UNA MIRADA DIFERENTE

Entre vos y yo. Tango de Massa y Toquinho

La segunda vuelta plantea una terrible conclusión: la de que una importante cantidad de votantes camina alegremente a repetir un error que esta vez tiene mucho de irreversible.

Cuando en el último debate, entre otros trucos indios, el ministro regente le espetó la frase del título a Javier Milei, no estaba tratando de remedar algún cuento de cuchilleros de Borges, de Arlt o de Cortázar. Ni una frase de Macedonio o Carriego. Ni siquiera un tango de los años 30 de remotos malevos que “se acuchillaban sin odio ni rencor”, aunque sonó así.

Estaba siguiendo la línea de sus estrategas brasileños, que en su esencia tiende a que Massa no tenga que hablar de Massa. Como si se tratase de un candidato recién llegado de Marte.  Esa línea le ha permitido no tener que explicar su conspicua presencia en el kirchnerismo, su condición de mentiroso redomado, su último año de destrucción deliberada y sistemática del futuro de los argentinos, y hasta el mismísimo hecho de que no tiene ningún plan que pueda explicar a los ciudadanos, porque no hay plan, y porque si lo explicase chocaría de frente con lo que ha hecho hasta hace cinco minutos. También se podría llamar “el otro Massa no valía, el que vale es éste”, pero afirmarlo sería demasiado irrespetuoso para sus seguidores. 

El elaborado eslogan tiene algún propósito adicional: separarse del kirchnerismo, de la sombra de un proceso de 75 años que llega hasta hoy mismo, y sobre todo, de Cristina Kirchner. “Esto es entre vos y yo” es un grosero intento de anular el pasado, de hacer desaparecer su propia subordinación y su propia desastrosa gestión con una frase y un pase de magia de mago de circo, y no precisamente de Cirque du Soleil. Algo también insultante para sus seguidores. 

Milei, paralizado

Si Milei no hubiera estado paralizado por los consejos, advertencias y reprimendas de su entorno y de la prensa enemiga, o por algún medicamento serenador, o por la lealtad a algún compromiso, por su agradecimiento o por su subordinación a la figura paterna (¡vaya padre!) - según la versión que se prefiera de las que hicieron circular expertos y expertas en política – le habría respondido al fracasado economista: “Respóndame, por el sí o por el no, ¿usted dice que Cristina no tendrá influencia en su gobierno y que no tuvo participación en su designación como candidato?”

El ilusionista de Tigre se habría encontrado ante un dilema insoluble. Nunca se atrevería a repudiar a Cristina o a negarla, pero nunca se atrevería a decir que su gobierno es continuidad del de Cristina y sus títeres. “Entre vos y yo” también es un vano intento de hacer desaparecer a Cristina, para que reaparezca después del balotaje, como siempre lo ha hecho, del mismo modo que se proclama más papista que el Papa que su propio gobierno ninguneó, porque cree que de ese modo hace desaparecer el hecho de que una enorme cantidad de argentinos está totalmente disconforme con la prédica socialista-seudo progresista de Bergoglio. Más allá de lo que haya dicho Milei o alguno de los iluminados que lo rodean. 

Pero hay algo peor en esa frase. No es cierto que esa sea la disyuntiva que se presentará al votante mañana. Puesto de ese modo, el resultado debería ser un voto en blanco del 90% de los ciudadanos. Porque un balotaje es una suerte de clasificación de la basura. Una separación entre lo malo y lo peor. Una suerte de segunda opción luego de que hubiera fracasado la primera. Y en esta elección no se elige entre dos opciones. 

Lo que se elige mañana es si se continuará otorgando poderes omnímodos a un partido, un movimiento, un procedimiento, un estilo, una enfermedad, un modo de ser y actuar, un modus operandi, un síndrome de mediocridad, envidia, resentimiento inútil y corrupción entronizada que ha venido humillando y destruyendo al país desde 1946, o si se lo desterrará para siempre antes de que el monstruo se apodere del todo de la sociedad hasta sojuzgarla. Milei es secundario, casi irrelevante. Por eso no se trata de una opción, ni de una selección. Es una oportunidad de liberarse de una monstruosa concepción que hasta ha traicionado a sus parciales, a los que prometió empoderar y hacer crecer económica y socialmente, en una masa de mendigos, vasallos y soldaditos esclavos que se venden por cada vez menos dinero. (Devaluación del feudalismo)

Color esperanza

Todo proceso electoral implica una esperanza, o una competencia de esperanzas. No lo es en este caso. Porque si bien el libertario tiene un plan que va cambiando a medida que se analiza más en profundidad, o que se incorporan a su espacio personalidades con mayor conocimiento gerencial y aún técnico, Massa no tiene ningún plan. Sólo su proyecto de unión nacional, de “terminar con la brecha”, que no deja de ser lo mismo que todas las alianzas inventadas por los Kirchner desde su propio comienzo, con muchos radicales y algunos partidos marginales vendidos. O comprables. 

Y aquí es imposible no recordar uno de los más destacados de los cientos de proyectos de “unión nacional” que curiosamente siempre son esgrimidos por totalitarios y/o fracasados. El Gran Acuerdo Nacional, inventado por el general Agustín Lanusse, uno de los generales golpistas que en 1971, de la mano con el radicalismo y con su ministro radical Arturo Mor Roig, decidió, en nombre de la paz social, permitir el regreso de Perón para unir a la sociedad argentina. Terminó con los peronistas matándose a tiros durante siete días en las calles de Ezeiza, y culminó con el terrorismo guerrillero y el terrorismo de Estado. Y con el terrible, triste y lamentado asesinato de Mor Roig, el autor del plan de unidad nacional. 

Esa es la única idea concreta que plantea Massa para el futuro. Porque no puede formular ninguna otra. La grieta que pretende eliminar es como si Nerón hubiera propuesto un pacto de hermandad y amistad con los cristianos: hipócrita, mentirosa e imposible de creer. 

Massa no representa ninguna esperanza para nadie. Salvo que por esperanza se entienda revolcarse o ser revolcado más en la miseria, la humillación, la ignorancia fomentada y el robo sistemático de todos los recursos, o sea, exactamente lo opuesto a la esperanza. 

Milei es una esperanza. Remota, pero esperanza al fin. La esperanza de que se saque de encima los ignorantes que creen que saben, y a los que saben pero piensan y proponen como ignorantes. La expectativa de que, frente a la magnitud del problema a enfrentar, sea capaz de rodearse de los mejores y dejar de escuchar a los amigos, a los acólitos, a los que se le quieren colgar buscando un prestigio, un rating o una ganancia que es incompatible con el calvario brutal que sufre el país, y con el dolor que se deberá soportar para intentar arreglarlo. La esperanza de que madure, y aún la esperanza de que cometa los errores que todos han cometido y tenga la estatura moral de corregirlos. Y de aprender a escuchar. 

Massa hace una campaña basándose en que con él se evitará la suba de precios de una serie bienes y servicios, lo que muestra no sólo que no tiene ni un buen diagnóstico ni ningún proyecto de solución, sino que persistirá en el mismo populismo errado y verdulero del peronismo, del que él fuera el principal y cabal ejecutor en el último año largo. Su campaña en ese aspecto denota una ignorancia, deliberada o no, que preanuncia el desastre en la primera curva. Su plan consiste en propalar lo que no va a hacer. No tiene la menor idea de lo que debe hacer. 

¡Viva hermano mayor!

Votar por Milei implica un gran riesgo y hasta un lance, si usted prefiere ponerlo así. Votar por Massa equivale a meter el voto en la urna y salir gritando “¡Viva hermano mayor!”, como el icónico protagonista de 1984 de Orwell, novela de anticipación que tan bien se podría aplicar a la Argentina que supimos conseguir. La fascista actitud de anoche en el Colón, tanto de parte del público, como de la orquesta becada, es un recuerdo de toda la historia peronista, no importa con qué franquicia. 

Si prefiere ponerlo de otro modo, lo que se elige es a alguien que sea capaz de ofrecer a la sociedad sólo sacrificios, trabajo, sudor y lágrimas, que no otra cosa se requerirá para salir del pozo en que nos han sumido los que durante 75 años se han proclamado salvadores de la patria. Pero a alguien que tenga la altura moral como para tener derecho a demandarlo. 

Si usted cree que ese hombre es Massa, vótelo. Es su derecho. O absténgase, no vaya o vote en blanco. Es lo mismo que votarlo. Eso sí, no se olvide después de votar salir gritando “¡viva hermano mayor!”, para hacerla completa.