Umbrales del tiempo

Ernesto Sabato

El escritor y pintor Ernesto Sabato nació en Rojas en 1911 y falleció en Santos Lugares en 2011, ambas localidades situadas en la provincia de Buenos Aires. Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas, abandonó su carrera de investigador para dedicarse a la literatura.
Sabato escribió tres novelas que lo llevaron a la fama y fueron traducidas a varios idiomas: ‘El túnel’, ‘Sobre héroes y tumbas’, y ‘Abaddón, el exterminador’. Su mayor producción literaria consiste en una serie de libros de ensayos sumamente preclaros: ‘Uno y el universo’, ‘Hombres y engranajes’, ‘El escritor y sus fantasmas’, ‘Pedro Henriquez Ureña’, ‘Diálogos con Jorge Luis Borges’, ‘Apologías y rechazos’ y ‘Antes del fin’, entre muchos más.
Por pedido del presidente Raúl Alfonsín, Ernesto Sabato presidió en los años 1983 y 1984 la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), cuya investigación quedó plasmada en el libro ‘Nunca más’, que abrió las puertas para el juicio a las juntas militares de la última dictadura en 1985.
Sabato recibió innumerables premios nacionales y extranjeros. Dos de sus libros fueron adaptados a la pantalla grande: ‘El túnel’, en 1952, filmado por León Klimosky, y ‘El informe sobre ciegos’, fragmento de la novela ‘Sobre héroes y tumbas’, que fue llevado al cine por Mario Sabato con el título ‘El poder de las tinieblas’ en 1980.
ALGO PERSONAL
En 1975 publiqué mi segundo libro de cuentos (‘Cuentodisea’) y se lo envié por correo a Ernesto Sabato. No pasaron muchos días para que recibiera una carta suya, que parecía una esquelita, donde manifestaba su deseo de conocerme y me informaba su teléfono. Llamé y una voz femenina me contestó (ahora lo sé): “Ernesto no está”. Pero yo entendí “el maestro no está” y le volví a enviar una misiva contándole eso. Al recibir mi correspondencia Sabato me llamó muy enojado y exclamó que era una especie de calumnia mía decir que en su casa lo llamaban “maestro”; luego agregó que pasados unos días para que se le vaya el enojo, vuelva a llamarlo.
Pero yo esperé cinco años. En 1980 intenté de nuevo enviándole mi tercer libro de cuentos (‘El último otoño’) y volví a recibir idéntica invitación. Quedamos en que yo iría a su casa de Santos Lugares el siguiente sábado. Ocurre que de la emoción me quedé mudo. Mi psicóloga, que había sido dentista, me sugirió colocarme un pañuelo de seda durante los días siguientes y hablar lo menos posible. Así fue que pude concurrir sano a la cita.
Me sorprendió ver que en su casa el gran jardín arbolado estaba delante de la construcción y no detrás. Y que me recibiera un hombre alto, distinto a como me lo imaginaba. En el living-escritorio donde nos ubicamos había unos jóvenes estudiantes que habían llegado a conocerlo, su sobrina Celia, y luego se agregó su esposa Matilde. Charlamos de todo, le comenté que ‘El túnel’ era una novela donde se representaba la relación imposible de un neurótico obsesivo grave con una histérica patentada. Sabato sonreía, no reía, y hablando del país le escuché decir que “vivir en la Argentina es insalubre” y que conduciendo su modesto Dodge 1500 le pareció que lo estaban siguiendo. Recordemos que era la época del gobierno militar. Me comentó también que las editoriales rechazaban los libros de cuentos y preferían las novelas. Cada tanto recibía un llamado telefónico desde alguna entidad cultural del exterior. Y él se apoyaba en su máquina de escribir eléctrica.
Descubrí un hombre austero al máximo, modelo de ética, testigo incómodo del siglo 20 y a la vez intérprete cabal de la idiosincrasia de los argentinos.
A 22 años de su muerte, recordar a Ernesto Sabato no es solo revalorizar su excelente producción intelectual, sino también destacar el desafío que implica la ausencia de sus inteligentes respuestas a muchas de las preguntas que hoy se hace la humanidad sobre su destino incierto.