivía con mi familia en Villa Ballester donde había dos colegios alemanes y mi madre daba clases de Economía en uno de ellos, el Instituto Ballester. Entonces fui a ese. En mi casa no había un origen alemán, por el contrario, mis antepasados son italianos. Es más, me dicen que la primera vez que llegué a la puerta del colegio me asusté porque me pareció que las dos mujeres de la portería se estaban peleando y en realidad estaban hablando en alemán. Yo no entendía nada. Empecé a hablarlo en el colegio e imagino que aprendí a hablar de forma gradual, al igual que el castellano. Cuando empecé a entenderlo, me enamoré de su gramática y cuando terminé la escuela estudié en el Lenguas Vivas y me convertí en profesora de alemán”.

El vínculo de María Cecilia Barbetta con Alemania comienza de forma geográfica en el año 1996, cuando luego de trabajar en varios colegios enseñando su idioma, se fue a Berlín por una beca del Servicio Académico de Intercambio Alemán para doctorarse en Germanística en la Universidad Freie de Berlín. Cuatro años de intensivo estudio en los que sintió que la ciudad ya le pertenecía y donde se sintió libre.

“Era mi lugar el mundo —explicó—. Cuando terminé la beca, quise perfeccionar el idioma y me fui quedando. No hubo un día en que decidí quedarme, fue un proceso. En Berlín podía repensar mi vida. No me conocía nadie, entonces era un empezar de nuevo con toda mi experiencia y esa libertad que te da un país extranjero, que por un lado da miedo, pero también es placentero. Si me hubiese quedado en Argentina seguiría dando clases, me hubiese casado y tendría hijos. Que no está para nada mal, pero en Alemania la vida me fue sorprendiendo de una forma instintiva que disfruto mucho. Una vida simple, sin lujos, pero viviendo de la literatura, de viajar, de una soledad absoluta que amo mientras escribo. Los escritores tenemos dos vidas en una. Una muy solitaria y creativa cuando escribimos, y otra muy intensa y social cuando presentamos el libro”.

TOMAR DISTANCIA

Nacida el 8 de julio de 1972, Barbetta dista mucho de esas escritoras tradicionales que triunfan en Europa. Su estética luminosa, positiva, su sonrisa y su tono de voz alegre mientras habla de Flori, el caniche toy que la acompaña a todos lados, no parecen tener vínculo estrecho con algunos de los pasajes de su libro Nocturno resplandor. Y tal vez la clave sea “la distancia” que consigue tomar con sus escritos, según lo dice ella misma.

“A esta altura de mi vida ya no sé en qué idioma pienso —aclaró—. Tendría que detenerme en ese momento y anotarlo. Tengo tan internalizado el alemán, que seguro que cuando escribo en alemán pienso en alemán, aunque recuerde mi país, mi barrio, mis vecinos, mis compañeros de colegio. Pienso mucho en el lenguaje, le doy importancia a la forma de escribir. El alemán es muy juguetón, rescato palabras, disfruto de la variedad que tiene como lengua. Sin embargo, a la hora de novelar, lo que prima en mí son los sentimientos, por eso mis novelas se desarrollan todas en Argentina. Y tal vez pensarlo en alemán es lo que me da objetividad y distancia con ese sentimiento para que sea entendible y legible para terceros. Pensar las palabras desde otro idioma me ayuda a diversificar esa experiencia emotiva que tuve y trato de recrear”.

Nocturno esplendor nos lleva al 1974, año en que Argentina se encontraba sumergida en una profunda crisis institucional de violencia, desasosiego, persecución e inestabilidad social y política. En ese momento, el personaje de Teresa Gianelli, una alumna ejemplar de una escuela de monjas, se propone ganarse el cielo con un pequeño acto de fe que habilita la aparición de los personajes más variopintos de un barrio del conurbano como Villa Ballester. Es su historia, modificada, ensanchada y rebautizada con sus nuevos ojos alemanes.

“Me gusta esa mezcla de escribir en otro idioma historias que suceden en Argentina, así me ayudo a desdibujarlas, deshilacharlas, jugar con los límites —señaló—. No es una novela autobiográfica porque sería aburrida, pero tiene mucho de lo que viví, amplificado. Y también necesitaba un espacio que conocía a la perfección para empezar a construir el panorama histórico, complejo y muy oscuro que fue la época de Isabel Perón, el brujo López Rega, toda la antesala de la dictadura cívico-militar. Con personajes que yo conocí muy bien y que me brindan solidez narrativa, como un peluquero que tenía mi abuela al que recuerdo con mucho cariño o la figura de mi abuelo materno que vino del Líbano, camuflado en otro personaje. Son seguros que uno siembra en su recorrido, que dan alegría, nostalgia, fuerza y registro”.