Enseñar a pensar, una fórmula contra el brutal fracaso del sistema educativo

La desafiante propuesta de un especialista que gana adeptos en redes sociales: análisis y discusión de los grandes clásicos, artes y ciencias presentadas como un todo, y el conocimiento de la verdad entendido como vía de liberación. Investigación, argumentación y diálogo socrático, claves para el desarrollo del pensamiento crítico.

En ese océano de videos cortos e imágenes banales que suelen encontrarse en el dispar mundo de las redes sociales, cada tanto es posible encontrar “contenido” realmente valioso. Verdaderas perlas, que invitan a detenerse, escuchar, pensar y querer ver más. Tal es el caso de Roberto Helguera, un abogado de 57 años y padre de ocho hijos, que hace más de 20 años entendió “lo que es educar” y hoy se dedica a enseñar a “formar personas libres y plenas”.
Con miles de visualizaciones en las cuentas de Instagram @robertohelguer y @sacros.es, sus videos tratan temas que van desde “por qué la educación moderna no puede prepararnos para el futuro”, “tu hijo quiere leer, pero no supiste cómo engancharlo” o “la mejor forma de aprender matemática” hasta “cómo educar en virtudes” y “cómo educar hijos para el Cielo”.
Mediante un lenguaje claro, preciso y convincente, Helguera supo atraer el interés de padres, docentes y otros, al tocar un nervio sensible en la población, que demuestra la existencia de una sed de una educación distinta y la preocupación compartida por muchos padres que no saben qué hacer frente a la realidad de un sistema educativo que solo fabrica cada vez más niños desmotivados y sin ansias por aprender.
“Lo que planteo en Instagram, es que algo tiene que cambiar. Soy una voz clamando en el desierto”, subrayó en una entrevista con La Prensa, en la que también respondió por qué considera que sus videos sobre educación han tenido tan buena recepción: “Es muy simple, yo creo que hablo con sentido común. Tuve la dicha de ser educado en un lugar muy particular, el Thomas Aquinas College de Santa Paula, California (EE.UU.), que me permitió salir de la caverna de Platón, y hoy estoy diciendo: ‘gente, lo que están viendo son sombras, y por más que modifiquen la forma de la sombra, sigue siendo sombra. La cosa va por otro lado'”.
¿Y por dónde va la cosa? “Yo diría a los católicos, primero, por el culto que forma la cultura. Estudien el culto que formó a la cultura occidental, que los formó a ustedes. Nosotros somos hijos de una España que supo ganarle en 800 años al Islam, y defendió a muerte un culto y una cultura que hoy no conocemos. Esa España es hija de Roma, de Grecia, es hija de la Iglesia medieval, es hija de Santo Domingo de Guzmán, y un montón de otras cosas”, respondió Helguera.
“Y a todo el resto le diría que se fijen en qué es el ser humano y que actúen acorde a eso”, añadió. 
“Cuanto más empecé a patear el tablero, más me di cuenta que no es cuestión de cambiar dos o tres cosas, sino que el sistema entero, por más buena voluntad que tengas, está fallado”, alertó. 
En esa misma línea, prosiguió: “Como católico, veo la tragedia mayor: hemos perdido el culto porque no creemos en los sentidos, porque vas a una misa y puede ser cualquier cosa, una pachanga… hemos perdido la capacidad de apreciar la belleza, hemos desechado lo viejo. Los católicos no sabemos lo que dejamos de lado. Un tesoro enorme, lo hemos puesto bajo llave y nunca más lo miramos”.
El análisis de Helguera surge de su experiencia personal, a partir de su paso por el Thomas Aquinas College, adonde ingresó luego de haber cursado sus estudios primarios y secundarios en el colegio Cardenal Newman. Los cuatro años en la institución estadounidense fueron para él un despertar: “Por primera vez en mi vida, descubrí que me gustaba estudiar”. 
“Me encontré con un sistema donde uno se separa un poco de la civilización para vivir dentro de un campus una vida intelectual. Allí hay una comunidad que se forma al estilo medieval, como en Cambridge u Oxford. Es una comunidad de amigos y profesores, donde se interactúa y se comparten experiencias intelectuales, espirituales y humanas”
, recordó. 
“Encontré un lugar donde las aulas no tienen pupitres sino una mesa donde todos se sientan alrededor, cada clase es guiada por un tutor -el ‘maestro’ era el autor original de los grandes libros que leíamos-, y durante toda la clase discutíamos esos textos guiados por el tutor, pero no se bajaba línea magisterialmente. En algunos casos, como cuando leíamos a Santo Tomás o la Metafísica de Aristóteles, había más intervención del tutor. Pero, en rigor, nosotros luchábamos con cada página de cada gran libro. Así aprendimos a pensar”, sostuvo Helguera, quien además señaló que allí el aprendizaje se estructuraba más que en materias, en “áreas de maestría”: “En el área de Ciencias y Matemáticas, que acá llamaríamos Exactas, nosotros empezamos con los 13 libros de la Geometría de Euclides, luego leímos las Cónicas de Apolonio, para hacer las curvas perfectas, de allí seguimos con la Astronomía de Ptolomeo, Copérnico, Kepler, Galileo y Newton. Era observación en vivo y pasar por los mismos experimentos que pasaron estos grandes hombres y entonces discutíamos, por ejemplo, si la teoría atómica está basada en evidencia o no. Nuestro estudio era a un nivel contemplativo, socrático, dialógico, en todas las clases”.
“Los grandes libros aportan el campo sobre el cual ejercer la gramática, la lógica y la retórica. Además, un ser humano usa la palabra para comprender la realidad, que se divide en otras cuatro artes: aritmética, geometría, música y astronomía”, explicó. 
“En Teología, leímos la Biblia y los padres de la Iglesia, en Filosofía los presocráticos, todo Aristóteles, el Órganon -que es la parte lógica- y después de eso la física, metafísica, política y ética. Había también una clase de Seminario, de 7 a 10 de la noche, donde se discutía un gran libro de literatura -las tragedias griegas, las comedias, Shakespeare, los medievales, la Divina Comedia, Don Quijote, hasta llegar a Kant, Hegel o Dostoievski-. Todo esto en un campus de 40 hectáreas, donde éramos 250 alumnos y donde la conversación no terminaba en clase. Era tan fascinante que íbamos a comer al comedor, nos sentábamos con alumnos de otros años y profesores, y la discusión seguía. Fue la primera vez en mi vida que quería estudiar y opinar. Y las discusiones eran encarnizadas”, narró. 
Helguera contó que comprendió así dos cosas: “Allí había una participación permanente, mientras que en el sistema magisterial el profesor es el único que tiene el cerebro activo durante la clase y los alumnos están muy pasivos, algo que se ha demostrado en distintos estudios”. 
El segundo aspecto al que se refirió es que, desde temprana edad, los niños son preparados para un mundo competitivo: “Los padres los impulsan desde pequeños a tocar el piano, el violín, a participar en un coro donde cantan polifónico… muchos saben actuar, tienen buena dicción, saben cómo hacer de monaguillos en la misa… Nosotros tenemos miedo de competir y así todo se va achatando: los docentes se van achatando, su vida se reduce a una cuestión de salario versus carga horaria, versus chicos que no quieren estar ahí. Entonces la vida del docente es un infierno. Y puedo decir que los docentes del Thomas Aquinas no sólo la pasaban bien, sino que los alumnos después querían ser docentes allí”.
Para Helguera, nuestro sistema educativo es industrialista. “Viene de la era industrial, del iluminismo, del enciclopedismo, de la división de los saberes por materias, de la deconstrucción de la realidad por materias. Todo esto ha hecho que tengamos una educación psicótica, donde nada tiene que ver con nada. Hay una primera hora de matemática, después biología, más tarde religión, todo se ajusta a horarios, no a la lógica de la enseñanza y el orden de las ciencias. La escolaridad está pensada para calentar un asiento. Eso no es educar, educar es guiar a alguien de lo que no sabe a lo que sabe”, expresó. 
“La Providencia Divina me dio la oportunidad de volver a la Argentina para comenzar un proyecto educativo fundado en aquello que viví en Estados Unidos. Mi experiencia con esta educación me hizo querer ser educador el resto de mi vida”, confesó.
EDUCACION LIBERADORA
En el Thomas Aquinas College advirtió Helguera que aprender es descubrir y crecer en la verdad sobre la realidad. Que la verdad es lo que hace libres a los hombres. Porque la verdad es tanto natural como sobrenatural. Por eso el College ofrece un programa académico que apunta tanto a la sabiduría natural como a la divina.
Este plan de estudios de cuatro años presenta las artes y las ciencias de la educación liberal como un todo integral en un curso interdisciplinario. Los estudiantes desarrollan allí las herramientas perdidas de indagación, argumentación y traducción: la lectura crítica y el análisis de textos, la demostración matemática y la investigación de laboratorio. El objetivo es que los egresados estén preparados para vivir bien la vida del ciudadano libre y del cristiano.
CINCO EDADES
Con todo lo aprendido, Helguera cree hoy que la educación ideal sería en escuelas más pequeñas, con no más de 200 alumnos, con enseñanzas adecuadas a cada una de estas cinco edades de aprendizaje: poética, propedéutica, gramatical, lógica y retórica, que se corresponden con modos de comprensión específicos. 
Para ilustrar esto, apuntó que “un niño pequeño aprende con el juego. La experiencia de los cinco sentidos es fundamental. Los niños aprenden cómo funciona la humanidad con el juego”.
“Esto cuestiona la arquitectura de las aulas, cómo se distribuyen los espacios, a qué altura colocar las cosas que deben usar los niños. La neurociencia es fantástica en esto, tiene muchos estudios muy reveladores sobre estos aspectos. Y hay otras cosas que deben cuestionarse”, afirmó.
“Por ejemplo, no es natural juntar 30 personas de la misma edad. Eso es artificial, ocurre en el Ejército, en lugares especiales. Lo que es natural es la familia, donde hay hermanos mayores y menores, donde se va adquiriendo responsabilidad de a poco. La primera premisa es que todos somos imagen y semejanza divina, pero somos únicos e irrepetibles. Por lo tanto, es imposible tener 30 alumnos y pretender que los 30 hagan lo mismo al mismo tiempo, porque merecen un trato único e irrepetible”, describió. 
“Pero éste es un sistema donde solo el profesor es único e irrepetible. Y a los alumnos se les da una nota de 0 a 10 y se lo rankea y se dice ‘este es medalla de oro y este es un tipo al que le falla la inteligencia’. Y no es así, porque muchas veces la vida después hace que éste sea un tipo enormemente exitoso y el que sacó la medalla de oro sea un pobre tipo. Ocurre que el colegio te está considerando en un aspecto educativo, que es intelectual, de una sola manera, con un solo idioma, un solo método, y el profesor no puede darse el lujo de buscar 30 métodos diferentes”, resumió.
Asimismo, Helguera se refirió a los periodos estipulados para el descanso y que se desaprovechan como otra oportunidad de aprendizaje. “Tampoco es natural tener tres meses de vacaciones en verano, más dos semanas en invierno, más 150 feriados, y que en esos tres meses se espere que el chico no haga nada. En EE.UU. un joven que tiene dos meses de vacaciones se toma diez días libres y luego trabaja en un McDonald’s o en otro lugar, se ocupa en algo, aprende algo, adquiere habilidades, porque sabe que va a competir más adelante”, añadió.
También puso de manifiesto la necesidad de darles a los jóvenes responsabilidades. “Cuando llegué a Estados Unidos, lo primero que hicieron fue asignarme a un equipo de rescate de montaña. Tuve que aprender primeros auxilios, el uso de la radio, coordinación con helicópteros, o sea, lo que hace un guía de montaña. Saber que de tu acción depende la vida o muerte de una persona, a los 18 años, te da un sentido de responsabilidad”, continuó.
“Nosotros no estamos acostumbrados en Argentina a dar responsabilidad a los jóvenes. Esta combinación crea un alumnado que es ocioso en el mal sentido de la palabra”, lamentó.
Helguera reconoció que en esta problemática un factor importante es el hecho de que ambos padres deban salir a trabajar y es así que, en su opinión, “los colegios muchas veces se tornan en guarderías carísimas y no en centros educativos, con una carga de materias aprobadas nacionalmente por un comité que nadie sabe a qué intereses políticos responde”.
Es por ello, que reflexionó que un obispo católico, no debería jamás aceptar la currícula nacional iluminista, moderna. “Debería oponerse y decir, nosotros los católicos vamos a hacer otra cosa. Queremos formar santos, buenos ciudadanos. Y les aseguro que va a ser mejor para el futuro”, aseveró. 
“Al final del día, tenés todo un sistema truncado cuyos incentivos no son cambiar para bien según la neurociencia, según la evidencia, ni en función de lo que están haciendo los cinco mejores países en las pruebas PISA… eso no se contempla”, enfatizó. 
Evaluó que en un sistema capitalista hoy se educa para un trabajo moderno y hay un énfasis demasiado fuerte en el aspecto utilitario del hombre, en verlo como una herramienta y no como un fin. “Pero el hombre es un ser trascendental, que tiene alma y toda la educación debería orientarse a que ese ser encuentre sentido a su vida en esas verdades, esas grandes verdades”, finalizó.