Páginas de la historia

Enrique Finochietto

Cada país posee sus ídolos. El nuestro tiene a Gardel como cantor, a Maradona como futbolista, a Fangio como automovilista, a Monzón como boxeador. También en la medicina y hasta no hace muchos años, el nombre de un médico era conocido por el 90 por ciento de la población Argentina, como el número uno en su profesión. Estoy aludiendo al doctor Enrique Finochietto.
Tenía especial predilección, suele suceder, por uno de sus hermanos, tres o cuatro años menor que él: Ricardo. Ambos estudiaron medicina y culminaron sus carreras rápidamente. La cirugía los atrajo.
Enrique Finochietto sentía como una necesidad de aliviar el dolor ajeno. Pero le sumaba una innata habilidad manual para cualquier tarea. Facilidad que le fue muy útil posteriormente como cirujano.
No se casó nunca. Era amigo de Gardel y de Julio De Caro. Una noche, la orquesta de este, actuaba en el cabaret ‘Chantecler’. Finochietto, en su soltería, estaba presente. De Caro, en un intervalo, se acercó a la mesa de Finochietto diciéndole: “Mirá Enrique, me avisan que una mujer joven, esposa de uno de los mozos, se está muriendo. ¿No podrías ir hasta la casa? Es cerca de aquí…”.
Finochietto, con su fama y sus 55 años partió raudamente hacia la humilde vivienda. Su chofer lo transportó rápidamente. Cargó en su auto a la mujer, en la que detectó una hemorragia interna y la llevó a un lujoso sanatorio cercano, que era el más caro de Buenos Aires. “Todo va por mi cuenta”, dijo al entrar. Veinte minutos después, él mismo la estaba operando. Había salvado una vida.

TÉCNICAS QUIRÚRGICAS NOVEDOSAS
Finochietto tuvo además la capacidad de crear técnicas quirúrgicas novedosas, algunas de las cuales se usan aun hoy. Creó por ejemplo, una mesa de operaciones y también el estribo para las fracturas de piernas y un sistema de iluminación tipo casco de minero para intervenciones quirúrgicas. Incluso inventó unos aspiradores para eliminar la sangre del campo operatorio.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Finochietto tenía 33 años. Pero ya era célebre. Viajó a París como jefe de cirugía del hospital argentino. Le otorgaron por su tarea nada menos que la legión de honor.
Pero había algo en su vida, brillante y plena de halagos, algo que no lo dejaba vivir y que trataba de ocultar. Finochietto había contraído la sífilis. Todavía el doctor Erlich no había descubierto el Salvarsan y no existían aun los antibióticos, obviamente. Dolores cada vez más intensos lo acosaban.
Tenía 66 años cuando operó por última vez. Casi todos ignoraban que Finochietto ya había perdido con su enfermedad la visión de un ojo y que una parálisis –también derivación de su mal- lo estaba atacando progresivamente. El día de su última operación, Finochietto se sintió mejor. Porque había salvado la vida de un hombre, un indio mapuche con un quiste de hígado de difícil extracción. Humanista, siempre había tenido una especial simpatía por los marginados.
Pero su mal lo llevaría muy pocos meses después, un día 17 de febrero de 1948, a la muerte. Tenía 67 años. Fue un hombre medido, sobrio y parco en el decir. Prefería el perfil bajo, como se dice ahora. Porque la virtud no necesita aplausos. Los oye.
Y un aforismo final para este pionero de la ciencia médica, en el que cabe admirar tanto su valía científica como su modestia y sus valores humanos: “Quien tiene méritos para envanecerse, no se envanece”.