Epístolas profundas, poemas como dardos

Leonor

Por Pablo Andrés Rial

Caleta Olivia. 47 páginas


Sentenciosas cartas en forma de poemas, sondeos desesperados sobre el sentido de la vida y su contracara, la muerte inevitable. La condición fugaz del ser, el vacío que produce el abandono, la insoportable soledad. Leonor y Benicio sostienen un diálogo epistolar que, aunque cargado de afecto, no los lleva a converger en un punto de encuentro.

Uno sufre, padece, expone las entrañas de sus sentimientos como a quien un amor lo ha dejado. Sangra en cada frase. Necesita hacerlo. La otra, en cambio, consuela, pone paños fríos, argumenta. Exhibe la claridad de quien ha dejado y tiene el duelo resuelto.

Este ida y vuelta de cartas-poemas está dividido en cinco partes: De la calidez de un hogar; Del cuidado y la felicidad; De la sepultura del ángel; De la vejez; y De la despedida. Hay una historia hilvanada en estos capítulos, un relato que, como ocurre con la poesía, no busca ser comprendido desde la razón sino cobijado desde el sentimiento.

Benicio reclama, dolorido. Leonor responde, tajante, pragmática: “Tiene al sol en la llama de una vela / no pida más”. Hay también, en estos versos de rima asonante, lo fugaz de la existencia y la intensidad de los días sin propósito. “Se trabaja como si se fuera a vivir toda la vida / y se preocupa como si no fuera a morir mañana / Evite soñar demasiado y procure recordar poco”. El presente es un ungüento balsámico.

La subjetividad de cada lector obra a la manera de la mano que corre un cortinado para develar el misterio. Algunos lo hallarán y otros, en cambio, se perderán para siempre en un laberinto sin salida. Sería un error, sin embargo, buscar razones.

“Tenga presente que ni la poesía ni su vida es para pensar / es para no pensar”, dice Leonor con cierta sabiduría. Quizás sea así, después de todo.