¿Esclavos o amos de la tecnología?: la batalla por la ‘soberanía racional’

El sugestivo análisis del filósofo e investigador Bert Olivier sobre cómo los medios de comunicación contemporáneos, junto con el uso cotidiano de los distintos dispositivos tecnológicos, se han empeñado en un intento persistente de socavar nuestra facultad de pensar. Brinda las claves para utilizarlos sin resignar el pensamiento crítico.

Conocer y comprender a fondo las consecuencias psíquicas individuales y colectivas del uso de las actuales tecnologías digitales sólo es posible (re)activando nuestras capacidades crítico-reflexivas para reclamar nuestra soberanía racional, postula en un reciente ensayo el filósofo e investigador Bert Olivier, quien trabaja en el Departamento de Filosofía de la Universidad del Estado Libre, en Sudáfrica.
Esto no significa evitar los dispositivos técnicos; al contrario, requiere utilizar la tecnología para lo que el pensador postestructuralista francés Bernard Stiegler caracteriza como ‘intensificación crítica’, aclara Olivier. 
“Stiegler no es tecnófobo, como puede deducirse fácilmente de sus libros y de los diversos grupos (como Ars Industrialis) que fundó para dirigir la tecnología en una dirección diferente, lejos del tipo de tecnología digital hegemónica que desalienta a la gente a pensar, a través de lo que él llamó ‘psicopoder’, y les anima a confiar en los dispositivos técnicos en su lugar. De ahí que ‘intensificación crítica’ signifique simplemente utilizar la tecnología como medio para potenciar y promover el pensamiento y la acción críticos”, ilustra el catedrático.
En esa línea, pone como ejemplo que el hecho de usar una computadora portátil para escribir un ensayo, mientras utiliza intermitentemente varios hipervínculos para buscar algo en Internet, y luego utilizar el procedimiento técnico para incrustar el enlace pertinente en su texto, equivale precisamente a esa "intensificación crítica". “En otras palabras, uno no permite que la tecnología digital menoscabe su pensamiento crítico y reflexivo, sino que la utiliza para alcanzar sus propios objetivos críticos”, enfatiza.
A las agencias que promueven la hegemonía de la tecnología digital -que es también lo que hace posible hoy la IA- nada les gustaría más que neutralizar tu capacidad de pensar de forma independiente, remarca Olivier. “Sólo si lo consiguen de forma generalizada, los aspirantes a dictadores podrán tener éxito en su nefasta búsqueda de convertir a la humanidad en una masa irreflexiva de idiotas”, advierte, para luego añadir: “Pero si utilizas esta tecnología de todos modos, para tus propios fines críticos -es decir, para la ‘intensificación crítica’-, estarías desactivando sus intentos de socavar la inteligencia humana”.
Según el autor, afortunadamente, todavía hay mucha gente capaz de hacerlo. No obstante, hace hincapié en que nuestra capacidad de pensar tiene que armarse de nuevo, dado que “los medios de comunicación contemporáneos, en conjunción con el uso de lo que Stiegler denomina dispositivos ‘mnemotécnicos’ como los smartphones, se han empeñado en un intento persistente de socavar esta facultad distintiva”.
“Stiegler está convencido de que la humanidad contemporánea se enfrenta a la difícil tarea de recuperar la condición de ‘ilustración’ por la que tanto luchó la cultura occidental en primer lugar”, subraya.
Olivier pone de manifiesto que el pensador francés creía que toda la tecnología altera la conciencia y el comportamiento humanos, desde la tecnología más primitiva de la Edad de Piedra hasta la tecnología digital más sofisticada de la era actual. “La tecnología digital, en particular, tenía el potencial de privar a los seres humanos de su propia capacidad de pensar de forma crítica y creativa, pero esto debe verse en conjunción con su noción de la tecnología como un pharmakon (veneno y cura a la vez, un uso del término griego antiguo, empleado por Platón, que tomó prestado de su maestro, Jacques Derrida)”, detalla. 
En última instancia, depende de cómo se utilice la tecnología, uno no tiene por qué ser víctima de su carácter "venenoso", sino que puede aprovechar su potencial "curativo". 
Stiegler señala que la gran mayoría de las personas de nuestra "sociedad hiperconsumista, basada en el impulso y adicta" no se da cuenta de que los artilugios técnicos (como los smartphones) que utilizan para hacer gran parte de sus compras sirven al sistema económico que les priva sistemáticamente de su conocimiento ("saber hacer") y de su capacidad para vivir una vida creativa, escribe Olivier, para luego agregar: “Esto tiene implicaciones psicopolíticas de gran alcance, como Stiegler ha argumentado persuasivamente. En el proceso pone en primer plano lo que él llama, siguiendo a Karl Marx en el siglo XIX, la "proletarización" de los consumidores de hoy”
¿A qué se refiere? Con la "proletarización" de los trabajadores, Marx se refería a que las máquinas les robaron su "saber hacer" durante la Revolución Industrial, y lo que Stiegler quiere decir es que hoy en día esto se ha llevado a otro nivel, es decir, hasta el punto de manifestarse como la proletarización de todas las personas que utilizan habitualmente dispositivos "inteligentes". Estos últimos absorben el conocimiento y la memoria de sus usuarios, que dependen cada vez más de los procesos técnicos "hipomnésicos" (es decir, que intensifican y refuerzan técnicamente la memoria, como en un smartphone) que operan en máquinas y aparatos de todo tipo, puntualiza Olivier. 
ESTUPIDIZACION
En ese sentido, el investigador pregunta: ¿Cuántos usuarios de teléfonos inteligentes recuerdan aún su propio número de teléfono o el de sus amigos, y cuántos estudiantes saben hoy de memoria cómo deletrear y hacer cálculos mentales? “Apostaría que relativamente pocos; la mayoría ha cedido estas funciones intelectuales a sus dispositivos electrónicos. Stiegler se refiere a esto como un proceso generalizado de ‘estupidización’”, remarca.
Los aparatos a los que se refiere Stiegler incluyen computadoras portátiles, teléfonos inteligentes, tabletas electrónicas y computadoras de mesa; es decir, todos los dispositivos de información-comunicación que uno utiliza a diario para el trabajo y el ocio. 
Olivier apunta que para el pensador francés el uso de tales dispositivos ‘hipomnésicos’ tiene un significado psicopolítico. 
“Para ser lo más claro posible, el uso a gran escala de estos instrumentos digitales por parte de los consumidores -fomentado porque su uso aumenta el poder adquisitivo del público- sustituye sistemáticamente sus propias capacidades de pensamiento e inventiva por ‘plantillas’ preformateadas para vivir, coaccionándoles sutilmente para que se adapten a lo que se le ocurre al marketing”, abunda Olivier, quien agrega que hoy en día esto ocurre con la ayuda de las ciencias sociales y cognitivas. 
“El aspecto más avanzado de este tipo de proletarización es el ‘neuromarketing’, que pretende crear un impacto directo en los receptores neuronales de los consumidores a través de los sentidos y, como cabría esperar, las imágenes que son inseparables de la publicidad ocupan un lugar central en este proyecto”, prosigue. 
Ni siquiera se salvan los conocimientos teóricos fundamentales, en la medida en que se "desvinculan" de la actividad teórica, remarca. “Así pues, lo que se enseña hoy a los estudiantes está cada vez más desprovisto de teoría: probablemente no entenderían cómo Newton llegó a sus (en su momento) revolucionarias teorías en macromecánica, por no hablar de la teoría de la relatividad especial de Einstein. Lo que se enseña en cambio, nos informa Stiegler, son conocimientos tecnológicos puramente procedimentales, incluso en la facultad de ciencias; en otras palabras, cómo utilizar una computadora para aplicar conocimientos teóricos (o teoremas) cuando hay que resolver determinados ‘problemas’", profundiza.
La "proletarización" -el despojo del conocimiento- no se limita, por tanto, a los trabajadores de las máquinas y los consumidores, sino que incluye también el trabajo intelectual y científico, escribe Olivier. “Esto sirve al objetivo psicopolítico, recuerda Stiegler, de subvertir los fundamentos de una posible crítica del propio sistema neoliberal, reforzando así este último al descartar aparentemente cualquier alternativa convincente”, añade. 
El autor expresa que, para Stiegler, uno de los campos de batalla más importantes donde se libra la lucha por las mentes de las personas en las democracias modernas son las universidades, pero cree que estas instituciones no son capaces actualmente de cumplir con sus responsabilidades cívicas. “Al fin y al cabo, se supone que las universidades deben guiar a los estudiantes hacia el más alto nivel de aprendizaje a través de una enseñanza que se nutre constantemente de una investigación sostenida, por parte del profesorado, sobre los avances culturales y científicos pasados y presentes. Es importante destacar que esto no puede suceder a menos que los programas de enseñanza e investigación de las universidades incluyan intentos persistentes de comprender los efectos de las tecnologías avanzadas de la información y la comunicación en la psique humana, y específicamente en la facultad de la razón, y adaptar su enseñanza en consecuencia”, contrasta. 
Olivier argumenta que en la actualidad las universidades de todo el mundo se encuentran sumidas en un profundo malestar y que sería necesario un esfuerzo concertado para recuperar lo que Stiegler considera la "soberanía racional" que la Ilustración valoró, y que todavía puede considerarse un valor fundamental para los seres humanos que desean liberarse de la subyugación a los imperativos técnicos.
ECONOMIA DE LA ATENCION
Si hay un ámbito específico en el que la batalla por la soberanía racional se está librando en las universidades -y no hace falta decir que, desde 2020, esto se ha exacerbado por razones que Stiegler, que murió antes de esa fecha, no podría haber previsto- es el de la "atención", sostiene Olivier. Es por la atención de los jóvenes que manejan teléfonos inteligentes por lo que los medios de comunicación y otras agencias que promueven una cultura de "bits y bytes", de comunicación fragmentaria y anuncios que capturan los sentidos, han declarado la guerra a los restos de una cultura intelectual que lucha por rescatar a los jóvenes de la "estupidización", agrega. 
“El objetivo de esta captura de la atención es canalizar el deseo de los individuos hacia la mercancía”, afirma. “Estos grupos sociales y sus instituciones están siendo sometidos a cortocircuitos en términos de formación y entrenamiento de la atención. Esto es particularmente cierto para las tareas asignadas a esta función desde la Ilustración: formar esa forma atencional basada específicamente en el potencial de la razón...”, escribe al citar a Stiegler.
El filósofo e investigador de la universidad sudafricana detalla que la atención es siempre tanto psíquica como colectiva: 'estar atento a' significa tanto 'centrarse en' como 'atender a'. Como tal, la formación escolar de la atención también consiste en educar y elevar a los alumnos; en el sentido de hacerlos civiles, es decir, capaces de considerar a los demás y de cuidar -de uno mismo y de lo que está en uno mismo, como de lo que no es uno mismo y de lo que no está en uno mismo-.
Vivimos, sin embargo, en una época de lo que ahora se conoce como la economía de la atención -paradójicamente, porque ésta es también y sobre todo una época de disipación y destrucción de la atención: es la época de una des-economía de la atención-.
Para aclararlo, describe en detalle: “Pensemos en lo que les ocurre a los niños desde el jardín de infantes, pasando por la escuela primaria y secundaria, hasta los institutos y, finalmente, las universidades: los profesores (cualificados) les presentan el material de aprendizaje de forma que ‘capte’ su atención, con el fin de moldear y desarrollar sus capacidades cognitivas latentes, que ya han sido desarrolladas de forma preparatoria por sus padres durante su educación. Esto alcanza el nivel más alto en la universidad, donde -desde el primer año hasta el último- la capacidad de atención sostenida se ve reforzada y perfeccionada por lo que Stiegler denomina `transindividuación’. Se trata de un proceso que resulta familiar a todos los que han pasado por las arduas fases de la obtención de un título de doctorado”. 
Lo que significa es que, al familiarizarse con las tradiciones de conocimiento archivadas a través de la escritura -y antes del archivo electrónico, disponible en las bibliotecas-, uno se dedica en primer lugar a la individuación; es decir, a cambiar su psique transformándola cognitivamente, explica Olivier. Pero con el tiempo se convierte en "transindividuación", cuando el estudiante pasa de un "yo" que aprende a un "nosotros" que, primero mediante el estudio, comparte el conocimiento archivado de las disciplinas y posteriormente contribuye a su expansión.
“El argumento de Stiegler es, por tanto, que, a menos que puedan restablecerse las condiciones en las universidades, frente a la embestida digital, para hacer posible y sostenible una vez más ese laborioso proceso de transindividuación, el espíritu de la educación terciaria ilustrada (e iluminadora) podría perderse”, advierte el catedrático. 
Y para culminar insiste en que, para Stiegler, este proceso va acompañado de que los estudiantes aprendan a cuidar de sí mismos y de los demás, es decir, que se civilicen. 
A modo de conclusión, vale tener en cuenta los conceptos que Olivier toma del  pensador alemán Martin Heidegger. “Su consejo era practicar un enfoque ambivalente de la tecnología, un ‘Sí’ y un ‘No’ simultáneos: sí, en la medida en que uno debe sentirse libre de utilizar dispositivos técnicos que simplifiquen la propia vida; no, en la medida en que uno rechaza la tecnología como ‘enfrentamiento’ para usurpar la posición de ordenar y organizar la propia vida, sometiendo todo lo demás a su dominio. En pocas palabras, utilizar dispositivos técnicos, pero no permitir que la tecnología te utilice a ti”, finaliza.