Opinión
El abnegado servico de la esposa e hijas del Zar Nicolás II
Enfermeras reales en la Gran Guerra
Una página poco conocida de la Primera Guerra Mundial es el abnegado servicio a los heridos que prestaron la esposa e hijas del Zar Nicolás II. Comenzado el conflicto, la Zarina Alejandra y sus hijas mayores, Olga y Tatiana, fueron a trabajar como enfermeras a los hospitales de Zarskoie Selo. Las dos menores, María y Anastasia, por su corta edad no estaban en condiciones de brindar apoyo sanitario, pero también hacían todo lo que podían para ayudar a los soldados.
Uno de los oficiales heridos las describía de esta manera: “Eran perfectas, colmadas de regio encanto, dulzura espiritual e infinita bondad y amabilidad hacia todos. Tenían una capacidad innata, con unas pocas palabras, de suavizar y apaciguar la pena, el peso de la angustia y el sufrimiento físico de los guerreros heridos. Esas princesas eran maravillosas jovencitas rusas, rebosantes de belleza externa e interna”.
A fines de octubre de 1914 la Zarina Alejandra le escribía a su marido, Nicolás II: “Por primera vez le afeité la pierna a un soldado, alrededor de la herida. Hoy trabajé todo el día sola”. Luego le informaba: “Nosotras hemos finalizado todo el curso de enfermería de la Cruz Roja con programa extendido, y ahora cursaremos anatomía y enfermedades internas, lo cual también será útil para las chicas”.
Nuevos heridos arribaban permanentemente a la capital y la Zarina se ocupaba en forma personal de ubicarlos. Incluso los alojaba en algunas residencias históricas de la Dinastía Romanov, por ejemplo, en el Palacio de Invierno.
“Me temo, -escribía el 17 de noviembre de 1914- que algunos de ellos están condenados, pero estoy contenta de que los tenemos nosotros y, por lo menos, podemos hacer por ellos todo lo que depende de nosotros para ayudarlos. Yo ahora debería ir a ver a otros heridos, pero estoy demasiado cansada, ya que tuvimos dos operaciones más, y a las cuatro debo estar en el Gran Palacio para que la princesa (se refiere a Vera Hedroiz, doctora en medicina, facultativa mayor del hospital de Zarskoie Selo) también revise a uno de los chicos y a un oficial del 2do Regimiento de Fusileros, cuyas piernas ya están de color oscuro: se teme que habrá que amputarlas. Ayer estuve presente cuando vendaban a este chico: una visión horrible, él se me abrazó y permanecía tranquilo, pobre niño”. En estas palabras oimos la voz de una mujer y madre, no de una Emperatriz.
SUS TAREAS EN EL HOSPITAL
En el hospital, Alejandra no esquivaba las tareas más complicadas y desagradables. He aquí, por ejemplo, su reporte sobre el servicio médico del 20 de noviembre de 1914: “Hoy por la mañana estuvimos presentes (yo, como de costumbre, ayudaba alcanzando el instrumental; Olga enhebraba los hilos en las agujas), en nuestra primera gran amputación (quitaron un brazo desde el mismo hombro). Luego todas nos ocupamos del vendaje (en nuestro pequeño lazareto), y más tarde hicimos muy complicados vendajes en el hospital grande. Tuve que vendar a desdichados con heridas horribles… es difícil que ellos puedan actuar normalmente en el futuro, a tal punto están acribillados a balazos… daba miedo mirar, -yo lave todo, lo limpié, lo unté con todo lo necesario, cubrí con vaselina, vendé- todo eso me salió muy bien, estoy contenta de poder hacer todo yo misma, bajo la supervisión del médico”.
La fe en Dios, la ternura hacia sus hijos, el amor por su adorado Niki y por la Rusia del mismo, todo eso la había acompañado siempre. Pero la guerra le agregó otras ocupaciones, preocupaciones y angustias. ¿Cómo van las cosas en el frente? ¿Cuándo finalizará esta pesadilla sangrienta? También los miembros de la corte comenzaron a recibir noticias sobre la muerte en combate de sus seres queridos, lo cual entristecía a la emperatriz, que siempre encontraba para ellos palabras de consuelo y empatía.
En la familia imperial, aún antes de la Gran Guerra, nunca fueron habituales las diversiones ruidosas, pero luego del comienzo del conflicto su estilo de vida se convirtió en cuasi ascético. El trabajo en los hospitales, las conversaciones con los heridos, la preparación de pertrechos médicos, los encuentros con combatientes que venían del frente y, por supuesto, las oraciones diarias, llenaban la mayor parte del tiempo de la Zarina. En febrero de 1915 Alejandra le comunicaba a su marido: “Iré un ratito a la iglesia, eso me alivia tanto, -eso y mi trabajo, y el cuidado de estos gloriosos bravos- he ahí todos mis consuelos”.
A pesar de su fortaleza emocional, los padecimientos de los combatientes la angustiaban: “A veces fantaseo con dormirme y despertar sólo cuando todo esto hubiera terminado y se restaure la paz por doquier - la interior y la exterior”. Ese anhelo suyo no iba a hacerse realidad; ya no le estaba destinado volver a vivir en un tiempo de paz. Pero su deber de mujer cristiana lo cumplió con honor y hasta el final. Su servicio hospitalario, su asombrosa compasión para con los simples soldados y oficiales no tenían precedentes. Hubo numerosas guerras en la historia de Rusia, mucha sangre y sufrimiento, pero nunca, ni antes, ni después, la mujer de un gobernante hizo tanto, personalmente, en beneficio de los heridos. A través de sus manos pasaron centenares de desdichados; ella curó, contuvo y consoló muchísimos corazones intranquilos.
“NATURAL Y OBLIGATORIO”
También las hijas de la Zarina dedicaban gran parte de su tiempo al trabajo en los hospitales y a la actividad en los comités de beneficencia en pro de los heridos. Ellas lo consideraban algo natural y obligatorio en un tiempo harto duro para el país, y eran muy críticas con respecto a toda forma de pasatiempo ocioso. La princesa Olga le contaba a su padre el 5 de marzo de 1915: “Hoy estuvimos en Petrogrado. Tuve el placer de presidir durante dos horas el gran comité… de ahí fuimos a lo de Yusupov; el príncipe Félix deambulaba por la estancia, revolvía revistas en un armario y esencialmente no hacía nada; me produjo una impresión muy desagradable - un hombre que holgazanea en tiempos como estos”.
En noviembre de 1914 Alejandra le escribía a Nicolás II al Cuartel General: “…Todos se mantuvieron estóicamente, nadie se desesperó. Las niñas tambien demostraron coraje, aunque nunca habían visto a la muerte de cerca”.
Fragmento de una carta de Anastasia al Zar, fechada el 28 de octubre de 1914 (la princesa tenía 13 años): ‘Hoy estuve sentada con un soldado nuestro y lo ayudaba a leer, lo cual me dio mucha alegría. El comenzó a aprender a leer y escribir aquí. Otros dos desdichados murieron, estuvimos ayer mismo sentadas al lado de ellos”. Y en otra carta, le relata: “Hoy estuvimos en el tren sanitario, vimos muchos heridos. En el trayecto murieron tres, dos eran oficiales. Hay heridos muy graves por lo cual pueden morir otros. Los soldados gemían. Después fuimos al hospital grande de Palacio; mamá y mis hermanas se dedicaban a poner vendajes. Y yo y María recorríamos a los heridos, hablábamos con cada uno de ellos, uno me mostró una gran esquirla de metralla, se la extrajeron de la pierna, un pedazo pesado. Todos decían que querían volver y retribuirle al enemigo”.
“EL AMOR DE TODA RUSIA” Uno de los heridos que atendieron las princesas fue el futuro gran poeta ruso Nikolai Gumiliov, quien le dedicó un poema a Anastasia (fue asesinado por los bolcheviques en 1921). Y otro destacado poeta, que servía como enfermero en uno de los trenes sanitarios, Serguei Iesenin, (se suicidó en 1925, harto del régimen bolchevique) no solo les escribió una poesía a Olga, Tatiana, María y Anastasia, sino que también dedicó su primer libro de poemas a la Zarina Alejandra.
En esos versos el poeta les decía que ellas tenían “el amor y el cariño de toda Rusia”, pero asimismo expresaba claramente su presentimiento del trágico final que las esperaba, y las encomendaba a Santa María Magdalena.
Uno de los oficiales heridos las describía de esta manera: “Eran perfectas, colmadas de regio encanto, dulzura espiritual e infinita bondad y amabilidad hacia todos. Tenían una capacidad innata, con unas pocas palabras, de suavizar y apaciguar la pena, el peso de la angustia y el sufrimiento físico de los guerreros heridos. Esas princesas eran maravillosas jovencitas rusas, rebosantes de belleza externa e interna”.
A fines de octubre de 1914 la Zarina Alejandra le escribía a su marido, Nicolás II: “Por primera vez le afeité la pierna a un soldado, alrededor de la herida. Hoy trabajé todo el día sola”. Luego le informaba: “Nosotras hemos finalizado todo el curso de enfermería de la Cruz Roja con programa extendido, y ahora cursaremos anatomía y enfermedades internas, lo cual también será útil para las chicas”.
Nuevos heridos arribaban permanentemente a la capital y la Zarina se ocupaba en forma personal de ubicarlos. Incluso los alojaba en algunas residencias históricas de la Dinastía Romanov, por ejemplo, en el Palacio de Invierno.
“Me temo, -escribía el 17 de noviembre de 1914- que algunos de ellos están condenados, pero estoy contenta de que los tenemos nosotros y, por lo menos, podemos hacer por ellos todo lo que depende de nosotros para ayudarlos. Yo ahora debería ir a ver a otros heridos, pero estoy demasiado cansada, ya que tuvimos dos operaciones más, y a las cuatro debo estar en el Gran Palacio para que la princesa (se refiere a Vera Hedroiz, doctora en medicina, facultativa mayor del hospital de Zarskoie Selo) también revise a uno de los chicos y a un oficial del 2do Regimiento de Fusileros, cuyas piernas ya están de color oscuro: se teme que habrá que amputarlas. Ayer estuve presente cuando vendaban a este chico: una visión horrible, él se me abrazó y permanecía tranquilo, pobre niño”. En estas palabras oimos la voz de una mujer y madre, no de una Emperatriz.
SUS TAREAS EN EL HOSPITAL
En el hospital, Alejandra no esquivaba las tareas más complicadas y desagradables. He aquí, por ejemplo, su reporte sobre el servicio médico del 20 de noviembre de 1914: “Hoy por la mañana estuvimos presentes (yo, como de costumbre, ayudaba alcanzando el instrumental; Olga enhebraba los hilos en las agujas), en nuestra primera gran amputación (quitaron un brazo desde el mismo hombro). Luego todas nos ocupamos del vendaje (en nuestro pequeño lazareto), y más tarde hicimos muy complicados vendajes en el hospital grande. Tuve que vendar a desdichados con heridas horribles… es difícil que ellos puedan actuar normalmente en el futuro, a tal punto están acribillados a balazos… daba miedo mirar, -yo lave todo, lo limpié, lo unté con todo lo necesario, cubrí con vaselina, vendé- todo eso me salió muy bien, estoy contenta de poder hacer todo yo misma, bajo la supervisión del médico”.
La fe en Dios, la ternura hacia sus hijos, el amor por su adorado Niki y por la Rusia del mismo, todo eso la había acompañado siempre. Pero la guerra le agregó otras ocupaciones, preocupaciones y angustias. ¿Cómo van las cosas en el frente? ¿Cuándo finalizará esta pesadilla sangrienta? También los miembros de la corte comenzaron a recibir noticias sobre la muerte en combate de sus seres queridos, lo cual entristecía a la emperatriz, que siempre encontraba para ellos palabras de consuelo y empatía.
En la familia imperial, aún antes de la Gran Guerra, nunca fueron habituales las diversiones ruidosas, pero luego del comienzo del conflicto su estilo de vida se convirtió en cuasi ascético. El trabajo en los hospitales, las conversaciones con los heridos, la preparación de pertrechos médicos, los encuentros con combatientes que venían del frente y, por supuesto, las oraciones diarias, llenaban la mayor parte del tiempo de la Zarina. En febrero de 1915 Alejandra le comunicaba a su marido: “Iré un ratito a la iglesia, eso me alivia tanto, -eso y mi trabajo, y el cuidado de estos gloriosos bravos- he ahí todos mis consuelos”.
A pesar de su fortaleza emocional, los padecimientos de los combatientes la angustiaban: “A veces fantaseo con dormirme y despertar sólo cuando todo esto hubiera terminado y se restaure la paz por doquier - la interior y la exterior”. Ese anhelo suyo no iba a hacerse realidad; ya no le estaba destinado volver a vivir en un tiempo de paz. Pero su deber de mujer cristiana lo cumplió con honor y hasta el final. Su servicio hospitalario, su asombrosa compasión para con los simples soldados y oficiales no tenían precedentes. Hubo numerosas guerras en la historia de Rusia, mucha sangre y sufrimiento, pero nunca, ni antes, ni después, la mujer de un gobernante hizo tanto, personalmente, en beneficio de los heridos. A través de sus manos pasaron centenares de desdichados; ella curó, contuvo y consoló muchísimos corazones intranquilos.
“NATURAL Y OBLIGATORIO”
También las hijas de la Zarina dedicaban gran parte de su tiempo al trabajo en los hospitales y a la actividad en los comités de beneficencia en pro de los heridos. Ellas lo consideraban algo natural y obligatorio en un tiempo harto duro para el país, y eran muy críticas con respecto a toda forma de pasatiempo ocioso. La princesa Olga le contaba a su padre el 5 de marzo de 1915: “Hoy estuvimos en Petrogrado. Tuve el placer de presidir durante dos horas el gran comité… de ahí fuimos a lo de Yusupov; el príncipe Félix deambulaba por la estancia, revolvía revistas en un armario y esencialmente no hacía nada; me produjo una impresión muy desagradable - un hombre que holgazanea en tiempos como estos”.
En noviembre de 1914 Alejandra le escribía a Nicolás II al Cuartel General: “…Todos se mantuvieron estóicamente, nadie se desesperó. Las niñas tambien demostraron coraje, aunque nunca habían visto a la muerte de cerca”.
Fragmento de una carta de Anastasia al Zar, fechada el 28 de octubre de 1914 (la princesa tenía 13 años): ‘Hoy estuve sentada con un soldado nuestro y lo ayudaba a leer, lo cual me dio mucha alegría. El comenzó a aprender a leer y escribir aquí. Otros dos desdichados murieron, estuvimos ayer mismo sentadas al lado de ellos”. Y en otra carta, le relata: “Hoy estuvimos en el tren sanitario, vimos muchos heridos. En el trayecto murieron tres, dos eran oficiales. Hay heridos muy graves por lo cual pueden morir otros. Los soldados gemían. Después fuimos al hospital grande de Palacio; mamá y mis hermanas se dedicaban a poner vendajes. Y yo y María recorríamos a los heridos, hablábamos con cada uno de ellos, uno me mostró una gran esquirla de metralla, se la extrajeron de la pierna, un pedazo pesado. Todos decían que querían volver y retribuirle al enemigo”.
“EL AMOR DE TODA RUSIA” Uno de los heridos que atendieron las princesas fue el futuro gran poeta ruso Nikolai Gumiliov, quien le dedicó un poema a Anastasia (fue asesinado por los bolcheviques en 1921). Y otro destacado poeta, que servía como enfermero en uno de los trenes sanitarios, Serguei Iesenin, (se suicidó en 1925, harto del régimen bolchevique) no solo les escribió una poesía a Olga, Tatiana, María y Anastasia, sino que también dedicó su primer libro de poemas a la Zarina Alejandra.
En esos versos el poeta les decía que ellas tenían “el amor y el cariño de toda Rusia”, pero asimismo expresaba claramente su presentimiento del trágico final que las esperaba, y las encomendaba a Santa María Magdalena.